Hace 40 años que Adriana Malvido empezó su carrera en el periodismo cultural, recién egresada de la carrera de comunicación de la Ibero, y con la certeza de que a ella lo que le gustaba era el reportaje cultural. Cuenta que tuvo que empezar de “hueso” en la redacción del Uno más uno, llevando información para las notas de aquí para allá. Y que ganó un concurso en el que participaron los nuevos, con una crónica sobre el tráfico en la Ciudad de México. Llevaba ya la escritura en las venas, la curiosidad en la mirada, el rigor en sus maneras, la paciencia en su calidad de escucha, la originalidad en los abordajes, el arrojo que luego demostrarían los sitios y momentos a los que sería comisionada.
Si en este periódico la podemos leer en su columna de opinión, ella comenta que le ha costado mucho trabajo hablar en primera persona. Fiel a la ética del periodista de investigación, del que hace el reportaje, lo suyo ha sido ocultarse, el brillo y las luces son del otro, o de los otros cuando teje testimonios. Lo suyo es documentar pasiones en el arte, en el trabajo sea la arqueología o la pesca, hacerle al detective en el tiempo, en el espacio. Capotear para que el toro muestre su musculatura. Y Adriana Malvido ha sabido comunicar los temas culturales con sencillez y comprensión, desde el asombro y la visión que hacen cercanos y entrañables a personajes como Orozco, Nahui Ollín, el bailarín Guillermo Arriaga y la propia Reina Roja de los mayas de hace 13 siglos en Palenque.
Cuando se otorga un premio como el de Periodismo Cultural Fernando Benítez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que recibirá Adriana Malvido el domingo 8 de diciembre, se está reconociendo la tradición y el legado de quienes fortalecieron y dieron un lugar de importancia al periodismo de la cultura en nuestro país, a los que inauguraron suplementos, secciones, que tuvieron voz y enseñaron a otros a encontrar la suya, como fue el caso de Benítez en la joven Malvido, o del propio Julio Scherer cuando le encarga el libro sobre las 465 cartas del pintor Orozco a la niña Refugio durante 10 años; o de su amigo y editor Braulio Peralta, quien le encomendó y animó a varios temas que requerían de viaje, de la paciencia, de la construcción lenta de la experiencia que abonaría para libros imprescindibles. Pienso en Los náufragos de San Blas, aquella historia del rescate de tres pescadores mexicanos a bordo de una lancha en las Islas Marshall de la Micronesia después de 289 días de estar a la deriva. La supervivencia de los tres, la muerte de otros dos, el rescate, la verosimilitud de la historia que contaron los hombres de mar hicieron del tema un jugoso material para la escritura. Confieso que yo, que tengo debilidad por los naufragios después de mi inauguración lectora con Robinson Crusoe, quería escribir ese libro. Y que cuando le hablé a Braulio, editor entonces de Plaza & Janés, me respondió que ya le había pedido ese libro a Adriana. Entonces me pregunté quién era Adriana Malvido; la había leído en La Jornada, en Proceso, pero como sucede con el periodismo que no hace lucimiento del autor, había reparado en el material, pero no en la autora. De mi deseo de escritura derivó el deseo de leer su reportaje amplio sobre aquel naufragio y rescate, donde comprendí que ella había acertado en revelar la esencia sencilla y salvadora: la pasión de estos tres pescadores que vivían en San Blas (aunque sólo uno había nacido ahí) por el mar y la sabiduría derivada de su experiencia. Los tres querían que les quitaran los reflectores y embarcarse, volver a pescar tiburones.
Fue la única reportera que documentó el hallazgo de la tumba de la Reina Roja en el Templo XIII de Palenque, la que pasó más de 24 horas en el pasillo junto a la cámara que los arqueólogos Fanny López y Arnoldo González Cruz habían descubierto. Un momento épico en la historia de la arqueología, un momento crucial en el conocimiento de la historia del esplendor maya y el papel de las mujeres en él. Un reportaje a ocho columnas en junio de 1994, un libro escrito varios años después. Con el premio Benítez a Adriana Malvido se reconoce no sólo la dedicación de una vida a documentar el quehacer cultural, dejar testimonio y memoria sino a reconocer la participación de las mujeres en esa tarea, imprescindible para comprender las manifestaciones que nos dan identidad, pluralidad y voz.