En estos días y en el transcurso de este mes, el sector educativo del país estará iniciando un nuevo ciclo escolar en todos los niveles, con la delicadísima disyuntiva de volver a las aulas de manera presencial o mantener —por ahora— las clases en la modalidad remota, como ha venido ocurriendo desde el inicio del confinamiento, hace ya casi 17 meses.
La decisión, que parecía decantarse hasta hace aspenas unas semanas por iniciar el nuevo ciclo con la vuelta gradual y paulatina a clases presenciales, complementada con un modelo híbrido de enseñanza a distancia, se ha complicado en días recientes por el sensible repunte de contagios provocado por la tercera oleada del Covid 19, en particular por la rápida diseminación de la cepa delta.
Y como ocurre con prácticamente todas las decisiones importantes que deben tomarse en nuestro país, el asunto ya se politizó y el debate se ha polarizado de tal manera que la sociedad, principalmente maestros y alumnos, se dicen indecisos, inseguros y desconcertados.
Hoy, el fondo de la pregunta no radica en si se debe o no volver a clases, sino en cómo volver. En determinar cuáles son las medidas que debemos adoptar para generar las condiciones de seguridad sanitarias que eviten el agravamiento de la propagación de los contagios. Porque en lo que todos coincidimos es que a las aulas se debe volver lo más pronto posible.
La decisión tomada por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador de regresar a los salones de clase en todo el país el mismo 30 de agosto —día que inicia el nuevo ciclo en los niveles de prescolar, primaria y secundaria— recibió el apoyo de al menos 25 gobiernos estatales, pero igualmente despertó un inmediato rechazo en varios sectores, entre ellos las agrupaciones que ostentan la representación de los padres de familia.
“Si la mayoría está pensando en no regresar a clases presenciales, pues que no regresen. Voy a sostener que es indispensable que los niños y los adolescentes vuelvan a clases”, ha dicho López Obrador, quien argumenta —no sin razón— que el desgaste es gigantesco y que muchos infantes que permanecen en casa quedan expuestos a contenidos tóxicos y sus habilidades sociales y sobre todo su salud mental, se ven mermadas por este ya muy largo confinamiento.
Los docentes del país han sido vacunados y eso refuerza la determinación del gobierno. Pero los niños y los adolescentes aún no y eso no sucederá pronto. Alcanzar la llamada inmunidad de rebaño es todavía una meta inaccesible en el país. Resulta de la mayor importancia, entonces, entender que el riesgo del contagio al coronavirus llegó para quedarse por un tiempo prolongado y debemos aprender a gestionarlo. El virus no va a desaparecer de un día para otro.
Es momento de la responsabilidad auténtica. No valen los argumentos baladíes de quienes se oponen a ultranza a volver a las aulas, porque se dicen desconfiados, pero que en cambio acuden sin dudarlo y sin cuidado alguno, a sitios de alto contagio, como antros, bares o centros comerciales.
Ciertamente los costos sociales y económicos de mantener las escuelas cerradas son altísimos, pero al mismo tiempo el riesgo sanitario es indudable y la catástrofe que podría sobrevenir tras una mala gestión, llama a la prudencia y a la adopción de todo tipo previsiones. Cabe decir que en una coyuntura como la actual, todas las precauciones son pocas.
No existen hoy las condiciones idóneas para el regreso presencial. La inmensa mayoría de las escuelas públicas de todos los niveles carece de los insumos básicos para brindar seguridad a sus comunidades. Me atrevo a decir que no pueden, siquiera, garantizar el agua y el jabón en los baños.
El sacrificio ha sido brutal y la tarea de la educación a distancia, colosal, pero no es momento de bajar la guardia. Vayamos, pues, armando consensos para erradicar una polarización que en nada abona. Avancemos con todos los cuidados necesarios hacia esto que será, de no dudarse, un complejo retorno a clases.
Académico de la UNAM