Confinamiento y movilidad están de alguna manera relacionadas. Pero es verdad que la actividad del escritor, por lo menos el momento en que plasma palabras en una superficie, es corporalmente quieta. A esa quietud hay que añadirle ocho meses de resolver todo en pantalla, no sólo el texto. Yo cargo con una contractura de cuello y trapecio que va y viene y que alteró mi manera de escribir. Ahora dicto y luego reviso. Ya no son mis dedos los que piensan. Y no sé de qué manera el resultado refleje mi avería corporal.

He preguntado a algunos amigos escritores qué ha pasado con su cuerpo y la escritura en estos meses. Sus respuestas revelan las formas de procurar la necesaria movilidad, complicaciones posturales, cambios de ritmo, de habitar el espacio y el día, de sueño, de sueños y de formas de expresión y de mirarse. Entretejo algunas respuestas, sabiendo que este texto es sólo una primera parte.

Élmer Mendoza, quien acaba de recibir el premio Negra y Criminal que da el Festival Atlántico de Género Negro Tenerife Noir por su obra, y lo celebro, dice: La falta de movilidad exterior, de ver paisajes y gente, de viajar, han restado elasticidad a mi cuerpo. Permanezco más tiempo en mi espacio de trabajo y por la tarde hay días en que siento dolores. Es curioso, pero yo no me angustio ni me desespero, sólo me duele un poco el cuerpo. De marzo a este día sólo he aumentado un kilo de peso.

Adriana Malvido se descubre otra ahora que no puede salir a hacer Tai chi en el parque como solía: El confinamiento debido a la pandemia se ha reflejado en esa “yo” que miro en el espejo y en la que habita mi cuerpo. Siento que han pasado muchos años, que soy mucho mayor a la que corría de arriba a abajo antes de marzo. Me lo dicen las canas y ese par de kilos de más que he subido desde que paso mucho más tiempo que antes sentada frente a la computadora. En este tiempo se abrieron mis lagrimales también. Lloro de emoción leyendo, oyendo música, viendo una película y mientras escribo.

Octavio Escobar desde Manizales en Colombia revela: Caminar siempre me ayudó a escribir. En la calle ensayaba ritmos narrativos, enfrentaba a los personajes con mi mundo, obligándolos a hablar con los transeúntes. Y mi cuerpo vivía las tramas, las actuaba, un proceso muy útil a la hora de sentarme frente al computador. En casa todo es distinto, más cerrado, más quieto, sin la espontaneidad de lo imprevisto. Los músculos también escriben, digo yo.

Myriam Moscona, cuyo reloj biológico alteró la pandemia y la hizo más diurna, comenta: Se supone que escribir es una actividad sedentaria, pero me las arreglo para que no lo sea. Bajo el agua organizo mis pendientes y en vez de ir a nadar tengo un gimnasio imaginario con mis maestros virtuales frente a la compu. No es por hacerme la mística, pero los sueños me dan un material increíble para el trabajo y durante la pandemia pareciera que tomo un inductor porque fabrico el doble. Suelo recordarlos bajo el agua.

Bajo el agua es como se le ocurren cosas a Ana García Bergua, que después de trabajar por la mañana y meterse a bañar, dice: A veces tengo que salir corriendo a anotarlas para que no se me olviden y hasta se me moja el papel. Antes caminaba más y ahí también se me ocurrían cosas. Desde la pandemia hago ejercicio en casa, pero no funciona igual.

Para Rowena Bali también la pandemia ha tenido repercusión en los sueños: En esta temporada triste mi cuerpo ha respondido con sueños vívidos que me levantan a cualquier hora y me inquietan hasta que los escribo. También en el trajín del día, en el coche, la caminata o dando vueltas por el estudio se van gestando ideas. La mente no se detiene.

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