La pandemia, como un presente sostenido, nos tiene muy alertas del futuro. Día a día resolvemos los apremios cotidianos de alimento, higiene, limpieza de la casa, actividad física, todo aquello laboral que podemos resolver desde el espacio del confinamiento y, para quienes tienen hijos en edad escolar y pre-escolar, una constante tarea de acompañamiento. Rematamos el día ansiosos y cansados de cifras, que nos den un retrato del instante. No estamos muy ciertos de si el retrato es fidedigno, pero es todo lo que tenemos. En realidad la única certeza que poseemos es un presente amenazado de muerte que día a día nos coloca en “el anciano futuro”. Había dictado a la computadora “el ansia de futuro” —la excesiva actividad frente al teclado me ha lastimado el cuello y el hombro y pruebo dictar a la máquina—. Y aunque ese también es mi presente, yo ni nadie podríamos sostener nuestra precaria o privilegiada forma de sobrevivir en este tiempo, si no fuera por el atisbo del futuro. ¿Un anciano futuro?, ¿este lapsus tecnológico me revela algo?, ¿la nueva normalidad es un anciano futuro? Es cierto que cada día envejece conforme lo transitamos y el futuro, en una digestión insensata, se hace presente de inmediato y a paladas se amontona a nuestras espaldas.

El futuro inmediato de nuestra forma de vida está ahora controlado por semáforos. Curioso pensar que algo más grande que nosotros mismos, un dislate biológico, una evidencia de nuestro origen molecular, de que no controlamos todo, de que no todo es el voto público y la voluntad de la mayoría, es el todopoderoso virus que dicta nuestros pasos del rojo al verde. Es un futuro muy extraño, condicionado el retroceso pues nada nos dice que habiendo llegado a un deseado amarillo no tendremos que volver al rojo. ¿Qué clase de futuro es este?, ¿cómo nos diseñamos en este pantanoso panorama? Bueno, no es que no hayamos visto ciertas cosas gratas de este paren el mundo, enciérrate atiéndete, estáte con los más cercanos si la vida es llevadera ahí, pero ya estamos cansados de verle el lado bueno sin entender cómo es lo que sigue. Cada ciudadano tiene también su propio decálogo, un recetario de cuidados para el presente, pero dónde está el panorama de un futuro que solíamos calendarizar. El futuro era una agenda, el futuro es ahora un pantano. Nos asomamos a él, como nuestra única bola de cristal tangible, a través de las fotos y las noticias que dan cuenta de cómo se retoma el espacio público en otros países. La transparencia del cristal pronto se empaña porque un nuevo brote en un mercado de Beijing obliga al retroceso, lo único diferente es que ese pasado ya es conocido, quizás estamos mejor armados en lo práctico para resolverlo, pero no en lo emocional.

No sé si les pasó a ustedes, pero ver películas o series, el entretenimiento del siglo XXI desde la casa, es un melancólico viaje al pasado. Ahí están representadas nuestras costumbres que hace tres meses era nuestra normalidad, el pan nuestro de cada día. Las reuniones, los bailes, los aviones, comer fuera de casa, los paseantes en la calle, los festejos, los trabajos, los abrazos entre amigos, padres, hijos, amantes. Las risas muy cercanas salpicando de saliva sin pudor alguno. Qué normal era la caricia, el apretón de manos, el estoy aquí con un gesto físico y no con este exceso de palabras al que nos obliga la llamada nueva normalidad, porque en la virtualidad no hay silencio que comunique. Me preocupa qué nos está pasando con esas formas de relación que hace tres meses regían nuestros procederes. Las hemos tenido que domesticar, aplacar, confinar en el calabozo del peligro. La pantalla del entretenimiento es otra bola de cristal que nos muestra el pasado, que no dudo necesita de rediseño, pero que no puede prescindir de lo que el presente y el futuro cercano nos escatiman: la desenfadada cercanía y la espontánea manifestación física del silencio de los afectos.

Nos desea un futuro que se nutra de nuestra antigua normalidad desechando su vértigo y su falta de humanidad, pero que no haga del final del invierno de 2020 una época arcaica e irrecuperable. Nos deseo un renovado futuro.

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