Desde que Las brujas del mar, en Veracruz, lanzaron una iniciativa que se ha convertido en ola en el territorio nacional, me preparo para el día. En el aula comento que no iré a dar clases y para mi sorpresa veo que ellas asienten, pero no levantan la voz, la UACM ha mandado un comunicado que se solidariza con el paro nacional, como supongo pasará en muchas de las áreas de trabajo de las mujeres. Pero es una mera suposición porque a ras de calle también voy preguntando cuando entro al salón de belleza si trabajarán el lunes 9. Se hace un silencio incómodo, como si la chica que me arregla las uñas no pudiera claramente manifestar su voluntad. Mira a los lados. Los lunes es día de guardia, unas no están en el dilema. En el salón trabajan hombres y mujeres, me atrevo a decirles en voz alta que no vayan y que espero que las clientas no aparezcan ese día. Recojo en un lugar de composturas unas prendas de ropa, las chicas que trabajan allí me contestan que no abrirán el 9, con una disculpa por si yo quería ir y con cierto orgullo porque se sumarán al paro. Me alegro mucho, les digo. Tal vez la dueña de la reparadora de ropa sea mujer y le esté claro el momento. Tal vez en el salón estén pensando en que qué tal si van clientes. El dinero diario implica posibilidades de sufragar los gastos del negocio. Pero de eso se trata: de que el día no sea el mismo, que se tiña de morado por nuestra ausencia.

La señora que me ayuda en casa no vendrá y espero que en su casa no haga nada, hay que correr la voz, hay que hacer el hueco. Quiero que alguien salga con su cámara y me muestre los espacios del país sin nosotras. Comprendo que habrá quienes no tengan más remedio que salir de casa a la cita médica, a una emergencia, pero espero que no sea porque el patrón amenazó con descontarle el día. Yo quiero mirar México sin nosotras. Que los medios, sin reporteras, camarógrafas, comentaristas nos devuelvan el rostro mutilado de un país sin mujeres. Que si es fifí el movimiento, que si conservador, ojalá sea total, desde toda la escala social, sin distinción. Los feminicidios nos agreden a todas y a todos. Ojalá la suma de las ausencias muestre que somos mucho más que partidos políticos, descalificaciones, desunión. Ya en su momento ser rico ha sido un argumento para descalificar la participación de mujeres en movimientos nacionales. Me refiero a Leonor Villegas, cuya historia me dio pie para escribir Las rebeldes. Originaria de Nuevo Laredo, hija de terrateniente, educada en Estados Unidos, periodista y fundadora de una escuela donde se enseñaba el español en Laredo, a la muerte de Madero y en la primera batalla de Nuevo Laredo de federales y rebeldes, Leonor formó un cuerpo binacional de enfermeras y doctores que atendieron a las heridos en su casa transformada en Hospital de sangre. Al poco tiempo, Carranza la llamó a su lado para ir desde El Paso a la Ciudad de México, acompañando las batallas constitucionalistas con el cuerpo de enfermeras y reporteros de la Cruz Blanca para la cual Villegas empeñó sus recursos y consiguió otros tantos. Después del triunfo de Carranza, Leonor Villegas escribió sus memorias. Existen las cartas de rechazo: ni Carranza ni las editoriales del momento tuvieron interés en publicarlas. No las vio publicadas en vida ni su hija. La Universidad de Houston las publicó en inglés y español cuando la nieta donó el archivo al programa Hispanic Literary Heritage, mismo que yo consulté de primera mano para escribir la novela. Una mujer mexicana y rica, bilingüe de avanzada, de la frontera, una verdadera generala al frente del servicio médico y periodístico en la lucha carrancista no le interesaba a nadie (léase ellos). Leonor no iba con el imaginario revolucionario que aplanó a todas las mujeres y las hizo compañeras de sus Juanes, Adelitas de Pancho Villa. Pero Adela Velarde si existió y fue enfermera de la Cruz Blanca. Mirada por los ojos de ellos resultó una narrativa más adecuada que la de una mujer tomando el mando y participando tras bambalinas con el ejército constitucionalista en la gesta revolucionaria.

Propongo para el 9 de marzo, donde ninguna se mueve, que las mujeres aprovechemos para estar con otras mujeres, para recuperar la tertulia, para recordar a nuestras madres y abuelas, sus vidas, sus pesares, sus fortalezas. Para reconocer la herencia histórica, para leer “La Sunamita”, de Inés Arredondo en voz alta y vacunarnos contra ese destino. Leer mujeres (por cierto, mi reciente novela, Todo sobre nosotras, es sobre la amistad entre mujeres), escribir, ver fotos. Recordar, platicar con hijas y nietas y reconocer el respeto que merecemos. Ponernos en pausa. Reírnos. Porque de allí en adelante son necesarios programas de sensibilización social a todos niveles y en todos los espacios para que el respeto y la dignidad de toda mujer nunca puedan ser pisoteadas, y el abuso y el feminicidio dejen de ser la realidad hiriente.

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