Las actividades presenciales comienzan, como si se encendieron poco a poco las luces de un escenario. Por ello fui invitada por el Colegio Terranova en la ciudad de San Luis Potosí a charlar con los lectores de secundaria y prepa durante su feria de libro. Deliberadamente los llamo lectores porque es en la biblioteca, y con un programa permanente de estímulo para que los chicos lean, comenten y contagien, donde ocurrió la charla y la preparación para ella. El entusiasmo de los jóvenes por preguntar, comentar incluso querer que les firmara algún libro ( sólo lo presencial y el libro físico permiten eso) me hizo apreciar la importancia de las bibliotecas escolares.

En esta escuela fundada hace 20 años hay dos corazones que alimentan la curiosidad por los mundos narrados, que siembran el apetito por los libros. Mago dirige la de la primaria y Blanca la del bachillerato. Me cuentan cómo cada semana se les lee en voz alta a los chicos de todas las edades en un acto que permite el disfrute colectivo. Los libros se comentan y también se vuelven hojas de un árbol de papel donde cada quien va colocando el nombre del libro que leyó. La sombra de la lectura también los cubre. Un colegio así requiere de una directora que reconoce la importancia de estimular una gozosa libertad lectora. Como me cuenta Blanca Meléndez , después de los meses iniciales de la pandemia las bibliotecas volvieron a latir, a irrigar con el flujo de libros las clases a distancia. Estos dos corazones atendían las peticiones de libros por correo y los padres de familia o los jóvenes podían recogerlos en la puerta de la escuela; de la misma manera los devolvían en la fecha indicada. La dinámica de la biblioteca se adaptó a las circunstancias para que los libros nunca estuvieran ausentes de la experiencia cotidiana. El material estuvo siempre para sorprenderlos, acompañarlos y dejar huella. Me dice Blanca que los libros con más movimiento eran los de los más pequeños. Quizás porque los mayores tienen una relación con la pantalla y pudieron usar la biblioteca digital que se implementó y que ya forma parte del acervo escolar.

Esta experiencia potosina me recordó la biblioteca de mi escuela a cargo de esa figura poco apreciada: la bibliotecaria. Me gustaba que en la biblioteca se estuviera en silencio y que uno pudiera recorrer los pasillos para escoger un libro por el título, por la portada. Me gustaba la responsabilidad que llevarnos ese libro a casa nos confería. La escuela confiaba en nosotros y teníamos que cuidar aquel título y sobre todo devolverlo en la fecha indicada. Al fosconerar el papel que llevaba adosado podía ver quién había leído ese libro y en qué fecha. El libro era de todos. En la biblioteca de la escuela fui leyendo, para el programa de inglés, uno a uno los diversos títulos de la detective Nancy Drew (Nancy Drew Mistery Stories). Después de las horas escolares tener un tiempo privado como el que proveía la biblioteca y prometía luego la lectura me daba cierta forma de felicidad.

Había dejado muy atrás mis recuerdos de biblioteca escolar. Si lográramos esa experiencia gozosa (como la que comprobé en el Terranova) en cada niño que va a la escuela, si deshecháramos el estigma de ratón de biblioteca, le abriríamos cancha a la imaginación y a la intimidad lectora. Porque todo libro siempre ilumina la experiencia humana y en las bibliotecas los libros aguardan el momento en que el lector les devuelva la vida.

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