Este 10 de septiembre se cumplen 14 años del secuestro y posterior homicidio de mi adorada hija Silvia Vargas Escalera. Al dolor de esta pérdida que ha dejado una huella indeleble en mi familia —pero sobre todo en mí por el amor enorme e incondicional que le tuve en vida a mi niña— hay que sumarle el desgaste físico, psicológico y emocional con el que cargamos los familiares de las víctimas porque no encontramos justicia.
Me resulta inverosímil que hayan pasado tantos años y que algunos de delincuentes que participaron en estos hechos, aunque están en la cárcel todavía no tengan una sentencia firme como castigo a la atrocidad que cometieron. Otros aún no han sido ni siquiera detenidos.
Durante estos 14 años nuestro podrido y deplorable sistema de justicia mexicana se ha transformado. A nadie escapa que a partir de 2014 paulatinamente se ha ido sustituyendo el viejo sistema de justicia inquisitivo por el sistema penal acusatorio, mejor conocido como juicios orales, y que durante este tiempo ambos modelos de “justicia” han convivido.
Me resulta perverso que quienes tanto pugnaron por estos cambios no hayan luchado con la misma vehemencia por también defender a las víctimas de los delitos y que sus afanes hayan sido únicamente por cuidar el debido proceso y privilegiar que mejor haya un culpable suelto que un inocente en la cárcel.
Sé y entiendo que la justicia debe ser objetiva y sus principios descansan en las leyes, pero no puedo digerir la manera inhumana en la que muchos jueces de este país se conducen en cualquiera de los sistemas penales que existen en México para empeñarse en recalcarnos que debemos esperar durante años a que ellos resuelvan si nos darán la justicia que anhelamos o si viviremos, o moriremos, con el desencanto de nunca tener esa paz y descanso en nuestras almas.
El caso de mi hija Silvia está en el viejo sistema inquisitivo. El caso de la hija de Marisela Escobedo se llevó en el sistema acusatorio. Ninguno de los dos encontramos justicia por los arteros crímenes de nuestras niñas. ¿Algún especialista en derecho penal, algún juez, alguna figura de autoridad en los juzgados mexicanos piensa en nosotros? ¿Se detienen a pensar en otras madres o padres sin justicia que no son mediáticos como nosotros? Al menos nuestros casos son visibles porque los hicimos públicos.
¿O acaso nos hemos reducido ya a un triste número de expediente empolvado? Jueces, hombres y mujeres: ¿cómo podemos motivarlos para sean verdaderos impartidores de justicia y no se excusen una y otra vez o no se escuden en la verborrea legal asquerosa que revictimiza porque ni Silvia, ni Rubí ni la familia de Marisela ni la mía han recibido esa justicia que urge para tener una sociedad que confíe en la justicia mexicana?
No importa cómo se llame el sistema de justicia penal, al final de cuentas los ciudadanos estamos en las manos de los impartidores de justicia, ¿cuándo les vamos a importar? Sé que ustedes no conocieron a Silvia, que no la quieren y que no es más que un frío número en unas carpetas.
También entiendo que sus decisiones objetivas no deben tomarlas con base en sentimentalismos, pero sepan que su indiferencia también mata, también es un crimen. Ayúdennos a aplacar nuestras almas, necesitamos esas sentencias condenatorias para que aquellos que deciden irse por la fácil y secuestran y matan reciban castigos ejemplares. No es sólo por Silvia ni por mí o mi familia, ni por Rubí o Marisela, sino por toda una sociedad que clama por justicia porque ya no puede seguir cargando a sus muertos en la espalda.
A Marisela Escobedo la mataron tres veces: cuando Rubí fue asesinada, cuando los jueces absolvieron al homicida confeso que hasta perdón pidió por sus actos y cuando cobardemente a ella le dispararon afuera del Palacio de Gobierno de Chihuahua. A mí, y a todos aquellos sin justicia en México, los jueces y su inacción nos matan todos los días.