Grabar un disco es dejar memoria. Es la voluntad del registro y la permanencia. Lo digo por la primera grabación que ha hecho el Mariachi tradicional Charanda, sólo cuerdas, desde su comienzo hace 40 años. Amigos y familia desde profesiones diversas, todos viviendo en el entonces Distrito Federal, gustosos de tocar sones del Bajío, huapangos, pirecuas michoacanas, formaron un grupo cuyo estreno informal se dio en las calles de ciudades europeas en los años 80. (Curiosamente yo tomé el mismo vuelo que el grupo en aquella época en que la extinta línea Panam los ofrecía baratos y avisaban un día antes a quienes estuvieran en la lista de espera. No sabía que dos años después mi vida tendría que ver con ellos, recuerdo sobre todo el voluminoso guitarrón entre los instrumentos.) El pasado 25 de julio pudieron por fin llevar a cabo el postergado lanzamiento con un aforo controlado donde asistieron los cercano a los distintos momentos de un mariachi que ha incorporado, como lo hacen los mariachis de rancherías, de localidades pequeñas, a diversas generaciones de la familia. Entre violines, vihuela, guitarra de golpe, guitarrón y voces lo mismo tocan “Las olas de la laguna”, “El capulinero”, “Las bodas de oro”, “Atotonilco”, “La tequilera” que “Tierra mestiza” de Gerardo Tamez. Todo esto lo sé y lo digo de primera mano porque ese mariachi es mi familia y porque está formado desde la pura entraña y el consistente y constante ensayo todos los viernes desde 1980. Mis hijas se formaron en él, sin saber que un día quedarían registradas en el disco lidereado por la voluntad de Maria Perujo y por la producción musical de Alejandro Colinas de Producciones Alebrije con Stonetree Music.
El ritual era necesario y la pandemia lo había postergado desde abril del año pasado. Como dice María, fue un encuentro con la vida real. Un sabernos queridos. Quienes asistimos reconocimos con emoción la delicadeza instrumental de algunas piezas, la reciente incorporación al repertorio de los minuetes compuestos por Francisco Javier Salcedo de Cocula, la voz desde la entraña de María cantando “La tequilera”, el ritmo que marca Emilia en el pellizqueo del guitarrón y la ausencia y huella de quienes estuvieron en el Charanda en otros tiempos. A José Nieto, nuestro Pepe, El purépecha, siempre sonriente, lo asesinaron arteramente en el pequeño restaurante de Iztacalco que fundó y bautizó con el nombre de Rincón del Charanda. Esto lo recordó el amigo Humberto Musacchio, quien fungió como conductor. Los marineritos, una chilena de Guerrero que cantaba con voz de cristal y que en una vieja grabación casera (1995) se incluye en el disco, nos hizo llorar a algunos y apoderarnos de una frase que en estos tiempos cobra brillo: quiero una guerra de abrazos, quiero una guerra de besos contigo… Cuentan que fue difícil grabar el disco para que diera la sensación de música viva, de estar una tarde solariega escuchándolos y mirando cómo se ensamblan las voces, cómo se comunican en el lenguaje silencioso de los ojos para producir la emoción musical. Para sentir la sinceridad que los caracteriza. José Luis Perujo, el caricaturista; Carlos Carral, el agrónomo; Javier Lassard, experto en tecnología; Emilia Perujo, la antropóloga; María Perujo, la ilustradora, y el director del Charanda, antes ingeniero, guitarrista y profesor de música, Emilio Perujo, prodigaron una tarde histórica para quienes celebramos la música viva y el disco más allá de sus presentaciones en diferentes foros y eventos del mundo y del país. Los ritos son necesarios. Las canciones del disco Mariachi Charanda, que pueden escuchar mientras miran las fotos de Adrian Bodek, nos endulzan el alma, nos llevan de paseo y nos enraizan en la gozosa expresión de la música mexicana. https://fanlink.to/Mariachi_Charanda