Estoy de plácemes (también estrenó esta palabra que nunca uso) porque aquí en el Caribe mexicano voy a presenciar el estreno de una obra musical del compositor sonorense Arturo Márquez. Seguramente lo conocen por sus composiciones clásicas alrededor del danzón: el Danzón No. 2 es ya un clásico. Si no lo han hecho, sugiero que las escuchen porque en el panorama de la composición mexicana contemporánea es uno de los autores más notables y quien ha tomado ritmos originales para construir obras sinfónicas. Provocan el sentido de pertenencia que logra el Huapango de Moncayo. Así me sucedió en el encore del concierto inaugural del Festival Paax-GNP dirigido y creado por Alondra de la Parra. A uno se le pone la piel chinita con esos ritmos y esa instrumentación que reconoce entre arpas trompetas, güiros, maracas, violines, bajos y un cuatro que de repente rasga uno de los músicos. El concepto del Festival con 100 músicos de 20 países y cinco estrenos es muy interesante y la experiencia ya comenzó muy bien con el primer concierto del 29 de junio en el Hotel Xcaret Arte, donde La Orquesta Imposible, esa reunión de solistas de todo el mundo que imaginaba Alondra de la Parra —que se logró en la distancia pandémica—, es un hecho aterrizado donde pude escuchar en primera fila el arranque con un Prokofiev vibrante, un Barber melancólico en la voz del tenor Julian Prégardien que interpreta el poema de James Agee (en que se basó el compositor, ambos dolidos por la pérdida del padre, uno en la infancia, otro mientras componía la pieza musical, se lee en las Notas de programa del conocedor Lázaro Azar): Knoxville, Summer of 1915. La pieza de Khachaturian, de color y pulsión armenia, acunó el virtuo-sismo y la garra de un violinista serbio de primer orden como Nemanja Radulovic. Orquesta, directora y violinista parecían sostener una conversación intrincada e intensa. El violinista Nimanja con su cascada de pelo hirsuto y oscuro se mimetizaba con la rebeldía de su violín. Las cuerdas se te metían en el cuerpo al tiempo que los movimientos enérgicos, casi danza, del torso, las manos y la mirada de Alondra de la Parra se apreciaban de espaldas y de frente, en la pantalla que la retrataba.
Pero empecé hablando de la emoción del estreno, de esas fortuitas ocasiones en que somos los primeros depositarios de una experiencia. Eso va a ocurrir esta noche en que inicia el mes de julio (para cuando usted esté leyendo esto habrá sucedido) en que La Orquesta Imposible dirigida por De la Parra dé vida por primera vez en el mundo a La sinfonía imposible, de Arturo Márquez, que también lleva por título Las peras del olmo. En el programa que tengo en mis manos se leen las diferentes partes de la sinfonía que el compositor desea tengan solución (“lo imposible posible”): Cambio climático, Equidad, Sin retorno (migración), Resiliencia, entre otras. El festival presenta todos los días a La Orquesta Imposible y en un foro abierto el Paax Darkside:
ensambles musicales (cuartetos, quintetos, danza) bajo títulos sugerentes como Atmósferas imposibles, Guataqueando, Mambo Jambo. Y para cerrar con broche de oro estará Concha Buika. Buika And Friends. Si ustedes están salivando, yo también.
La música salpica el alma de belleza y Alondra de la Parra se propone sembrar el estudio de la música entre niños y jóvenes para formar orquestas en las comunidades de la península yucateca con el proyecto Armonía social que en el nombre lleva la intención. Por dónde quiera que se vea lo imposible es posible. Yo, por lo pronto, me dispongo a disfrutar el estreno de esta noche. Y a recordar que cuando entrevisté a Alondra de la Parra para el libro Mexicontemporáneo, ya estos sueños estaban tejiendo su camino.