Cuando mis hijas eran pequeñas les leía un poema de Lorca que era fácil de aprender: Canción tonta. El niño pide varias cosas a su madre y la única que es posible es que ella lo borde en su almohada. Me da vueltas la frase, mejor bórdame en tu almohada, después de haber visto la exposición de mi hermana María José Lavín en la Galería del Seminario de Cultura Mexicana que estará hasta el 15 de enero y que les recomiendo visitar en la Ciudad de México: Sueños a la carta. Las mujeres soñantes flotan con esos cuerpos carnosos, terrenales, aligerados por el material innovador con el que ella ha construido estas figuras. Con una pluma 3D y PLA, una pasta hecha de fibras reciclables, erige en el aire estas formas redondeadas, muslos, vientres, algunos con embarazo, senos, pies menudos, cabeza pequeña, sexo también redondo y manos elocuentes. Las almohadas hechas con esa técnica de filigrana que dan la impresión de metal, de hilo, de hielo están suspendidas alrededor de ellas o se asientan en pedestales bajos cuando son de bronce, de resina, de piedra. Las almohadas llevan la huella redonda de la cabeza que poseyeron. Es curioso como la almohada resulta ser el negativo, el hueco que alude a la presencia.

El reciente trabajo de la artista plástica tiene que ver con las mujeres, constante en su trayectoria tanto en la pintura como en la escultura. La exploración de materiales es un tema en sí mismo: sea la porcelana de un milímetro, el barro, papel o el fieltro trabajados en el CASA de Oaxaca . Presencia y ausencia, como ella misma ha explicado, son conceptos que acompañan el paseo acotado por muros azul noche en el espléndido montaje de Felipe Leal. Me asombra lo que ha hecho con y de las almohadas. “Ahí estamos cuando soñamos o cuando morimos”, dice. En ellas está la huella del despertar o del haber vivido. Y yo les miro las arrugas, cómo han sido mancilladas por el peso de la cabeza, el peso de lo que contiene nuestra cabeza. Reposo y trajín . En las almohadas nos abandonamos, nos acunan, nos desconectan de la realidad pragmática que nos requiere en la acción y en la preocupación. Son salvoconductos. María José nos recuerda la huella efímera de su poder. Las almohadas son balsas, por eso Jaime Moreno Villarreal habla del viaje cuando se refiere a las figuras de esta exposición. Mientras reposas te alejas de ti misma. Tienes permiso de andar por otros lados, incluso de juguetear con el cuerpo, descomponer la lógica de los actos, de reunir lo imposible. Porque el sueño es eso que nos sucede en el inconciente y también lo que nos proponemos. Lo inalcanzable, un borde. Una almohada. Qué objeto más cotidiano elevado a un altar. Imagino al ser humano encontrando la manera de hacerse de una almohada con una piedra redondeada, musgo del bosque, un pedazo de tronco, paja, lana, borra de algodón, bagazo. Objetos de siempre necesarios, umbrales para transitar a ese otro mundo que es el sueño.

Por las mañana las refrescamos al esponjarlas y borrar la huella del dormir. Que se pueda volver a soñar en la noche, que se repita el abandono, que no nos ancle el cuerpo a lo inmediato. Almohadas que se abrazan en el momento del placer o del dolor. Almohadas que miramos estrujados cuando el cuerpo del recién fallecido ha sido retirado. Hay en ella una última huella de nuestro peso y nuestro paso en el mundo. Una forma de permanencia es quedar bordados en ella como proponía Lorca o asombrarnos con la dignidad y presencia que les concede María José Lavín en Sueños a la carta, entre los hallazgos de esta imperdible experiencia.

(Les deseo un año nuevo de almohadas renovadas, de sueños sin inventario, de borrón y cuenta nueva. De huellas. Y siganme acompañando con su lectura: me hacen falta.)

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