Las tribulaciones cotidianas están hechas de los apremios domésticos, los reclamos de la salud y las noticias que son el andamiaje donde nos movemos. Por eso lo extraordinario, lo que nos hace sacar la cabeza del día a día, nos emociona y nos recuerda que a veces estamos perdidos en nuestra pequeñez, que la dimensión del tiempo y el espacio son otras y que poseemos la capacidad de asombrarnos. Así fue el espectáculo que nos preparó el universo en días pasados: el eclipse lunar. Pudimos ser testigos sin pagar boleto, sin instrumentos ópticos, sin muchos conocimientos astronómicos de lo que la circunstancial alineación del Sol, la Tierra y la Luna permitió observar: nuestro satélite tan rojo y esférico como si estuviera vivo. Nos lo explicaron en la escuela con esquemas, pero vivirlo es ver que la masa de la Tierra ensombrece a la Luna porque estorba el brillo del Sol reflejado sobre su superficie. Y “El lado oscuro de la luna” sugiere la voluptuosidad de su cara oculta.
Otra forma de mis asombros que ha coincidido con rastrear el espectáculo lunar ha sido la lectura de la novela ganadora del Premio Planeta 2021. No sólo por el placer que provoca leer un thriller en donde perseguimos con los personajes la verdad, sino porque con La Bestia volvemos a la experiencia de leer aquellas novelas del siglo XIX detalladas en costumbres, en retablos sociales, en maneras de otra época. Carmen Mola es una hidra de tres cabezas porque la novela está escrita por Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, quienes combinan la amistad, el oficio de guionistas, la escritura de sus propias novelas con la escritura en equipo de esta y otras novelas. La historia ocurre en un verano madrileño de 1834, con la pugna entre carlistas (tradicionalistas) e isabelinos (liberales), en medio de la epidemia de cólera, donde están desapareciendo niñas y la pelirroja Lucía, de 14 años, pobre y audaz, habitante de Peñuelas, al otro lado de la cerca del Madrid, hará todo por encontrar a su hermana. Los problemas del presente dialogan con los de esta novela porque, como los propios autores dicen, las novelas son para poder relacionarnos con él hoy. Las encrucijadas por las que nos lleva a La Bestia, donde las vueltas de tuerca inesperadas están siempre un paso adelante de nosotros para sorprendernos con la astucia narrativa, devienen en una novela que no queremos soltar. Madrid que se devora a sí misma, que siempre renace, como afirma el narrador, es uno de los personajes esenciales, entre otros, como el policía tuerto, el monje guerrero, el periodista romántico, la dueña del prostíbulo, la actriz adicta, la noble astuta, etc. Jorge Díaz afirma que esta es una novela de amor, y es cierto que entre la violencia del asesinato de un centenar de monjes en la iglesia de San Francisco el Grande —piedra de toque de la realidad que desató en los autores el deseo de escribir esta novela— quienes habitan este mundo de ficción buscan la luz en la ternura y la cercanía amorosa.
La lectura nos lleva a revisar quiénes somos cuando los personajes se asemejan a los de hoy: epidemia incontrolable, radicalismos políticos, mujeres desaparecidas, periodistas perseguidos. Me propongo hacer todo lo posible para que no se eclipsen los asombros que dan otra estatura a los afanes cotidianos, sin tener que esperar nuevamente a que el Sol, la Luna y la Tierra estén en sintonía.