Las declaraciones hechas por los presidentes de México, Estados Unidos y Canadá tras la reunión de la alianza de América del Norte fue un éxito, tanto en la alineación de los tres países en temas fundamentales en materia económica como en la misma articulación diplomática del encuentro.
Es sin duda un gran logro que el presidente Andrés Manuel López Obrador -más allá de todos los asegunes que se le pueden poner a sus formas- haya dejado claro su compromiso con la integración comercial y económica de la región como un espacio y un vehículo de generación de bienestar regional y como un polo para competir con China y contener su creciente poderío.
Y eso en los hechos es fundamental, porque más allá de sus ataques al neoliberalismo (una de sus herramientas más recurrentes en la construcción de un redituable discurso de polarización para confrontar a sus opositores) el presidente mexicano ve y hasta elogia la integración comercial de América del Norte -promovida y concretada por su incómodo antecesor Carlos Salinas de Gortari - como una política de Estado necesaria para la estabilidad económica de México.
En esa línea, sin duda también es un éxito que AMLO se asumiera como el portador de la urgente necesidad de ordenar la migración de Centro y Sudamérica rumbo a Estados Unidos e incluirla en la agenda de la cumbre trilateral y también al poner (parte) de su eslogan a los apoyos económicos que desde hace décadas los países del norte aportan a las naciones pobres del sur rebautizándolos como Sembrando Oportunidades; más allá que en un rápido ejercicio de memoria suene al plan con el que Vicente Fox y el PAN sustituyeron al programa social Progresa de Ernesto Zedillo que fue lacontinuación del Pronasol de Salinas de Gortari.
En esta cumbre sin duda también pudimos ver las inclinaciones estratégicas y hasta generacionales de los tres presidentes: Joe Biden afianzando su papel de líder regional y mundial impulsando su agenda e integrando la de sus socios norteamericanos, Justin Trudeau incorporando las urgentes acciones de Estado para proteger al medio ambiente planetario y AMLO proyectándose como la voz de América Latina ante un vecino que resulta ser una de las tres grandes potencias mundiales. Hasta ahí la cumbre pública.
Pero ante estos resultados se puede ver que del lado mexicano lado mexicano de este éxito se llama Marcelo Ebrard, porque sin duda hay temas domésticos que pudieron ensombrecer la reunión o de plano evitar su realización; y para muestra bastan de botón (en lo económico) la iniciativa de Reforma Eléctrica de López Obrador y (en lo político) su ofensiva contra instituciones democráticas como el Instituto Nacional Electoral.
Esos temas no fueron ni con mucho parte de las expresiones oficiales del encuentro entre los presidente de EU, Canadá y México, pero no sólo eso, el manejo de Ebrard y su equipo consiguió que, contra el formato habitual de este tipo de encuentros, la tradicional conferencia medios de los tres presidentes fuera eliminada de la agenda. No dejaron nada fuera de control.
La mano de Ebrard, un funcionario producto de un régimen priista que enfiló a México a la globalización y que formó cuadros para esa transición, fue evidente. Ningún improvisado de la Cuarta Transformación venido a más hubiera podido lograrlo. Las cosas como son.