En menos de una semana se cumplirán 30 años de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Este Estado llegó a ser una superpotencia que compitió ferozmente con el mundo Occidental liderado por Estados Unidos de América (EUA). Su caída en 1991 cambió varias condiciones, entre ellas, la dinámica de las relaciones internacionales. ¿Qué lecciones nos ofrece este icónico momento de la historia?
Para las relaciones internacionales quizá no hay otro evento de igual importancia durante la segunda mitad del siglo XX como lo fue la caída de la Unión Soviética. El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov anunció la disolución de la URSS, terminando no sólo con la Guerra Fría (GF) librada con EUA, sino transformando el sistema internacional que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial.
El fin de la URSS disolvió un sistema internacional bipolar, dando paso a la proliferación del liberalismo, la democracia, los derechos humanos, el libre mercado, los actores no estatales y una enorme cantidad de nuevos enfoques y entendimientos teóricos para las relaciones internacionales. Consecuentemente, al paso del tiempo facilitó la construcción de un sistema internacional multilateral, involucrando nuevas potencias regionales, entre ellas India; y globales, como es el caso de China.
Si bien los resultados de la caída de la Unión Soviética permitieron diseñar una arquitectura más abierta del sistema internacional, que resultó ser más satisfactoria en cuanto a la toma de decisiones y en el equilibrio de poder en el globo, debemos apreciar las lecciones que nos ofrece este importantísimo evento histórico.
Una primera lección es el contraste entre la teoría y la práctica. Aunque la URSS y muchos otros Estados repartidos en el mundo instauraron el sistema socialista, ninguno de ellos logró llegar al comunismo o, como decía Karl Marx, comunismo puro, que era la meta. Contrario a lo que la teoría apuntaba, los países socialistas más bien tergiversaron la aplicación del socialismo (o comunismo primitivo) y terminaron por instaurar dictaduras, regímenes militares y un control absoluto de los medios de producción para beneficio de los pocos en vez de los muchos, como aún seguimos percibiendo en países como Corea del Norte y Cuba.
Otra lección es el autoritarismo que imperaba y sigue permanece en los regímenes socialistas, muchas veces disfrazado de lealtad o cualquier otro valor que pudiera generar control en la población. El autoritarismo, patente, por ejemplo, en la reducción de agentes políticos y en la condena hacia la disidencia, merma severamente las libertades, las prácticas democráticas y, por ende, la democracia que pueda existir en una sociedad.
Una tercera lección ineludible es la promoción de la gobernanza global. El sistema bipolar de la segunda mitad del siglo XX impedía generar entendimientos colectivos, lo que llevaba no sólo a continuar con las tensiones y confrontaciones entre bloques, sino que obstaculizaba en gran medida la posibilidad de solucionar problemas comunes y globales. Por ello, la comunidad internacional (especialmente sus varios líderes) debe comprender la necesidad del diálogo y la colaboración para avanzar en la gobernanza global y que los esfuerzos y beneficios de ello alcancen a todos los países.
Finalmente, una cuarta lección es la necesidad de abonar en la cooperación internacional. Desde luego que ésta existía durante la GF, pero se enfocaba mayormente entre países del mismo bloque. Esta situación, junto con otras condiciones, provocó un desfase y hasta un deterioro en el avance y desarrollo de los países en varios ámbitos, lo que ha sido causa de muchos de los problemas globales de la actualidad.
Treinta años de la caída de la URSS parecen muchos, pero la comunidad internacional aún no logra deshacerse de los fantasmas que tanto aquejaban al globo durante la GF, por ello conviene revisar el pasado y analizar la importancia de estas lecciones para las relaciones internacionales.
niels.rosas@gmail.com
