A partir del gradual desconfinamiento hay quienes han preferido quedarse en casa, si la posibilidad laboral se los permite, y quienes con más facilidad hemos puesto un pie en la calle. Resulta que hay un término médico para quienes después de un confinamiento desarrollan temores patológicos para salir de casa: el síndrome de la cabaña. Como síndrome tiene sintomatología específica según leo, pero también lo usamos a la ligera después de sentirnos amenazados por lo otro y los otros allá afuera y percibirnos menos vulnerables en el encierro. Cada quién elige su manera de salir de la cabaña sobre todo a eventos públicos, para mí fue especial ir a la ópera en el Palacio de Bellas Artes. Un antes y un después.
Emerger del estacionamiento de Bellas Artes en la explanada blanquísima y observar el Palacio como una aparición súbita ponía la piel chinita. Fue la noche del día de las manifestaciones anti aborto. El cerco azul para proteger al Palacio de vandalismo se veía por el reverso y simulaba la escenografía de película futurista o apocalíptica. La muy poca gente que apenas se movía tomándose fotos frente al Palacio, antes de entrar a la función, parecían actores contratados para que reviviera el escenario ciudad nocturna y fuésemos testigos de ello. Esa noche sin lluvia la oscuridad del cielo dialogaba con la blancura de la piedra. Mi ciudad, pensé. Mi ciudad, me emocioné.
Adentro del recinto, el acomodo en las butacas era muy espaciado. Si ya la belleza del teatro contagiaba de expectación, de novedad, de resurgimiento del espectáculo, cuando el primer violín dio la nota para que toda la orquesta, visible sobre el escenario, se afinara, el pecho se ensanchó agradecido. Escuchar la orquesta que con tapabocas se protegía y nos protegía y cuyos instrumentos de viento se parapetaban tras una mica… Música viva corografeada por el director Iván López Reynoso moviendo la batuta. La ópera Montezuma de Carl Heinrich Graun, que no se había montado en la Ciudad de México desde 1992, se abrió como una fruta de pulpa discreta y elegante. Fue escrita por Federico II de Prusia que admiraba a Moctezuma II y se estrenó en Europa con un libreto al italiano de Giampietro Tagliazucchi en 1776. Época que coincide con otros furores y asombros por el nuevo mundo en donde Vivaldi compuso otra ópera sobre Moctezuma y luego el escritor cubano Alejo Carpentier reprodujo el momento en su exquisita novela fársica, Concierto barroco. La música de la ópera Montezuma, entre barroca y romántica como dicen los expertos, es en sí un deleite. Las voces de la mezzosoprano Guadalupe Paz que hace de Moctezuma o de la soprano Karen Gardeazábal, en el papel de la esposa tlaxcalteca del emperador, son memorables en aquel momento a dúo donde la resolución escenográfica de Jesús Hernández cierra páneles para encuadrar una escena íntima a la que nos asomamos. Llaman semi escenificación a la puesta que dirige Ruby Tagle en un entarimado en niveles que además de permitir momentos distintos, ascensos y descensos de los personajes, remite a las construcciones piramidales de la capital mexica. Me entero que la obra fue compuesta para castrati por eso la mayor parte del elenco son mujeres.
Cuando se acaba la función y esa tercera parte del teatro que ocupa la sala aplaude, no sólo festejamos esa ópera con la que abre puertas el Palacio de Bellas Artes sino la experiencia viva del arte. Salgo gratificada. El cielo chilango es más bello en el silencio de la noche y deja que palpite la experiencia mientras el Palacio se queda atrás y yo desciendo a las tripas de mi ciudad, segura de que no me quiero perder de la belleza y con el alivio de que hemos empezado a dejar el encierro en la cabaña como una forma de vida.