Es cierto que la experiencia del arte en cualquiera de sus manifestaciones siempre ensancha el espíritu, enriquece el diálogo con lo sutil, aceita asombros y da un sentido más profundo a nuestra mortal existencia. En tiempos como los que estamos viviendo la necesidad del arte es mucho más evidente. Me queda muy claro mientras leo la novela-documento de Verónica Ortíz Lawrenz, publicada recientemente por Lectorum, Una decisión equivocada. Anita, la tía de la autora, nacida en Sonora pero enviada junto con sus hermanas a Alemania en 1938, es apresada al triunfo de los aliados por un guardia ruso que intenta abusar de ella. Al huir es acusada de espía. El periplo carcelero, injusto y vejatorio; el trato inhumano y la imposibilidad de demostrar su inocencia y ser enviada a México, calan hondo en el lector que ha sido advertido por la autora de las conversaciones con las que se documentó para poder elaborar este poderoso y desgarrador texto. Me detengo en el momento en que Anita escucha música en aquel campo de concentración nazi convertido en cárcel rusa: Una noche las llevaron a un amplio sótano adaptado como teatro. Fue una hermosa sorpresa, Heinrich dirigía la obra y Bebel Macharoff, un rumano, era el director de orquesta. Los mismos presos actuaban y tocaban algunos instrumentos viejos y desafinados. “Verlos y escucharlos era como estar en el cielo”, recordaba Anita. Pusieron Madame Butterfly. Esos fueron, en muchos tiempo, momentos de felicidad y tranquilidad. Conmueve el arropo de la música, el cobijo de la belleza, el respiro de dignidad pasajera devuelto a la joven de 17 años.
El consuelo del arte. Las lecturas que habitualmente hacemos han cobrado otra dimensión en estos tiempos pandémicos. Los libros han sido una compañía piel a piel. Si años anteriores me he propuesto hacer una bitácora para recordar lo leído en el año, cuando empieza el siguiente de alguna manera ya no recuerdo con precisión los títulos recorridos. Pero el 2020 ha fijado de otra manera las experiencias lectoras. Me doy cuenta que abundaron las escritoras. El muy original Los errantes, a caballo entre el ensayo y los relatos, de Olga Tocarczuk, premio Nobel 2019; la orfandad en medio de la comprensión de la participación de Cuba en la guerra de Angola en el entrañable El hijo del héroe de la cubana Karla Suárez; Temporada de huracanes, violento y desolado, de Fernanda Melchor; Demasiado odio de Sara Sefchovich, el reverso de Demasiado amor, muchos años después en que la protagonista regresa a México, conoce y viaja con su amante-hijo de Apatzingán para reconocer, acostumbrarse y participar en la violencia irracional. Su lectura precedió a La decisión equivocada de Ortíz Lawrenz y de alguna manera se encaran dos violencias al límite, dos oscuridades de guerras, con dos tonos y en dos momentos históricos.
Imparto un curso virtual de lectura de cuentos a través de la Sociedad Artística Sinaloense y me doy cuenta de la capacidad que tienen ciertas piezas memorables para aterciopelar la incertidumbre, ofrecer resquicios de belleza frente a las cifras amenazantes de una pandemia que en nuestro país parece incontrolable. Pienso en Anita Lawrenz Tirado, cuya circunstancia me duele en los huesos, y estoy con ella mientras escucha ese trozo de concierto. Sólo el arte puede mitigar el horror.