Abrir paquetes cuyo contenido desconoces siempre produce una emoción infantil. Llegan tres libros a casa. El mismo día, juntos. Radicales libres, de Rosa Beltrán; Autobiografía del algodón, de Cristina Rivera Garza y Ella entró por la ventana del baño, de Elmer Mendoza. No son los libros de cualquier autor que yo también pudiera admirar y desear leer, como Ian McEwan o Manuel Vilas. Recibir los libros de tres escritores mexicanos contemporáneos a quienes conocí precisamente desde el oficio de la escritura, es confirmar su búsqueda imparable, abrir plaza a la expectación y a la complicidad. Intento descifrar qué tienen en común los libros además de su arribo simultáneo: los tres pertenecen a diferentes sellos de Penguin Random House Mondadori, es cierto y su tamaño es vistoso. Fueron publicados en el 2020 y 2021, escritos en gran medida durante la pandemia, ciertamente publicados en semáforo naranja o amarillo. No han sido presentados presencialmente (una particularidad que ahora distingue nuestro vocabulario). La nueva novela de Elmer pertenece a la serie El Zurdo Mendieta, a quien yo —como muchos lectores— ya queremos, y el título en una portada pop alude a la conocida canción de los Beatles, que me da la certeza de que la música estará presente como siempre. La portada de la novela de Cristina Rivera Garza: un mapa sepia de la frontera norte entre Tamaulipas y Texas (ella nació en Matamoros) y tiene que ver con la búsqueda de su origen. Mi fascinación por los mapas y el espíritu siempre experimental de la autora incitan mi curiosidad ¿Qué habrá hecho Cristina en este libro con título tan seductor como el de la novela de Jamaica Kincaid: Autobiografía de mi madre? La novela de Rosa lleva un título y portada enigmáticos. Radicales libres, vaya ambigüedad, desde la química en la secundaria hasta su literalidad. El cuadro de José Fors con un fondo negro muestra a una mujer con encaje que cubre medio rostro con la penca de nopal sostenida por un guante de vinil azul. No puedo descifrarlo. Lo quiero leer de inmediato porque empieza con el día en que la madre de la protagonista se va de casa con un hombre en una moto. Son los años 70.

Las tres novelas, por lo que leo en la cuarta de forros, refieren a territorios. La escritura es siempre un territorio. Es animal y darwiniana. Pienso esas locuras mientras trato de emparentar los tres libros. Elmer ha hecho de ciudades sinaloenses, como Los Mochis y Culiacán, territorios literarios. Ha convertido los ríos Tamazula y Humaya en una referencia mítica. En la escritura de Rosa Beltrán, el territorio son las familias y la Ciudad de México. Cristina siempre refiere a las fronteras de todo tipo. A cada uno de ellos lo conocí en su territorio, se hicieron mis amigos y los he seguido leyendo con entusiasmo cómplice. Con cada uno he compartido la mesa, varias mesas, pero algunas espectaculares como el desayuno en la que el paradero de traileros piso de tierra, machaca de mantarraya en el entronque de Todos Santos y La Paz en Baja California Sur, adonde me llevó Elmer Mendoza. Con Cristina estuve en La Central de Lima, donde degustamos 13 platillos de distintas alturas desde el fondo del mar hasta la línea de los árboles en los Andes pasando por pirañas del Amazonas. Con Rosa hemos compartido un manojo de mesas en México y el mundo, todas entrañables. Y con los tres juntos, ahora me queda mucho más clara la confluencia de los tres libros tan cerca de mi corazón, la mesa en el hotel de Ciudad Juárez donde nos tuvieron confinados durante un encuentro literario, dado lo peligroso de la ciudad.

Con la palabra escrita toda distancia está quebrada y ya pongo punto final porque se me cuecen las habas por empezar a leer. Espero que a ustedes también.

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