Por varios días en octubre de 2022, el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCC) se reunió en el Gran Salón del Pueblo para votar por un tercer periodo de gobierno para Xi Jinping. Así comenzaría su nuevo periodo como presidente de la República Popular de China en marzo de 2023. El día ha llegado y ahora se ha convertido en el mandatario con más tiempo en el poder desde que el país de los ríos azul y amarillo se conformó como Estado actual en 1949.

No obstante, si bien su tercer periodo le otorga una serie de poderes e influencias extendidos que no se habían alcanzado en el pasado reciente en los gobiernos del país, su administración se enfrentará a múltiples retos nuevos y otros ya existentes. Algunos son el control y manejo de su población; el avance sin tropiezos de su presencia en América Latina; la guerra comercial y de producción de chips con Estados Unidos de América (EUA) y Europa; su posicionamiento y posible mediación en el conflicto entre Rusia y Ucrania; el nudo que existe con Taiwán; y, por supuesto, las fricciones en ascenso con Washington por múltiples razones.

En torno al primer reto, la preocupación va en dos sentidos. Una es la necesidad del aumento poblacional, que por muchos años se restringió para evitar la sobrepoblación en el gigante asiático. Sin embargo, los registros indican que la población china está envejeciendo y eso supondría un abandono gradual próximo en las actividades productivas en el país, situación delicada que reduciría el desarrollo económico de China y limitaría su competición con otras economías de peso en el globo, como las de EUA, Japón, Unión Europea e India.

En el otro sentido de este mismo reto se encuentra el control hacia su población. Es bien sabido el grado de influencia que tiene el gobierno chino a sus nacionales. Sin embargo, recientemente se han registrado expresiones de tensión y resistencia de la gente hacia las medidas dictadas del PCC. Una de ellas es la respuesta a través de movilizaciones sociales

en gran parte del país contra la política de cero-Covid que el gobierno de Xi intentó volver a establecer en meses recientes, reacción que causa sorpresa porque no es habitual en China.

Un segundo reto es la presencia del gigante asiático en América Latina. Tras la caótica administración de Donald Trump que lastimó severamente las relaciones estadounidenses en varias regiones, incluyendo Latinoamérica, Beijing se ha acercado a esta región para establecer comercio, cooperación y mejorar los lazos diplomáticos. Esto no ha pasado desapercibido en Washington, cuya meta es restaurar el trato con muchos países. No obstante, el creciente desmarque de los gobiernos actuales sudamericanos hacia EUA podría acercar aún más a China, por lo que será determinante la postura de Xi para conseguirlo.

El tercer reto es la guerra de chips que sostiene China con EUA y Europa. Desde hace tiempo, varios países se han desplazado hacia la desindustrialización que compone el movimiento hacia la venta de servicios y la producción de tecnología de vanguardia, como pueden ser los chips, microchips y semiconductores que hoy en día se utilizan tanto para los productos de uso cotidiano y comercial (como celulares, tabletas, pantallas, automóviles, lavadoras inteligentes, aviones, etc.), como para sofisticadas armas y vehículos militares. De esta manera, quien logre dominar en la producción de estos pequeños productos, podría, en gran medida, controlar el mercado internacional y garantizar una posición tecnológica de peso.

Un cuarto reto es el manejo de su posición en la guerra de Rusia y Ucrania. Si bien, Beijing se ha declarado neutral en el conflicto, se nota una inclinación hacia Moscú que no ha gustado a la comunidad internacional y que le ha causado estragos. En tal contexto, Xi tendrá que seguir reevaluando su rol en este escenario para evitar que la confrontación escale para su propio país y su aliado Vladimir Putin, así como, en la medida de lo posible, fungir como un mediador entre los beligerantes, como ha anunciado con su plan de paz en recientes semanas.

El quinto reto es una de las metas de Beijing desde hace mucho tiempo: reintegrar a Taiwán. Tras la guerra civil china, la antigua isla de Formosa se separó de la China continental para formar un país independiente. Sin embargo, el PCC interpreta como suyo este territorio. Taipéi no tiene un amplio reconocimiento internacional, pero cuenta con el necesario, como el de Washington, para evitar una anexión inmediata por parte del gigante asiático. Ahora, con un gobierno más fortalecido y un país en ascenso, quizá haya más probabilidades para una reintegración en el corto o mediano plazo, pero Xi deberá jugar sus cartas con cautela.

Finalmente, las ficciones con EUA significan quizá el reto más relevante para China en la actualidad por lo que representa lidiar con una hegemonía mundial. Ambos países han competido en los últimos lustros, coexistiendo sin violencia directa. Pero a pesar de ello han acumulado tensiones en recientes años por varias situaciones además de las descritas arriba, como la guerra comercial de Trump y su narrativa del “virus chino”, la presión de Washington por el trato hacia los uigures, el espionaje de los globos chinos en territorio estadounidense, el fortalecimiento de las alianzas militares occidentales en el Mar del Sur chino, etc.

De esta manera, si bien es objetivo de las dos potencias convertirse en la más fuerte, la colaboración y el entendimiento mutuo son determinantes para evitar ensanchar las brechas entre ambos países y acrecentar la polarización existente en el globo a raíz de los diferentes proyectos de Washington y Beijing. Es una responsabilidad compartida ciertamente y un reto que ningún otro líder chino había tenido, sino hasta ahora.

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Niels Rosas Valdez
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV (Twitter

 

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