La pandemia nos mostró las bondades de la virtualidad. Algunas actividades resultan bien en línea, sobre todo las que permiten reunirse a pesar de la distancia. Pero también, ahora que volvemos a lo presencial, nos permitió valorar lo insustituible. No sólo la compañía humana, sino ciertas actividades que no caben en la cuadrícula de la pantalla. Me refiero al encuentro con los libros, al paseo entre ellos, al paisaje de portadas, palabras, lomos en un derroche de posibilidades para elegir, con libertad, a qué libro le queremos dedicar nuestro tiempo. La FIL Guadalajara además de ser la feria internacional del libro más importante de Latinoamérica, la segunda más importante del mundo, de tener un área profesional donde se compran y venden derechos, es la posibilidad de que los lectores se formen, crezcan, se multipliquen, se asombren; que tengan contacto con los autores que conocen o los que van a conocer, que los autores conozcamos a nuestros lectores.
Los lectores son los que dan sentido a la escritura y a las ferias del libro. No se escribe para el cajón. Se escribe para proponer una conversación. Sea desde el ensayo, la poesía, la narrativa, los libros informativos, los temáticos o referenciales. El libro es un foro vivo que permanece. Se puede disentir o acordar con las ideas o el mundo de palabras que un libro propone, se puede labrar una educación sentimental y estética, una posibilidad de comunicación a través del encuentro con el lenguaje y la manera en que extiende nuestro modo de expresarnos. El careo con los libros es un ejercicio democrático, porque no vivimos momentos de libros prohibidos (y espero no pase nunca). Si uno deambula por estos lugares entre los anchos pasillos, entre los stands de todo tipo de editoriales independientes, institucionales, trasnacionales, de todos los sitios del mundo, se respira el asombro por el hacer humano. Baste ver la parte visual en los libros ilustrados para niños, jóvenes o adultos la creatividad de las portadas, las propuestas en formato, tamaño, textura para saber que el libro como objeto es insustituible.
En FIL Guadalajara se conversan los libros porque hay presentaciones simultáneas y a toda hora en foros dentro y fuera del recinto ferial. Se contagia el deseo de la lectura. Uno elige qué escuchar, uno se aventura. Porque leer es también no saber cómo nos va a ir con tal o cual libro y tomar el riesgo. Por si fuera poco, la FIL Guadalajara se desparrama más allá del área de la Expo con un programa que ha formado a muchos lectores. Ecos de la FIL. Los autores vamos aquí y allá, ya sea en el área conurbada o a otras localidades donde las preparatorias se han esmerado en la recepción del escritor invitado, leyéndolo, investigando sobre él y teniendo una conversación pública. En el módulo Tlaquepaque de la Prepa 12, les compartí que aunque me gustaba leer, de adolescente yo no veía la posibilidad de hacerme escritora porque pensaba que los que escribían estaban muertos. Daniel Defoe, Robert Luis Stevenson, Mark Twain, Virginia Woolf, Julio Verne. La visita de Juan José Arreola a mi escuela trastornó mi noción. Se podía ser escritor.
Éstas son sólo algunas de las razones por las que celebro que generaciones locales y nacionales se hayan formado con naturalidad en el bosque de los libros. En FIL Guadalajara se vive la libertad lectora. No encuentro los argumentos para que desde el privilegio de la tribuna oficial se denoste a este corazón formador de sensibilidades, espíritu crítico y placer lector. La lectura nos hace comprender los diferentes puntos de vista; nos recuerda que no hay una sola historia.
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