Una aplastante mayoría en el Parlamento Europeo (PE) aprobó el jueves pasado un comunicado que condenó las amenazas, el acoso y el asesinato de periodistas y activistas de los derechos humanos en México. Además de mostrar su solidaridad y empatía con las familias de las víctimas y en general con la población del país, este organismo de la Unión Europea solicitó a las autoridades mexicanas que garantizaran la protección de periodistas y activistas.

La reacción del Gobierno de México, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, no se hizo esperar. Ya hemos leído el comunicado de nuestro país que, a raíz de una pregunta en la conferencia matutina del viernes, sabemos que oficialmente el mandatario redactó. Fue desafortunado, no cabe duda que la diplomacia no fue considerada al momento de escribir la respuesta del gobierno del tabasqueño.

Se puede estar en desacuerdo con el pronunciamiento del PE, pero un gobierno serio atendería esa y muchas otras situaciones de manera diplomática, con cortesía y serenidad. Se pudo haber respondido de manera elegante y con inteligencia sin siquiera tener que aceptar la realidad que se apuntaba en el pronunciamiento, e incluso expresar “que no se metieran en donde no les correspondía”, si esa era también la intención del comunicado mexicano. Bien decía Winston Churchill, “la diplomacia es el arte de decirle a la gente que se vaya al infierno de tal manera que pida direcciones”.

Pero no fue así. Fue una respuesta intelectualmente limitada en muchos sentidos la diseñada por López Obrador. Fue impulsiva, evidentemente visceral y descuidada ante probablemente el tercer aliado más importante de México tras nuestros dos vecinos del norte. Dudo mucho que el canciller Marcelo Ebrard, tomando en cuenta su visión del mundo y formación académica, haya validado un pronunciamiento de esa naturaleza, es decir, él ha sido quien ha estado extinguiendo los incendios que ha provocado el presidente por sus descabelladas declaraciones.

Un lenguaje como el utilizado en la respuesta no hace grande al Gobierno de México o al país, ni mucho menos los legitima o defiende ante la situación real que atravesamos con la inseguridad y falta de protección a la libertad de prensa. Al contrario, coloca a su gobierno en un nivel muy bajo de discusión ante los ojos del globo.

Reaccionar señalando que todo es “golpista” porque tiene una observación, una postura contraria, una idea disidente, etc., lo único que refleja es la reducida apertura que se tiene en la democracia entendida por López Obrador. Es ver la situación en términos absolutos: “estás conmigo o estás contra mí”. Es no saber si quiera contraargumentar y, peor aún, aceptar la realidad.

Los datos son contundentes: seis periodistas han sido asesinados en México en lo que va del año, cifra que se añade a las decenas acumuladas durante los tres años de la actual administración presidencial; el 95% de los asesinatos a periodistas permanecen impunes; de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras, el país está en los primeros lugares de asesinatos a periodistas aun estando fuera de una zona oficial de guerra, superando a países como Siria y Afganistán que han estado en conflicto desde hace años; ¿le seguimos?

Pero, sinceramente, no sorprende la respuesta de López Obrador. Él reaccionó como lo ha venido haciendo en estos tres años de gobierno ante cuestionamientos de su administración: con pura narrativa, y así no se defiende la libertad y soberanía del país que tanto aclama, sino con datos duros y reales, esos que le cuesta mucho trabajo asimilar y aceptar. Es claro que para la 4T es más fácil no reconocer la realidad del país y envolverse en el discurso que ha caracterizado al movimiento en vez de afrontar la situación.

Niels Rosas Valdez
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV 
niels.rosas@gmail.com

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