Esta vez si me ando por las ramas, deliberadamente. Esta vez sí les quiero dorar la píldora porque me duele ver las imágenes de civiles heridos en la invasión de Ucrania. Tengo que dar la vuelta a la hoja de periódico ante la foto de un niño herido, en el hospital. Cuando ha muerto más de un centenar de pequeños y pierden casa, padres, país, algunos legisladores que NO me representan se declaran amigos del gobierno del país invasor. No hay palabras que justifiquen esto y no entiendo por qué algunos las encuentran. El desencuentro es la norma en nuestros días, en México, por eso quiero un poco de luz. La primavera la merece. La luz reverbera, el día se alarga desparpajado como presagio del verano que en el centro y sur del país es pródigo en lluvias y tempestades. Pero la primavera es apacible, es floral. La Ciudad de México presume las jacarandas que no sólo son cielo de flores moradas si no tapetes para enrebozarnos de pies a cabeza en el singular color de la leguminosa, que siendo extranjera se naturalizó sin papeleo. Año con año se repite el ciclo por encima de las turbulencias políticas, mediáticas, de salud, económicas, de guerra y exilio forzado. La primavera nos recuerda que un marzo comenzó la pandemia y un marzo nuevamente abrimos las puertas con sigilo, nos acercamos, y contemplamos con arrobo agradecido el espectáculo floral.
Si me hubiese sido dado escoger mi nombre al nacer entre los de origen vegetal no me hubiera ido por la Rosa porque siempre guarda un misterio inalcanzable, tampoco por la Hortensia porque algo tiene de azul melancolía, de la Margarita no me gusta su inclinación a ser deshojada. Violeta me parece ojerosa, Dalia, demasiado patriótica, Huele de noche prometería placeres, pero se presta para toda clase de burlas y no está en el calendario onomástico, Jacinta es demasiado personaje de Galdós, y Lila, trágica como la ópera de Carmen. Lirio es inalcanzable con su altiva pureza, Iris es ambiguo como la mirada. No sería Amapola porque no quiero que se maten por mí. Mejor Azucena, aunque lleva una carga de intachable. Llamarme Flor o Xóchitl podría englobar el catálogo de las angiospermas, pero sin detalle y especificidad y quién quiere eso. Hubiera escogido Jacaranda, porque me habría sido conferida la capacidad de asombrar a los demás, de irrumpir con una belleza súbita pero no permanente, porque junto a mí se requeriría la paciencia para verme iluminar la bóveda y el camino, porque tendría un mes del año para mí, porque eso de estar por los cielos y los suelos me volvería soñadora y terrenal. Porque conmigo iría la alegría que necesita de la ausencia para celebrar mi renovada aparición. Jacaranda me haría personaje. Pero me gusta mi nombre que quiere decir la que ama a la soledad. Tal vez es un buen nombre para ser escritora y asombrarme año con año del prodigio de la floración primaveral de este árbol que inunda la Ciudad de México. Me he enterado que en algunas funerarias puedes escoger anticipadamente en qué árbol te quieres convertir, imagino que pueden mezclar tus cenizas con la semilla y la tierra. Me parece una imaginativa forma de permanecer. Pero por fortuna sigo en el lado de la vida.
Van mis deseos florales, la luz primaveral, para quienes padecen la guerra y el exilio en el mundo.