Tras varios días, el vigésimo congreso nacional del Partido Comunista de China (PCC) concluyó ayer. Sin embargo, lo que no ha terminado es la especulación y el análisis que ha detonado este trascendental evento para uno de los países hegemónicos del globo, como para su líder, Xi Jinping. Los resultados de la reunión de los políticos más influyentes del partido pueden reconfigurar la política del gigante asiático, permitiendo una nueva era que el mundo entero estará sumamente atento. ¿Qué implicaciones ha generado este congreso?

El congreso sostuvo múltiples momentos a recalcar y una agenda determinante para la política de China. En una primera instancia, el partido refrendó el apoyo hacia su líder, quien iniciaría un tercer periodo como el secretario general del PCC y, por ende, el mandatario del país. Ciertamente, en 2018 Xi modificó la normativa para abolir la limitación de periodos como cabeza del partido, sin embargo, el ejercicio de esa posibilidad evidencia su interés y proyecto político que tiene para el país de los ríos azul y amarillo, socavando el mejoramiento de la imagen que se tenía hacia Beijing en torno a sus prácticas democráticas del estado.

Por otro lado, las elecciones de los miembros tanto del Comité Central, como del Politburó, fueron puntos medulares en el congreso. En esta selección se juegó el respaldo hacia la política de Xi, que sobre todo en los últimos cinco años ha marcado una clara diferencia con la de su antecesor Hu Jintao, un personaje que también fue parte de los momentos relevantes del congreso y que ha generado enorme especulación.

En cierto punto del evento, y ante la mirada atónita de muchos miembros del PCC, Hu fue escoltado por dos miembros de seguridad para abandonar el Gran Salón del Pueblo, recinto en donde se celebró el congreso. Si bien algunos analistas especulan que su remoción puede ser consecuencia de su delicado estado de salud, resulta más creíble que haya sido una maniobra del líder comunista para mandar un mensaje hacia el país y el globo: la clara señal de que su antecesor y lo que representa no tiene más cabida en la China de Xi y, con ello, una desestimación hacia los tiempos pasados.

Desde luego, el líder chino tiene sus razones para expulsar a su antecesor inmediato y sus seguidores de la política china, puesto que el gobierno actual dista en múltiples características del anterior. Mientras que la administración de Hu se caracterizó por sostener una mayor apertura al exterior, tolerar más ideas de fuera, menor imposición hacia la prensa y una cooperación más ávida con estados occidentales, el régimen de Xi ha sustituido esa forma de hacer política por una más hermética, nacionalista, revanchista y controladora.

En las primeras dos características, el cierre de la apertura de China se mezcla con el aumento del nacionalismo y la xenofobia procurados por el gobierno, dos elementos sociales que tienen implicaciones domésticas, como puede ser el fomento de los campos de concentración en Sinkiang contra los uigures; e internacionales, como puede ser la reducción en el ánimo de la cooperación internacional en sus diversas facetas.

En torno a las segundas, es evidente que Xi se ha encargado de eliminar a los oponentes de su proyecto, a quienes piensen que otro camino político, económico y social diferente al establecido en su primera década de gobierno debe ser seguido. Por otra parte, el crecimiento de la policía cibernética china y la regulación profunda hacia la prensa permiten que la información que fluya en el país sea única y exclusivamente la que desee Beijing, eliminando datos del exterior que puedan poner en entredicho las declaraciones y acciones del PCC.

¿Qué se puede esperar del tercer periodo del líder comunista? El gobierno de Xi ha acumulado poder en los últimos años, pero ahora que sus rivales han disminuido, se vislumbra que en este nuevo lustro sus políticas tendrán un mayor grado de endurecimiento. Por una parte, mientras el control y restricción de libertades hacia la población china pueden sufrir una revigorización, lo que puede aumentar es el nacionalismo y el sistema de adoctrinamiento en la sociedad necesarios para crear una cohesión social que empuje y apoye la política exterior de China.

En torno a la política exterior, Beijing tiene una meta clara: aminorar el dominio de Estados Unidos de América en el panorama internacional. Lo puede hacer de mejor manera si a nivel doméstico el panorama es estable, de ahí la necesidad de mantener un entendimiento social ampliamente reconocido en torno a la posición merecida del país en el esquema internacional.

Consiguiendo ese paso, como lo ha hecho hasta ahora, puede continuar aumentando y alimentando sus relaciones bilaterales con países lejos de la zona de influencia de Washington, pero también incrementando su presencia en las regiones donde su rival mantiene predominio. En este sentido, y con la intención de respaldar su ánimo de soberanía, la atención hacia Taiwán cobraría mayor peso en la agenda de China, lo que podría elevar las tensiones con su acérrimo rival.

En general, el proyecto político emanado desde el Zhongnanhai, envuelto en nacionalismo y una sed inconmensurable e irrefrenable de superar a Occidente, muestra la intención de líder comunista de hacer del gigante asiático el país hegemónico del globo y así lo han evidenciado sus políticas domésticas e internacionales en una década de administración. Se estima que el tercer periodo de gobierno sea sólo el comienzo de un proyecto más grande de Xi para hacer a China finalmente grande de una vez por todas.

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Niels Rosas Valdez
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV (Twitter)


 

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