Todo es culpa de Yo, la peor, novela que escribí sobre Sor Juana publicada por primera vez en 2009 y que de cuando en cuando me recuerda que Sor Juana es inagotable, que desde el siglo XVII sigue siendo un espejo en el cual vernos como mexicanos, como mujeres con derecho al pensamiento y a la voz. Pero quién iba a decir que un día Difusión Cultural de la UNAM me comisionaría el libreto de una ópera sobre ella, para trabajarla con el compositor Antonio Juan-Marcos, quien ya había musicalizado otros proyectos literarios. Entonces pude remontar las restricciones (como las llamó Humberto Eco) que yo me fabriqué para la escritura de la novela: Sor Juana sería vista a través de las mujeres reales e hipotéticas de su tiempo, incluyendo al obispo Fernández de Santa Cruz, alias sor Filotea. La encomienda del libreto tenía sus restricciones: sólo podrían ser cinco personajes encarnados por cinco voces distintas. Comprendí que era la oportunidad de concentrarme en algo que me pareció muy valioso de la vida de Sor Juana: la relación de amistad con Carlos Sigüenza y Góngora. El bachiller matemático y cronista siempre fue el gran admirador de Sor Juana. La incluyó en una antología de poesía, obviamente la única mujer poeta en ese libro. Escribió el poema que leyó a su muerte. Pero habían discutido sobre los cometas, Sor Juana con su dilema eterno de desear estar en las aguas del conocimiento, de las ideas, de la discusión, y estar a bien con los poderosos. Por eso pareció quedar en medio de la discusión entre Sigüenza y Góngora y el padre Eusebio Kino sobre los cometas, el segundo sostenía que eran portadores de desgracias, como se venía pensando, el primero que eran fenómenos celestes desvinculados del destino de los humanos. Un soneto de Sor Juana parece darle la razón a Kino, a quien protegía la prima de la virreina María Luisa, su amiga. El dilema entre la lealtad y el pensamiento, el dilema entre el queda bien y el pensamiento, el dilema entre el pensamiento y expresarlo. Pero no bastaban los actos y las escenas y lo que yo pensaba podía ser un libreto para una ópera, fue fundamental el intercambio con el compositor, a distancia durante pandemia, para que yo comprendiera cómo contener palabras y que la música acompañe la intención emocional del discurso, y que logre desde su esencia contemporánea la atmósfera que no se puede dar en palabras. Qué privilegiado aprendizaje, que aventura dejar de estar sola con las palabras porque el gran personaje es la ópera misma. El director de la orquesta, José Areán, además de la conducción musical, de los acercamientos con el compositor que ha venido de Berkeley, California donde trabaja para acompañar los ensayos de nuestra ópera, les explica a los jóvenes músicos de la orquesta Eduardo Mata la intención de cada acto para que comprendan y sientan su papel en el todo. Y qué decir de las voces de ellas y ellos, con ese talento y esa preparación las palabras cobran otra dimensión. Salieron en las mañanas de encierro y ahora vibran en el pecho y la garganta de quienes interpretan a Sor Juana (la fuerza emocional de la soprano Cecilia Eguiarte), la virreina María Luisa (la presencia de la mezzo Frida Portillo), la esclava Juana de San José (la hondura de la contralto Araceli Pérez), el bachiller Sigüenza y Góngora (los agudos del tenor Enrique Guzmán) y el jesuita Núñez de Miranda (la oscuridad del barítono Rodrigo Urrutia), quien fuera confesor de Sor Juana. No sólo darán vida a una historia 70 músicos y los solistas dirigidos por una talentosa Belén Aguilar, sino que el coro de Madrigalistas dirigido por Rodrigo Cadet se sumará con 30 voces a un esfuerzo colectivo que sin duda rompe el cascarón de los largos meses sin trabajo de todos los profesionales de las artes vivas. Si hoy escribo mi columna alrededor de la ópera La sed de los cometas, que inaugura el festival de otoño de la UNAM, es porque no puedo pensar en otra cosa más que en el proceso que llevará al estreno mundial (se me enchina la piel de decirlo) el 30 de septiembre en la Nezahualcóyotl con otra función el 2 de octubre. Qué mejor sala para la voz de Sor Juana que la que lleva el nombre del gran poeta en náhuatl.
En la historia de la ópera las libretistas mujeres son pocas, o por lo menos las que firmaron con su nombre, tal vez haya historias secretas donde ellas hicieron el trabajo, pero sus nombres quedaron borrados. Colette, la escritora francesa, famosa por su novela "Gigi", escribió "El Niño y los sortilegios: una fantasía lírica en dos partes" con música de Maurice Ravel. En la escena actual, la participación crece: Constance DeJong, autora para la ópera Satyyagraha de Philip Glass, Alice Goodman, Marcela Fuentes Berain, Silvia Peláez.
Qué afortunada soy en poder vivir este momento y haber sido testigo del proceso creativo de la composición musical de Antonio Juan-Marcos. Un trabajo en colaboración que no sólo me da una ópera sino un amigo. Para los escritores que siempre trabajamos en solitario la experiencia del resultado colectivo produce una gran expectación.