Los bodegones de Morandi se exhiben en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre en Madrid. Giorgio Morandi (1890-1964) se desmarcó de los movimientos de su época y se concentró en el trabajo recluido en su estudio de Bolonia en vía Fondazza, recientemente abierto al público. Parece mentira que el acomodo de objetos cotidianos como jarras, candelabros, tazas, vasos, botellas sobre superficies rectangulares o circulares de discreto beige o marrón, con un fondo ligeramente distinto al soporte en grises y arenas, produzca una particular relación con lo mirado. La jarra más alta puesta al lado de otra, al frente un vaso que en el otro cuadro está a la derecha. Los cambios de disposición hacia los lados, hacia el frente dan la sensación de un retrato de familia. Los objetos muy juntos, las jerarquías definidas de distinta manera como si padres o hijos, abuelos y hermanos se apiñaran para ser capturados por la pincelada transparente de Morandi. Contemplar estos bodegones de objetos inertes produce una íntima quietud (tan atinado el nombre en inglés: still life, vida quieta). Tal vez el sosiego del estudio-habitación del pintor italiano que acomodaba las piezas exponiéndolas a la luz del balcón y haciendo de ello el objeto de indagación, se transfunde a las obras terminadas que con su discreta belleza invitan al silencio.
El silencio importa. Me temo que ya he escrito sobre él y que seguramente repetiré algunas reflexiones. Uno reincide en lo que le inquieta, explorando posibles respuestas. Importa el silencio en el arte. La música está hecha de esos contrastes y es evidente que hay signos en las partituras para señalarlo. En la plástica que transforma el espacio con las formas, el color o las tres dimensiones de la escultura el silencio está en otro lado. Morandi logra comunicarlo involucrando nuestra vista, que casi aprecia una mota de polvo que flota en el rayo de luz que no está en el cuadro. Morandi alude a lo que no está en el cuadro. Lo mismo pasa con las esculturas de Jaume Plensa. Aquella gran cabeza de mujer que da la impresión de haber sido hecha en alabastro blanco o una piedra fantasma de cara a la avenida populosa y concurrida de Madrid, cierra los ojos para respirar la urbe. Acaban de colocar un rostro nuevo, obra del escultor español, que desde Jersey City mira a los muelles de Manhattan mientras se coloca un dedo sobre los labios. Water Soul se relaciona con el horizonte de manera muy distinta a la Estatua de la libertad. La una exhorta, la otra calla. La de Plensa es poética y nos refiere a lo humano entre la carga que va y viene por los mares. Guarda silencio frente a la bastedad y el ajetreo.
El silencio es más difícil por escrito. El poema lo gana porque el blanco de la hoja lo concentra en la columna de versos que son el ojo de la página. Pero la prosa es un paisaje extendido de palabras y el silencio se agazapa en los intersticios de lo que no es obvio, de lo que nos liga con actitudes y atmósferas. Siempre desconfío de las demasiadas páginas porque me temo que han ahogado el silencio. El cuento trabaja con él porque alude a lo no dicho. En ello está su potencia y razón de ser. El reto en la novela es lograr personajes poderosos y contradictorios pero también cargados de silencios que son elocuentes. Tal vez el arte siempre está negociando entre lo dicho y lo no dicho. Entonces ¿cómo llenar la página de palabras y hacer sentir, como Morandi en sus quietos bodegones, como Plensa en sus rostros callados, la calidez acompañadora del silencio?