La política latinoamericana abrió su periodo electoral 2022 en Costa Rica y lo cerró en Brasil, teniendo al medio la presidencial colombiana y el referéndum chileno sobre el proyecto constituyente.
En el país centroamericano, se confirmó el declive del otrora importante bipartidismo y, en general, del sistema partidario. Liberación Nacional, la organización que más ha gobernado Costa Rica, encajó la tercera derrota consecutiva, esta vez ante Rodrigo Chaves, funcionario internacional y fugaz ministro de economía, que se presentó como un adversario del sistema. El partido oficialista, la progresista Acción Ciudadana, no llegó al 1% y quedó sin bancas congresales.
En Colombia, también predominó la novedad con el inédito triunfo de la izquierda, en el tercer intento de Gustavo Petro, exguerrillero y exalcalde de Bogotá, en binomio con Francia Márquez, la primera afrodescendiente en alcanzar ese cargo. Su coalición de izquierda se impuso al outsider Rodolfo Hernández. Llegaron a la segunda vuelta tras apartar a los partidos tradicionales y el gobierno ni siquiera presentó una candidatura.
En Brasil, el gobierno también fue desalojado. Jair Bolsonaro perdió la reelección ante el expresidente de izquierda Lula da Silva. La contienda tuvo tres rasgos cada vez más comunes en los procesos electorales de la región: polarización sociopolítica, agravada por un ambiente agresivo en las redes sociales; ataques para deslegitimar la autoridad, el sistema y el resultado electoral, aun sin evidencias o pruebas; derrota del oficialismo.
Aunque exista la impresión de un giro a la izquierda, en realidad, más bien se trata del rechazo a los oficialismos, independientemente de su línea. La norma política era la reelección presidencial; desde 2019 los vientos soplan en contra de los presidentes y sus partidos, impulsados por la desilusión. Los votantes latinoamericanos están frustrados con la economía, golpeada por el brutal freno de la pandemia y una recuperación titubeante, empañada por la inflación y la devaluación. La crisis deterioró los indicadores sociales, se ensañó con los sectores de menos recursos y amenazó las posiciones de las clases medias frágiles. La difícil gestión del Estado en esa coyuntura mermó el crédito de los políticos, en especial de quienes gobiernan, y peor cuando estallaron escándalos de corrupción.
Si los electores no hallan una alternativa satisfactoria en las ofertas habituales, se vuelcan hacia líderes u organizaciones que nunca gobernaron y que prometen cambios significativos o, simplemente, desplazar a la impopular “clase política”. En las condiciones actuales, la prolongación de estos comportamientos se marca como la senda más probable.
En cancha aparte jugó el plebiscito chileno que descartó el proyecto de Constitución elaborado por una Constituyente cuyos integrantes se situaban más a la izquierda que la mayoría del electorado, sin liderazgos claros y desligados de un proyecto gubernamental. La propuesta no convenció más allá del núcleo base que acompañó la Constituyente. Ese sector quedó en minoría cuando se restableció el voto obligatorio para el referéndum, para el cual se movilizó más del 85% del cuerpo electoral.
Estos antecedentes preparan la entrada de los comicios presidenciales de 2023 en Paraguay, Guatemala y Argentina, que confirmarán, matizarán o invertirán algunas de las tendencias que dejó 2022. De inicio, ninguno luce con el escenario despejado.
Investigador del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina