Es cierto, el tiempo se rompió. El libro (publicado por Grupo Andrade y El Heraldo de México), alrededor de la obra de Bestabeé Romero, provocado por el propio interés de ella en incidir en el tiempo enrarecido de la pandemia, nos invita a la reflexión. El tiempo en la pandemia no se detuvo. Los relojes siguieron marcando las horas inclementes, lentas e inciertas. Pero el tiempo ya no era el mismo porque daba vueltas sobre sí mismo, porque su pivote era la incertidumbre, porque era como un tornillo donde no había futuro, solo maniobras para atender la supervivencia: lo elemental como el espacio, la obligación de distancia, la obtención de los alimentos, el spray desinfectante, el gel, la mascarilla, la máscara. Todos eran enemigos: la calle era un enemigo, el diálogo era un enemigo salpicado de saliva, el virus dueño y señor de la saliva.
Vivíamos el tiempo de los presos. La condena infinita. Entonces Bestabeé se propuso habitar el tiempo de otra manera, pues ya no se podía ser comunidad congregada en espacios públicos, en museos, que trabaja compartiendo tradiciones, como ella lo ha hecho con distintos gremios, asombros, perplejidades. Y cómo vestir el tiempo roto si ella siempre ha sido movimiento, como la vida misma, como los temas que la ocupan: la migración, los coches, las llantas, las fronteras, los pasos, las huellas. Todo colapsado. Y para el colapso un libro. Un libro para hablar del movimiento siempre permanente en la obra de la artista. “Ella es una de esos artistas nómadas cuyo arte es a la vez global y local. Su objeto predilecto es el automovil… El auto es por excelencia un espacio íntimo y social a la vez, reflejo de una época y una cultura… una segunda piel.” Escribe así Marie-Laure Bernadac a propósito de la invitación que le hizo desde el Louvre para que la obra de una artista mexicana dialogara con la conferencia del premio Nobel Le Clezio. Cuando el tiempo se rompió es una convergencia de experiencias alrededor de las imágenes que cuentan el camino de Romero y de sus reflexiones, un empaque elegante de memorable belleza realizado por el Taller de Comunicación Gráfica.
Ahora que estamos alineándonos con el tiempo astronómico para movernos a su ritmo y buscamos el sol en las banquetas colonizadas por la vida urbana, una ganancia, como también lo señala la artista de este tiempo puertas adentro, podemos ver la obra de Bestabeé en el libro y en la exposición del Museo de la Ciudad de México y apropiarnos de ella como una experiencia viva y un diálogo necesario. La expresión artística, que como ninguna otra actividad humana le toma el pulso al tiempo, es un antídoto cuya urgencia y pertinencia se subrayó en el vacío pandémico pues era lo único que podía zurcir la amenaza de muerte o la muerte de los cercanos o el temor a la muerte.
Desde este tiempo que estamos habitando nuevamente con las cicatrices de la vulnerabilidad y la certeza de que no se pueden quedar las cosas como antes, celebro la provocación de Bestabeé Romero. El hoy remite al ayer. Al instante de ese tiempo roto en que la artista convocó a curadores críticos de arte y por fortuna a mí. En pandemia todo se volvió un ejercicio de la memoria, la memoria fue el pulso vital. La publicación es resultado de una manera de supervivencia en el tiempo quieto y roto donde no se podía manotear en el espacio fraternizando con las miradas, las experiencias y las emociones de otros.