De niños nos contaron cuentos de hadas, los personajes estaban muy bien delineados para identificar el bien y el mal. Así podíamos ver a Blancanieves toda bondad y a su envidiosa madrastra dispuesta a matarla, a la Bella durmiente y a Maléfica iracunda porque no fue invitada al bautizo. Los cómics de superheroes, siempre se referían al mal que había que vencer. Después, nuestras lecturas se complicaron y cuando leímos Doctor Jekyll y Mister Hyde, de Stevenson, nos sorprendimos de que eran dos caras de la misma persona. Crimen y castigo , de Dostoyevski, nos hizo simpatizar con Raskolnikof que tenía sus razones para matar a la usurera. Hasta A sangre fría, novela de no ficción, donde Capote entrevistó a los asesinos de la familia Clutter, nos permitió comprender, sin poder justificar sus acciones, el mundo de descobijo de donde venían. Mucho antes, El Quijote había advertido e inaugurado el espíritu de la novela: las verdades relativas, la complejidad. Si para la sociedad el Quijote era un loco, para Sancho y para los lectores su manera de mirar el mundo parecía más cuerda. La novela explora los matices y claroscuros de los personajes. Los protagonistas tienen dobleces, no sólo son buenos, no sólo son malos.
Ya lo decía León Felipe: la cuna del hombre la mecen con cuentos. A los adultos no nos pueden seguir contando cuentos de buenos y malos, desleales y traidores, fifís y chairos, de fe ciega o espíritu crítico, de conservadores y liberales, de estás conmigo o estás contra mí. Es ventajoso contar cuentos desde la tribuna cotidiana que aplauden los feligreses y que denosta a los que disienten de una verdad única. La narrativa que nos arrulla y nos divide no puede ser de sordos y mudos. De hecho, me parece que nuestro narrador de cabecera ha hecho algunas cosas bien. Haber creado como gobernador de la Ciudad de México la UACM me parece un acierto. Soy profesora en la institución y he vivido los logros y veo ahora el interés de los estudiantes por proseguir vía virtual. Sí, la educación es una obligación para con todos, y la educación estimula un espíritu crítico para poder dialogar, discutir, disentir y aprobar. En el respeto a la pluralidad de opiniones se buscan acuerdos sin ofensas.
Se ha dicho que escribir novelas es un trabajo muy parecido al de los magos: crear una ilusión de realidad, construir un mundo de palabras que refleje la experiencia humana y permita reflexionar sobre la complejidad de nuestra conducta y condición. Los escritores, señor Presidente, que al fin de cuentas fabricamos memoria que trasciende a los momentos políticos y a las fronteras de una nación, trabajamos contra la categorización y la simplificación de un mundo leído en blanco o negro. Por eso varios del gremio firmamos la carta. Los firmantes de la carta denostada también tenemos ideas distintas entre nosotros que podemos confrontar abiertamente, cada uno podría aportar y enriquecer un diálogo necesario para no mecer a la nación con cuentos de buenos y malos (de pandemia controlada, de feminicidios a la baja, de familias ejemplares, de felicidad). Pero usted ya hizo de la cartografía del país un tablero de ajedrez; se adelantó con las blancas, todo contrincante es pieza negra y hay que exhibirlo arteramente y considerarlo un enemigo de la nación. En este tablero catalogado por su insistencia de poseer una visión y verdad única, cabe subrayar que todos somos México. Por cierto, ¿ha leído usted a León Felipe, pensador de izquierda republicano que se exilio en México? Él se sabía todos los cuentos.