El lunes pasado el presidente de Estados Unidos de América (EUA), Joe Biden, y el secretario general del Partido Comunista de China, Xi Jinping, sostuvieron una conferencia virtual. Para Washington era importantísimo gestionar una reunión de esta naturaleza con el líder de la segunda potencia hegemónica mundial. ¿Acerca de qué se habló y qué resultados se alcanzaron?

A jugar con fuego

Además de servir a sus propósitos particulares, las conferencias y cumbres internacionales generalmente se aprovechan para entablar reuniones entre líderes. La recién terminada COP26 en Glasgow fue un ejemplo de ello. Ahí se esperaba que Biden pudiera reunirse con Xi, sin embargo, al final el mandatario del país de los ríos azul y amarillo no acudió a ese magno evento de diálogo para mitigar el cambio climático.

Pero no hay día que no llegue, ni fecha que no se cumpla y el lunes los mandatarios de los países más poderosos del mundo lograron comunicarse a través de una videollamada que duró más de tres horas, tiempo inusual en las reuniones de Estado por la duración, incluso de las de líderes de este calibre. De acuerdo con los reportes, fue una conversación amena y de alta estima, prueba de ello fue la declaración del Xi, quien dijo estar muy feliz de ver a su “viejo amigo”.

No obstante, ello no sacudió las diferencias que poco a poco comenzaron a notarse al tratar los varios temas en la agenda, entre los que destacan el comercio entre ambas naciones, la protección a los derechos humanos y las tensiones militares que se han generado específicamente en el Mar del Sur de China.

Acerca del primer asunto, el comercio sino-estadounidense ciertamente ha tomado otra tonalidad al disminuir las fricciones que se generaron con la guerra comercial de Donald Trump, pero aún hay áreas de oportunidad. Del siguiente apartado, el diálogo se centró en el comportamiento del Gobierno de China hacia los uigures, entendido por Occidente como un genocidio que también es cultural. En cuanto a la tercera sección, la rigidez aumentó por dos razones principales.

Primero porque el Mar del Sur de China es un espacio estratégico para el país asiático, en donde Beijín ha conducido una clara política exterior de expansionismo para garantizar su presencia y control en la región, limitando así la influencia de otros países aledaños, como India, Japón y Corea del Sur, y algunos de Occidente, como EUA, Reino Unido y Alemania.

Pero la segunda razón es más preocupante y nos lleva a una conversación delicada en torno a una isla que por décadas ha sido interpretada por China como parte legítima de su territorio. Así, el tema que elevó la temperatura de la conversación tanto en la Casa Blanca, como en el Zhongnanhai, fue Taiwán, un espacio protegido por Washington ante el constante hostigamiento de Beijing.

“Quien juega con fuego, se quema”, fueron las palabras de Xi hacia Biden cuando el presidente estadounidense puso en la mesa el tema de la isla conocida anteriormente como Formosa. Es claro que es un asunto delicado para ambas naciones, especialmente considerando un reporte reciente de Taipéi en donde afirma que Beijing estaría listo para invadir Taiwán en 2025.

A esto se le suma el hecho de que en los días pasados el Estado chino le otorgó más poderes a Xi, elevándolo a una calidad como la que alguna vez ostentó Mao Zedong o Deng Xiaoping. Es la primera vez desde hace décadas que un líder chino llega a acumular tanto poder, por lo que los movimientos de Biden deben ser cautelosos. Es ciertamente una posición delicada para el presidente Demócrata, pero en él recae la responsabilidad de contener a China. No hay alternativa para Washington: a jugar con fuego.

Niels Rosas Valdez
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV (Twitter)
niels.rosas@gmail.com

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