Con un abrazo para Yolanda y José de la Torre
En estos días, y en homenaje al escritor Gerardo de la Torre, fallecido el 8 de enero, amigo de muchos, se ha escrito sobre su trayectoria literaria, su actividad política temprana, su personalidad, su papel como maestro, su actividad en el cine y el momento trágico de su muerte. Yo quiero añadir lo que para mí fue ese generoso amigo, ese maestro natural que fue Gerardo de la Torre. Lo conocí en 1994, en aquel trabajo periodístico privilegiado en la revista del entonces Conaculta, Memoria de papel. Piso octavo del edificio de avenida Revolución en San Ángel, la directora era Patricia Urías, quien desde entonces se volvió estrecha amiga y cómplice de muchos proyectos. El trabajo consistía en hacer largas crónicas de la cultura en México. Miguel Ángel Manzano nos proveía de toda la información hemerográfica con puntualidad meticulosa. Andrés Ruiz, a quien entregué mi primer artículo para el periódico EL UNIVERSAL en los tiempos de Paco Ignacio Taibo padre (quien abrió la puerta sin cortapisas) me recomendó para ocupar su lugar. Ocupar su lugar significó mucho, tuve por primera vez amigos escritores. Narradores que además ejercían el periodismo: David Martín del Campo, Victor Ronquillo, Álvaro Quijano (de cuya muerte temprana e inusitada fue el propio Gerardo quien me avisó por teléfono una mañana) y Gerardo de la Torre. Además de escribir sus propias crónicas, él revisaba las de todos. Con ese sentido del humor y juego de palabras que lo caracterizaba ( “Yo Lavín primero”, decía riéndose), explicaba la manera en que pulía la prosa ajena. Me heredó el propósito de lograr una prosa poderosa. Sabía quitar, encuadrar, limpiar para que esas largas crónicas de 60 páginas sobre la ópera, la danza, el periodismo cultural en México tuvieran la fluidez, elegancia y claridad que precisaban respetando el estilo de cada uno. Gerardo se había formado solo, originario de Oaxaca fue obrero de Pemex, beisbolista por afición (sus tarjetas personales lo mostraban vestido en traje de carácter), militante por convicción; sin libreros en su casa familiar se volvió un lector apasionado, un escritor incisivo y preciso.
Gerardo me prestó su ejemplar de La muerte de Ricardo Reiss antes de que Saramago ganara el Nobel; le gustaban mucho los escritores norteamericanos y hablábamos de La señorita corazones rotos, Miss Lonely Hearts, de Nathanael West. Ahora pienso que estas dos novelas con un sentido melancólico de la vida, un cierto realismo pesimista e íntimo hacían eco con De la Torre. Me invitó a esas comidas que habían pasado del restaurant La bodega al André en Coyoacán, donde Hernán Lara Zavala, Marco Aurelio Carballo, Bernardo Ruíz, Aline Petterson, Silvia Molina, Eugenio Aguirre, Rafael Ramírez Heredia, David Martín del Campo, Patricia Mazón, Joaquín Armando Chacóny otros se volvían amigos con quienes se podía hablar de libros, de publicar, reírnos. Éramos pocas mujeres es cierto y eran otros tiempos. Gerardo, siempre generoso, presentó La más fulera, con Silvia Molina a quien aprecio muchísimo, y propuso que nos acompañara su buen amigo Pedro Armendáriz. También se le ocurrió que para el turno en la mesa nos íbamos a pasar el balón de basquet. Fuimos maestros compañeros en la escuela de Escritores de Sogem y el bar de enfrente o el Covadonga para jugar dominó también fueron escenarios de la risa y la amistad. Cuando después Patricia Urías en el Canal Once nos invitó a escribir guiones para una serie sobre haciendas, Gerardo, que no sólo había escrito guiones sino elaborado un libro práctico muy útil, me asesoró. Su cuento “Viejos lobos de Marx” es para mí un clásico que refleja el descalabro de las utopías, entre al alcohol y la conversación de amigos que han cedido sus principios. Marcial Fernández en Ficticia ha publicado sus cuentos para fortuna de todos. Morderán el polvo,de título extraordinario es una de sus novelas imprescindibles como Muertes de Aurora.
Yolanda de la Torre había organizado el homenaje a los 70 años de su padre en Bellas Artes. Unos días antes nos llamó y nos dijo que su papá no quería un homenaje. Así era Gerardo, discreto, sincero. Ella nos pidió los textos para un libro, pero perdimos la oportunidad de decirle de frente entre anécdotas, lecturas y afecto cómo apreciábamos al escritor y amigo. Ahora, a sus 83 años, tristemente sin él, lo podemos hacer.