Recuerdo a María Luisa Puga (1944-2004) incansablemente anotando todo con tinta color sepia en las libretas que siempre la acompañaban en los viajes, en los talleres, en su casa. Me gustó mucho coincidir en un taller que ocurría en Erongarícuaro, Michoacán, cerca de Zirahuén, donde ella y su pareja, el escritor Isaac Levín (1936-2014), se había mudado para dedicarse a la escritura por entero. La había leído en aquel libro de cuentos que le publicó Martin Casillas editores, la misma generación que Silvia Molina, mujeres escritoras que admiraba y de las que me sentía cerca. María Luisa siempre original y generosa, una vida a caballo entre la escritura, la lectura y la formación de escritores a través de talleres. Aun en la enfermedad, su conmovedor Diario del dolor fue la manera de demostrar que vivir y escribir son indivisibles y que el arropo de las palabras, el ordenamiento del caos, la búsqueda de la belleza son una forma de vida. Me gustaba mucho la pareja que eran Isaac Levín y María Luisa Puga, escogieron la distancia de la capital para vivir entre libros, para escribir, para disfrutar sus bibliotecas, para que el ruido del mundo estuviera bajo control. María Luisa siempre amaneciendo antes que la luz para escribir, para leer. Él la empujaba amorosamente en su silla de ruedas en los encuentros literarios que ocurrían de manera majestuosa y magistral en Monterrey.
A la muerte de María Luisa Puga, Isaac se propuso, en los 10 años que la sobrevivió, organizar su legado, sus manuscritos, libretas, biblioteca, impresos. A la muerte de Isaac, su hija Jessica también se propuso dar buen destino a la biblioteca de ambos, al esfuerzo de su padre por ordenar y organizar el archivo de María Luisa. Ha sido un largo camino el de Jessica Levín para encontrar casa para el legado de ambos, para una forma del amor derivada del acompañamiento y de la admiración de Isaac por María Luisa. El catálogo de María Luisa Puga contiene manuscritos con correcciones, versiones diferentes de las novelas, apuntes, publicaciones en diferentes medios, textos inéditos, sus propios libros, organización de talleres narrativos y trabajos de los participantes derivados de ello y los libros con dedicatorias o anotaciones de los que abrevó a lo largo de una vida. Semejante acervo es un tesoro para preservar la memoria y comprender el camino de una de las escritoras mexicanas notables del siglo XX. Un catálogo como el que la Universidad Autónoma de la Ciudad de México custodiará en la biblioteca del Plantel del Valle es también la prueba de la importancia de que alguien (con la cercanía y el interés de Isaac Levín) se haga cargo de los documentos de una vida. Una universidad como la UACM que tiene una licenciatura en Creación Literaria, y que ojalá se proponga ofrecer una maestría especializada en ello, es el lugar idóneo para albergar un archivo que se puede consultar de manera pública y que estará al cuidado de profesionales. Qué mejor manera de ilustrar un proceso creativo que poder espiar un manuscrito con anotaciones, tachaduras, agregados y entonces poder vivir las decisiones, en complicidad con la autora, para llegar a la versión final de la obra publicada.
La trastienda de los libros que son material público es una privilegiada posibilidad de entender procesos creativos y de comprender la particular manera de trabajar de una escritora con una obra importante que necesita ser revalorada y releída en la segunda década del siglo XXI, donde precisamente la escritura de mujeres está siendo atendida para no perecer en la miopía del tiempo.
Enhorabuena por la sensibilidad y voluntad de considerar el catálogo de María Luisa Puga organizado y catalogado por Isaac Levín, así como las bibliotecas de ambos para formar parte del acervo especializado de la UACM.