Andrés Manuel López Obrador
tiene razón cuando señala el clasismo de la sociedad mexicana exhibido en la avalancha de memes y bromas surgidos tras triunfo de la alianza PRI-PAN-PRD en nueve de las 16 alcaldías de la capital y dibujó un nuevo mapa político que prácticamente divide en poniente y oriente a la Ciudad de México ; pero por desgracia la lectura que el Presidente hace de los resultados de esta elección intermedia no parece razonable ni autocrítica.
Sin duda no se equivoca cuando critica el meme-mapa que presentó en su conferencia mañanera del viernes que muestra simplistamente una ciudad dividida entre “los que pagamos impuestos” y “los que reciben subsidios”, pues ciertamente la población asalariada es la que aporta la mayor parte del Impuesto sobre la Renta (ISR) y al Valor Agregado ( IVA ) y los recursos recaudados por el pago de servicios públicos.
Además, la Ciudad de México no es como otras capitales latinoamericanas, por ejemplo Bogotá, Colombia , donde la división social y de ingreso está perfectamente delimitada territorialmente y la población se autodefine como parte de un “estrato” socio-económico específico numerado del uno al seis; al grado que se puede conocer a que “estrato” pertenece un individuo o una familia tan solo ubicando de que “localidad” (Bogotá se divide en 20) proviene y saber de esa forma si es un “gomelo” (rico) o un “ñero” (pobre).
Hablando de la CDMX esa visión territorialmente clasista es equivocada, por que si bien en las seis alcaldías que ganó Morena se encuentra la mayor parte de colonias populares, en las nueve alcaldías que gobernará la alianza opositora hay una gran cantidad de barrios populares y pueblos originarios; es más, en esas demarcaciones llegan a convivir la opulencia y la pobreza a veces solo con una calle de por medio, como en el caso de la alcaldía Miguel Hidalgo donde se asientan barrios de altísimo nivel de ingreso como Las Lomas de Chapultepec o Bosques de las Lomas, de nivel medio como la Nueva Santa María o populares como la Pensil.
Precisamente López Obrador ha usado como plataforma ese México desigual para promoverse como un líder justiciero que piensa “primero en los pobres”, pero que usa como su mayor herramienta acentuar el rencor social generado por las injustas brechas económica que sufrimos los mexicanos.
Por eso señala como “fifís” y/o “conservadores” a los de mayores ingresos o a los que no coinciden con su proyecto de país para confrontarlos con las clases populares. Utiliza el clasismo para ahondar esa división de México, error que puede tener graves consecuencias, al igual que descalificar, discriminar u ofender a quienes votan por Morena y sus aliados,
Y lo hace prácticamente todos los días, como el viernes pasado cuando se lanzó de nuevo contra las clases medias a las que culpó de las derrotas de Morena y sus aliados en la CDMX porque dice que gracias a su perfil aspiracional creyeron en la información “perversa” y “tóxica” de los medios durante las campañas y votaron contra su partido.
Además de ofender a muchos capitalinos AMLO se equivocó de nuevo, pues hay dos factores indiscutibles en sus derrotas en la capital. El primero es que los electores de la CDMX son los más activos e informados del país y si bien desde hace 24 años han dado mayoría al PRD y ahora a Morena han votado desde 1997 por la alternancia en las hoy alcaldías. El segundo es simple: hubo una alianza opositora que capitalizó el desgaste de los gobiernos de AMLO y Claudia Sheinbaum.
Acudiendo a palabras del Presidente surgen dos interrogantes. ¿Si “el pueblo no se equivoca” en esta ocasión los chilangos de nueve alcaldías se equivocaron? ¿O de plano la clase media no es pueblo? Habrá que ver.
Vuelta forzosa
Arturo Saldívar
, presidente de la Suprema Corte, tiene a la mano una solución simple al conflicto por la extensión de dos años a su mandato: anunciar que renunciará a esa presidencia el 31 de diciembre de 2022, cuando termina el periodo para el que fue electo originalmente.
Si lo hace, el ministro Saldívar no necesitará consulta extraordinaria o esperar acciones de inconstitucionalidad, así protegerá la integridad e independencia del Poder Judicial y cuidará además su propio prestigio. Si acepta la extensión de mandato pasará a la historia como el títere de un Presidente que ya dijo públicamente que lo quiere mantener cargo para operar su propia reforma judicial.