La vida se conjuga en presente y aún me parece difícil aceptar que para hablar del amigo, del poeta, del colega Héctor Carreto tenga que usar el pasado. Lo conocí mucho antes de entrar a la UACM a formar parte de la academia de Creación Literaria cuando se iba abrir el plantel San Lorenzo Tezonco en 2005. Celebré nuestra coincidencia como colegas en un proyecto universitario donde nuestra experiencia o camino como escritores podría acompañar el camino de escritores jóvenes. Fui testigo de cómo se volvió un verdadero mentor para los jóvenes poetas. El grupo de los poetas Con sombrero (lo llevaban puesto) eran los discípulos de Héctor a quien le hubiera molestado la palabra discípulos o que hubiera hecho un poema con ella porque lo suyo, como casi en ningún otro poeta mexicano, era darle la espalda a la solemnidad, hacer de lo cotidiano materia poética, elevar la estatura de las secretarias y los oficinistas (los hombres de bolsillo); con su bagaje de formación clásica, hacer de los autores grecolatinos y las palabras de origen griego un cuenco en donde mirarse con la naturalidad y empatía de un habitante del siglo XX y XXI. La personalidad afable, cálida y alegre de Héctor transmitía siempre el gusto de encontrarlo en los pasillos, de visitarnos en los cubículos, de coincidir en los comedores frente a la universidad en tiempos prepandemia. A lo largo de los años, el poeta de cuando en cuando tocaba mi puerta y me firmaba un libro nuevo, como el que reúne poemas de varios libros y que lleve el acertado título de Todo pasado fue mejor. Aquí redescubro las aristas diversas del poeta con el que comparto generación y que pudo hacer de Clark Kent el universo de un poemario honrando los cómics de Superman, cuyas aventuras leimos con fruición domingo a domingo cuando los comprábamos en el kiosco. Tomo el libro entre mis manos y me vuelvo a reír como ante los comentarios de Héctor Carreto con esa voz bajita, con esa discreción que disimulaba su elegante ironía y sus opiniones contundentes frente a lo que lo incomodaba. Amigo solidario con quien yo también compartía mis libros, deseosa de que entraran en su ánimo, juntos fabulamos una antología que reuniera textos de zapatos que nunca hicimos. En este libro que atesoro, con los otros que ocupan un espacio en los estantes más cercanos de mi librero, vuelvo a tropezar con esa manera suya de obsesionarse con los pies y el calzado. Tenía planeado mostrararle unos botines extraños que me había comprado en un viaje. Héctor Carreto en la vida, como en su poesía, daba a lo banal y lo “frívolo” su justo acomodo en el altar de nuestros fetiches y bienestar.
Extrañaré su presencia y los atrevimientos de su escritura que construía epigramas, poemas, minificciones y quién sabe qué estaría explorando en el sabático recién concluido que por por fortuna disfrutó en la ciudad de Montreal, donde estudia una de sus hijas.
Dice la poeta Dana Gelinas, su esposa, que se desplomó con una sonrisa apacible, como sólo podría corresponder a un poeta que escribió de la muerte misma con un humor encomiable. Lo podemos leer en Inscripción: Se entregó en cuerpo y alma a la poesía; fue inmortal mientras vivió. Pero se equivocó. Su voz permanece como constancia de su entrega en vida. No sé si alguna vez le dije que cuando jugaba a Superman con los primos yo siempre quería ser Lina Luna, aunque Clark Kent prefería a Luisa Lane. Y que le agradecía que nos hubiera hecho eternas en su poesía lúdica.