Con el paso del tiempo he visto proliferar las ferias de libro en el país. Dentro del panorama de noticias preocupantes, esta es una realidad luminosa. No todo pasado es descalificable (un poco de racionalidad, por favor) y es cierto que las actitudes, las acciones que permanecen se construyen con lentitud, con constancia. Las ferias que ocurren a lo largo y ancho del país tienen distintas personalidades, por decirlo de alguna manera, o particularidades que le dan sus enclaves, sus equipos de trabajo y dirección. Pero invariablemente son ese punto de encuentro entre el libro y su lector, entre editores, promotores, los lectores y el autor. Puedo hablar de ellas porque los escritores “palenqueamos”, asistimos a las ferias en que somos invitados o llevados por las editoriales que nos publican. Puedo decir que me ha ido bien en la feria… por decirlo llanamente; porque haya poca o mucha asistencia a los eventos se construye el puente, ese que conecta al objeto libro, que no es parte de la vida cotidiana de todos, con sus dadores de vida. Los lectores. Me sorprende que un reportero de Notimex que me entrevistó en la reciente FILIJ (Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil) de Mérida, que estrenó nueva sede este año además de la de la Ciudad de México, haya publicado que yo dije que el precio de los libros nunca es un problema para la lectura. En primer lugar, porque yo desaliento el uso de la palabra nunca en mi escritura, en mis talleres de escritura y en la vida. Y nunca tiene un matiz muy diferente a no. Aclaro, ayuda mucho que los libros tengan precios accesibles, pero sin el puente que forma lectores da igual si los libros se regalan. La formación de lectores es lo que un Estado debe regalar si quiere incidir en los índices de lectura y por lo tanto de actitudes críticas, imaginativas, etc.

Perdonen el desvío que viene a cuento por la importancia de que existan y cada vez haya más ferias de libro en el país. Las hay monumentales e internacionales, como la FIL Guadalajara, única en Latinoamérica; la del Zócalo de la CDMX, siempre llena llueva, truene o relampaguee; la de Minería, en la capital, que resulta insuficiente; la de Monterrey, que ocupa un espacio generoso en el Parque Fundidora; la FILEY, en Mérida, que nació a lo grande, pero a la que hay que estarle dando oxígeno con soplete, pues no bastan los stands con libros que pagan las editoriales, las ferias son siempre el posible diálogo con autores, y para ello hay que convocarlos al palenque. FILO, en la ciudad de Oaxaca, es una feria con sello propio que siempre sorprende gratamente; cambió de sede del parque El Llano a un centro de convenciones de singular arquitectura que Oaxaca puede presumir tan bien. Este año se preocuparon por la presencia de las mujeres: autoras, ilustradoras, jóvenes, e hicieron foros y muros donde se expresaban opiniones y se hacían debates. La feria de Tijuana, en el extremo norte, es muy concurrida, incluso vienen hispanohablantes del otro lado de la frontera a buscar títulos y autores. Me encanta la feria de Mochis, que ocurre en estos días, porque tiene un tono afable, cálido. Es una feria amable desde sus carpas que avivan el día y sus conciertos musicales que encienden la noche. Le tengo cariño. Mazatlán mudó la sede de su feria en la Plaza Machado que permitía a los libros convivir con transeúntes y comensales de los restaurantes circundantes de manera muy natural, a un recinto universitario, pero persiste y es concurrida y eso es lo principal. La Universidad Autónoma de Nuevo León tiene su feria bien puesta y bulliciosa, y la Autónoma de Nayarit también me ha sorprendido con su convocatoria y organización. La de Acapulco parece tan vulnerable como la ciudad, la cancelan de última hora. Y me consta que hay escritores que pelean por ella. Allí está la de Hermosillo, resistiendo el calor. Ciudad Juárez y la Ciudad de Chihuahua mantienen sus ferias y voy a calar la de Tabasco en los días siguientes; pero ya promete ser especial cuando a Selma Ancira la premian por su trabajo como traductora. Desde luego no menciono todas. A las ferias se les nota quiénes las dirigen, las encabezan con cariño, forman equipos especializados con dedicación. A todos, mi reconocimiento.

La Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, a cuya primera edición en la explanada del Auditorio Nacional yo asistí con un libro en ciernes de cuentos ecológicos (yo era bióloga), se volvió un fenómeno de concurrencia, ahora regresa a su sede en el CENART, y no debiera ser objeto de duda. Iniciativas como su expansión a ciudades del interior me parecen necesarias y afortunadas. Mérida ya lleva la delantera. Y es verdad, las ferias con sus actividades, presencia de libros y autores siembran lectores.

A palenquear que tengo novela nueva: Todo sobre nosotras.

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