Entiendo que uno de los peligros mayores respecto a un virus que aún no podemos combatir ni prevenir su contagio ni preparar a nuestro sistema inmunológico, es la saliva. Las minúsculas gotas que salen de nuestra nariz o boca y que, en caso de ser portadores del virus, aterrizan en las mucosas del otro, si es que las respiró, tocó una superficie donde éstas habían caído y se llevó las manos a la cara. En esta pandemia, los órganos de conexión con el mundo son la puerta de entrada del potencial enemigo. Nada más prohibido que usar los cinco sentidos en este tiempo. Los ojos por donde lloramos, los ojos por donde miramos, los que ponemos a descansar por las noches; la nariz con la que respiramos, con la que olemos lo grato y lo ingrato del mundo para acercarnos o cuidarnos de lo que nos hace daño; la lengua en la que paladeamos los sabores, los arrullos maternos, los guisos de la casa, las madalenas de la memoria, las sorpresas culinarias en constante exploración. Óyeme con los ojos, escribió Sor Juana en un verso que ahora es exponerse en carne viva, andar al garete ante la dudosa saliva de los demás. Gastar saliva no es algo que se deba hacer en estos tiempos y menos si se despilfarra cerquita del otro desprevenido.

De todas las manifestaciones del arte, de la convivencia, del afecto, el canto es la más castigada. Los músicos podrían reunirse con sana distancia y ensamblar las armonías y ritmos del sonido del instrumento de cada cual, pero la maldición del canto no permitiría tener la audiencia necesaria. Mucho menos en una tertulia íntima, celebratoria entre amigos (esas que se siguen haciendo irresponsablemente, jugándosela entre todos). Pero cómo hace falta el fluir líquido de la voz tan conectada con las entrañas, con el adentro anímico, con el sonido orgánico. Y me refiero mucho más allá del canto operístico, de ese dominio técnico asombroso y sobrecogedor, a la voz del canto popular. Desde el canto rockero a la tradición mexicana, por nombrar lo que tenemos más a mano. Estos tiempos de pandemia boicotearon la presentación del disco, el primer disco de un mariachi tradicional de largo recorrido, el Charanda, dirigido por Emilio Perujo (donde se han ido sumando las nuevas generaciones). Sería en abril, luego en junio, y ahora —como todo lo que hemos ido postergando al unísono con la curva que no se aplana, con el desconfinamiento errático— no sabemos cuándo se podrá dar ese foro celebratorio, en el Foro del Tejedor de la colonia Roma, convocando a los amigos, a los que los han seguido desde que cantaban “La Chata” hasta las nuevas incorporaciones como el “El Cuervo”, “Las Olas de la Laguna” y “El Capulinero”. Mucha tradición acariciada con el ánimo, con los violines, la guitarra de golpe, la vihuela, el guitarrón y las voces. Entre las voces, las de mis hijas, descendientes de mariachero, son parte fundamental de este testimonio, memoria-documento: un disco en tiempos de no discos, que justamente resulta una de las pocas maneras de estar frente a la música. Así son ellos, los músicos del mariachi Charanda, a contrapelo con las modas de las canciones que no están dispuestos a tocar, como “El Rey” o “De qué manera te olvido”, la libertad con la que han querido respirar la música que les emociona por diversas razones. Y un día se sumó la nueva generación: Emilia Perujo tomó el guitarrón, fascinada con su dificultad, y María desde mucho antes unió su entusiasmo y su voz para que “La tequilera” brotara de su garganta a todo corazón, como un himno desgarrador y melancólico, dulce y triste; y con ello la insistencia de grabar el disco que produjeron Alebrije Producciones y Stonetree Records. Sin el disco, que ya circula, no podríamos escucharlos porque las voces estarán silenciadas, serán las últimas que nos vuelvan a cimbrar con su presencia viva, emocional, impredecible en cada ocasión. https://fanlink.to/Mariachi_Charanda

Por lo pronto, mientras ellos, los músicos y los cantores, vuelven a darnos la posibilidad de la cercanía, habrá que vivir un mundo enrarecido, donde los artistas no tienen trabajo ni apoyos. Ya les avisaré por aquí cuando el mariachi tradicional Charanda presente su disco para que entiendan mi desconcierto en tiempos de distancia nada sana para el espíritu: ya va siendo tiempo de escuchar con los ojos.

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