La guerra entre Rusia y Ucrania, próxima a cumplir un año de su inicio, ha reconfigurado de cierta manera la seguridad internacional. Gran parte de la atención global se ha destinado a este conflicto, a pesar de que otros más han existido de tiempo atrás, como los enfrentamientos bélicos en África y Medio Oriente y el regreso de los talibanes a Afganistán. Pero también destaca por sobre otros escenarios que muestran un elevado nivel de tensiones, como es el caso de China y Taiwán.
Lo anterior resalta dos cuestiones evidentes: además de que, para la seguridad internacional, un conflicto en curso es más preocupante que uno posible y que poco a poco se esté gestando, la importancia que los agentes poderosos le dicten al evento es lo que va a determinar su relevancia en el globo y la necesidad de atenderlo. Así lo hemos visto de nueva cuenta con la guerra entre Rusia y Ucrania, ya que ha sido Occidente el que se ha dedicado a promover el ineludible requisito de solucionar el conflicto bélico en Europa del Este para mejorar la paz y estabilidad no sólo de la región, sino del mundo.
Mucho ha hecho Occidente para asistir a Kiev en su lucha contra la llamada “operación militar especial” dictada por Moscú. No sólo la Unión Europea ha llevado a cabo programas de asilo para las personas refugiadas ucranianas, sino que al igual que Reino Unido (RU) y Estados Unidos de América (EUA), ha provisto de asistencia militar y diplomática. En adición, bajo la gestión de Joe Biden, Washington también ha entregado paquetes de ayuda económica a Volodimir Zelenski para enfrentar las decisiones bélicas que el presidente ruso Vladimir Putin tome a cientos de kilómetros del frente de batalla.
En este contexto, el primer ministro del RU, Rishi Sunak, anunció en los días pasados que enviaría tanques a Ucrania para apoyarla, lo que muestra otro gesto de soporte de Occidente en esta guerra perpetrada por Rusia, país que en realidad nunca se ha logado configurar comoun aliado de los poderes occidentales y, en cambio, sí como un rival con el que ha sido difícil convivir. Por ello, limitar y restringir la expansión de Moscú es una meta que EUA y sus aliados convergen para mejorar sus condiciones de seguridad y elevar sus garantías de paz.
Una misma situación se experimenta con Taiwán y China. Desde 1949, Beijing ha reclamado a la antigua isla de Formosa como parte de su territorio. A lo largo de las décadas, Taipéi ha gozado de protección por parte de EUA y sus aliados en la región, entre ellos Corea del Sur y Japón. Sin embargo, ahora las tensiones han aumentado, sobre todo por la injerencia de Washington en el sureste asiático y el crecimiento del gigante asiático en una variedad de cuestiones, entre ellas la económica, la militar y la influencia política.
Eso ha llevado a que una confrontación entre China y Taiwán, junto con EUA y otros aliados, pueda ser una posibilidad en el mediano plazo, puesto que a la Casa Blanca no le conviene la expansión de la influencia de Beijing en la región. En este escenario se inserta Japón, cuyo primer ministro ha anunciado recién que aumentará el gasto militar en su administración.
Ciertamente, al país del sol naciente le conviene incrementar su poderío de milicia por varias cuestiones. Una de ellas es para responder de mejor manera ante siguientes hostigamientos y provocaciones de Corea del Norte, que han sucedido con mayor frecuencia en los últimos años. Pero otra es para contener y afrontar a China en caso de ser necesario en los próximos años a raíz de un posible enfrentamiento con Taiwán, o incluso con Japón mismo. En ambos escenarios, no sólo resulta evidente la mano de Occidente para abonar en el mejoramiento de las condiciones de seguridad de otros países de su interés, sino que también es el gran beneficiario al no perder influencia en las regiones, fortaleciendo su posición de seguridad.
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Niels Rosas Valdez
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV (Twitter)