Primero fue leer al poeta José Carlos Becerra. Un amigo muy especial me regaló El otoño recorre las islas (Ediciones Era, 1973). Es un libro que atesoro, lo he subrayado, un poema es punto de partida de mi novela Hotel Limbo. Y luego fue la novela de Silvia Molina La mañana debe seguir gris. Aún no conocía a la autora. Tampoco sabía que el trágico accidente del poeta tabasqueño en una carretera en Italia en mayo de 1970 era parte de la vida de Silvia. Material de esa novela. Una joven ilusionada, una joven que reconoce que para vivir ese amor hay que trasgredir. Aventarse. Vencer el celo de la tía con la que vive en Londres porque ha ido a aprender inglés, mientras los Beatles están trastornando el aire y todo es juventud en amorosa rebeldía. El destilado del corazón en la novela de una escritora naciente le valió a Silvia Molina el premio Villaurrutia (de escritores para escritores) en 1977. La novela no ha perdido entusiasmo por parte de los lectores. El FCE la reeditó el año pasado y la novela corta vuelve a llegar a lectores que no la conocían: jóvenes y de todas las edades. Hace una semanas me deleite con la adaptación y puesta teatral de la Compañía Nacional de Teatro en su sede en la bella calle de Francisco Sosa en Coyoacán. (La casa colonial donde alguna vez estuvo la famosa Academia de Ballet de Coyoacan.) La adaptación es de Angélica Amparán Román y Sandra Félix, quien la dirige. La puesta en escena es delicada, graciosa. Exhala ese tono fresco de la joven que no ha llegado a la mayoría de edad y que está descubriendo Londres, padeciendo a la tía en sus rigores y estridencias y deslumbrándose con José Carlos que ha ido a Europa con una beca Guggenheim, poeta tabasqueño que ya deslumbraba con apenas treinta y cuatro años.

Uno no puede más que sonreír con los múltiples papeles que representa Miguel Cooper tan pronto mayordomo inglés como profesor conquistador o la vecina con perrito. Lo mismo que Dulce Mariel qué es la tía, la amiga cómplice y la señora de la limpieza. En el papel de José Carlos, cuyos poemas participan en la escenificación, el actor Roldán Ramírez y, como Ella, una cálida actuación de Estefanía Estrada. Con elementos muy sencillos, incluso pequeñas piezas del cliché londinense: el autobús colorado, la cabina de teléfono, el Big Ben, el taxi negro, ambientada con una pista sonora que lleva a la época en la historia, van ocurriendo los movimientos y las acciones. Aunque la verdad de la tragedia se revela desde el principio, uno la olvida mientras transita por la timidez de ella y la audacia de él hasta que Ella toma una decisión. Y a los espectadores-lectores nos comunica el júbilo de ello. La voluntad del amor.

Sin haberlo planeado, coincidí con Silvia Molina en la función: nos sentamos codo a codo. Un privilegio estar al lado de la autora amiga, ahora espectadora, en algún momento piel y ojos de la historia transformada que nos volvía a conmover y que me hacía quererla abrazar ante el dolor y la pérdida y mi asombro por su escritura hecha ahora teatro.

No se la deben de perder. Habrá pocas funciones (29 de octubre y 3 y 10 de diciembre). Recomiendo que lean antes o después la novela La mañana debe seguir gris y que exploren la poesía de la breve vida de José Carlos Becerra; a lo mejor tienen la fortuna de volverse a encontrar a la autora. Me contó que no puede evitar volverse a emocionar con la evocación de la que fue y de aquella ilusión y tragedia convertida en palabras íntimas y públicas. En arte.

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