Señor Presidente: Francamente estoy confundida. Después de requerir que España pida perdón a México por los hechos de hace 500 años y ante su negativa excluirlo de los festejos del bicentenario de la Independencia este 27 de septiembre (Proceso, 2 de mayo), no sé qué pensar de lo que usted ha llamado su pasión por la Historia, su conocimiento de la misma y su deseo de figurar a través de una transformación “mayúscula”. La petición tiene un tinte de obsolescencia y retroceso, de inutilidad contemporánea. Y me atrevo a pensar, no quiero pensar mal pero usted me ha orillado, de arenga nacionalista. Entiendo entonces que los únicos realmente mexicanos son los de ascendencia prehispánica, mantenida durante más de medio milenio. ¡Ah la pureza de la raza! Eso nos excluye a usted y a mí, señor Presidente.

Estoy confundida porque no sé si yo también le tengo que pedir perdón a alguien porque mis abuelos paternos fueron migrantes españoles que a principios del siglo XX vinieron a hacer la América (como los mexicanos que se van “para el otro lado”), y a pesar de que asesinaron a mi abuelo cerca de Huiztla, en Chiapas, la viuda con sus hijos se quedó en el país donde había fundado una vida. Mi madre vino como niña de la guerra civil española, acogida por la generosidad del general Lázaro Cárdenas, entonces, por donde quiera que usted vea, tengo abuelos españoles y más para atrás sangre mora como es lógico en el mestizaje peninsular y quién sabe que otras evidencias de poderosos y vencidos, por algo mi abuelo materno llevaba por segundo apellido Almoguera.

Estoy confundida porque no sé si al rato, como sucedió en tiempos de Echeverría (que le son muy claros), los que teníamos ascendencia española estábamos obligados a renunciar a la nacionalidad española para obtener el pasaporte mexicano. Ahora tenemos doble nacionalidad producto de la historia migrante de nuestras familias como sucede en la historia del planeta. No sé si para ser mexicanos, a su entender, tendremos que renunciar a esa doble nacionalidad.

Estoy confundida porque no sé cómo colocarme bajo su gobierno donde seguramente usted no me considera pueblo, y yo soy ciudadana mexicana. Ahí empiezan los problemas, por ser mujer nuestros reclamos le parecen exagerados, como “madrecita” me hace responsable de la delincuencia en el país, como clase media me ningunea aduciendo un exceso de privilegios, como escritora con una opinión crítica me tacha de enemiga de México, de conservadora. Entonces, señor Presidente, le pregunto si tengo lugar en su país, en el país que usted construye con una narrativa a modo. Porque yo amo este país.

Sé que duerme muy poco. Las mañaneras y atender México no le dejan mucho espacio para el descanso, ya se le va notando en el rostro, también en ciertas ideas. Ya sabemos que no consulta con nadie, que escucha poco, pero quiero creer que algo consulta con la almohada. Ya que el país es de todos, y sus seguidores de Morena (cuidado y se desmarcan) y todo su gabinete y gobernantes tienen un sueldo porque los mexicanos pagamos impuestos, tengo derecho a esta sugerencia. ¿Por qué no manda a la almohada a especializarse en Historia, diplomacia, actualidad, inclusión, feminismo, autonomía institucional, moderación, medio ambiente (hasta de dicción) y sobretodo de honestidad con la realidad?

Post Data: Su México exige un perdón a España, y yo me pregunto ¿quién pedirá perdón a los deudos de las víctimas de la tragedia de la Línea 12 del Metro, en la estación que alimenta a uno de los planteles de la Universidad que usted fundó hace 20 años, y donde yo soy profesora? Este es un perdón obligado …pero usted ni siquiera se apersonó con los dolientes.