¿Nos ha cambiado la pandemia el modo de ver películas, o las películas fueron concluidas en pandemia y llegan a nosotros con ese inevitable sello? Me lo pregunto por cuatro de las películas que estuvieron nominadas en los Oscares y que ganaron alguno por diferentes razones: Nomadland, El padre, Minari, El sonido del metal. En cada una de ellas hay un elemento de vejez o pérdida. Tratan la decrepitud y fatalidad, donde la dignidad intenta sobrevivir. Lo hacen de distintas maneras en cada una de las propuestas argumentales.
En El padre y la justamente premiada actuación de Anthony Hopkins hay pocos personajes en cada escena, producto de la transposición de una obra que originalmente fue concebida para teatro al cine, lo que la entona con el aislamiento de la pandemia. Aquí el tema es contundente: el estado de confusión de un hombre que padece una demencia senil. Lo mejor de la propuesta es que está centrada en cómo vive el protagonista el estado de confusión y el ofuscamiento entre la realidad y la ilusión de realidad del cerebro. No hay camino de regreso, la indefensión es total cuando el hombre vencido clama por su madre y llora desconsolado. No se puede resistir el dolor de ese momento.
Minari se centra en la relación de un nieto con su abuela en una familia coreana que ha emigrado a Estados Unidos buscando el sueño americano y necesitada del apoyo de la abuela (entrañable actuación de Yuh Jung Youn, que fue elegida como la mejor actriz de reparto), la trasladan a su pequeña casa rodante en medio del campo. Tú no eres una abuela, le dice el nieto. No haces galletas. A partir de ahí, esa no abuela se volverá imprescindible para el niño que tiene una afección cardiaca. También pocos personajes y el escenario aireado en una región de Estados Unidos muy atada a la religión, incluso al fanatismo. El sonido del metal nos recuerda cómo ha cambiado la partitura del ambiente en tiempos de confinamiento. Le hemos puesto más atención a nuestro oído: los sonidos de aves, de parloteo de hojas, de cuchicheos vecinos que el ruido rutinario enmascaraba. La capacidad auditiva mermada de un baterista lo llevará a una colonia que dirige un hombre que perdió el oído durante la guerra de Vietnam, donde la comunidad aprende a comunicarse con signos y a aceptar su sordera y valorarse como individuos útiles. Pero el joven músico no puede rendirse a su condición. Otra vez la pérdida y la aceptación. Por esta película recibieron el Oscar los mexicanos que realizaron el sonido: Jaime Baksht, Carlos Cortés y Michelle Couttolenc. Si usted no lo ha visto, se asombrará por la manera en que oye el que no oye.
Nomadland es la otra cara de Disney Land. Es la caravana del último trayecto de la vida. La protagonista (Frances McDormand), que rueda por las carreteras en su camioneta adaptada a casa rudimentaria sólo con lo esencial, se topará con una convención de otros jubilados en casas móviles que se emplean en distintos trabajos a lo largo del camino. Un trabajo no sólo como proveedor de ingresos, sino de inyección de vida. Ser útil. Aunque la utilidad de la protagonista como maestra de literatura ha sido desechada por la sociedad que elimina a los añosos. El ambiente es sórdido, aunque la vastedad del paisaje concede un alivio a la protagonista y a los espectadores. Critica el sistema del ahorro para la vejez, esencial en la cultura estadounidense, el destino solitario de los mayores, pero también subraya la importancia de la voluntad y el libre ejercicio de decidir la forma de vida. La soledad abrazada con dignidad está en el centro. La necesidad del otro, sea la hija, la abuela, la pareja, el amigo es asunto fundamental de estas cuatro películas que nos hacen encarar las inevitables pérdidas de sueños, formas de vida, personas y capacidades, para mirar de frente la tragedia de la vida con descarnada desnudez. Reflexiones que la experiencia de la pandemia nos ha provocado.