Hace pocos días me encontraba leyendo significativas cifras del suicidio y me encontré una bastante preocupante: en Colombia, entre los jóvenes de 16 a 35 años, desde el 1 de diciembre a la fecha ha aumentado el suicidio en un 20%, esto me llevo a investigar las razones y son temerosas.

En este rango de edad, un gran porcentaje o no cree en la enfermedad o piensan que son inmunes. Las consecuencias, los padres y abuelos hoy están en las Unidades de Cuidados Intensivos de ese país por el contagio de un hijo o nieto, después de un fin de semana de paseo o una noche de pachanga.

Mientras eso sucede, la ONU publicaba un impactante informe: 264 millones de personas en todo el mundo tienen afecciones de salud mental, provocadas por la ansiedad, el confinamiento y los fuertes daños causados por la pandemia, siendo esta la segunda causa de muerte en el planeta entre los jóvenes de 15 a 29 años.

Mientras tanto, en México, el panorama no cambia, los jóvenes están llevando el virus al seno del hogar, con una economía bastante golpeada, con padres y abuelos viviendo con salarios reducidos o con los pocos ahorros que quedan. Llega al interior de sus casas el virus y gracias a un ser amado, que por sus creencias y convicciones determinó no cuidarse, vivir estos días de confinamiento como si fuese un espacio más amplio para la vida social y con el resultado fatal de poner a sus seres amados en riesgo.

Según cifras oficiales, nuestro país no dista mucho de la nación cafetera, desde marzo a hoy han aumentado los suicidios en un 20% en la población más joven; se ha pasado de una tasa de 3 a 5.2 suicidios por cada 100,000 habitantes, siendo los veinteañeros los que más toman la decisión de ponerle fin a la vida.

Aunque crece el miedo en el país a morir por el coronavirus, aún no veo o noto una conciencia clara sobre el comportamiento de los más jóvenes, mientras vemos en las noticias cada tanto una gran fiesta en diversas partes del país, celebrando en playas o sitios privados masivamente, las defunciones siguen en aumento, hasta hoy han sido: 132,069, donde la edad mediana de los decesos es de 64 años, muy seguramente padres o abuelos que deseaban seguir viviendo.

Mientras que Cancún, Acapulco y Puerto Vallarta están llenos, las anteriores cifras nos ratifican que esa edad media de defunciones es una realidad palpable, de unos jóvenes que no miden las consecuencias de sus actos y que, cuando su irresponsabilidad llega a tan graves secuelas en el seno de las familias, es cuando actúan, suicidándose. Los jóvenes no resisten el remordimiento de conciencia de ver a sus progenitores en estados tan lamentables o quizá, ya, en un cementerio, por supuesto, sin poder despedirlos, sin poder verlos y como único resultado unas cenizas en las manos, pues, aún hoy, ningún cuerpo con Covid es entregado a la familia.

Qué necesitamos como sociedad para tomar conciencia, qué necesitan los jóvenes para entender que al ser portadores pueden asesinar de manera indirecta a sus seres amados. No quiero ver a mi país sumido en una crisis como la colombiana, donde cientos de jóvenes determinan acabar con sus vidas ante el cargo de conciencia que tienen al ver a sus padres y abuelos entubados, por su irresponsabilidad y por no aguantar un par de semanas sin una noche de diversión.

No es justo que mientras los adultos de las familias se cuidan, sean los hijos y los nietos los que lleven este padecimiento a los hogares mexicanos.

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