¿Puede una superpotencia militar mantener su influencia global, aunque su población esté disminuyendo? ¿O esté envejeciendo? Estas no son situaciones hipotéticas; ya están ocurriendo. Rusia se está despoblando y los chinos están envejeciendo. Y esos no son los únicos males demográficos que debilitan a estas dos potencias nucleares.
Entre 1994 y 2021 la población rusa disminuyó en 6 millones de personas (de 149 a 143 millones). Según la ONU, de seguir las actuales tendencias demográficas, para 2050 la población de Rusia se habrá reducido a 120 millones de personas.
Algo parecido está pasando en China. En 2022 allí también disminuyó el número de habitantes. Es la primera vez que esto sucede desde 1961.
El declive demográfico no solo amenaza la estabilidad de las superpotencias militares, sino que también provoca desabastecimiento laboral y disrupciones en el mercado de trabajo. La disminución de la población económicamente activa reduce los ingresos que el gobierno obtiene por los impuestos, lo que reduce su capacidad para financiar pensiones y servicios sociales esenciales.
En este sentido, la revista británica The Economist alerta que “una tragedia demográfica se está desenvolviendo en Rusia. En los últimos tres años el país ha perdido 2 millones de habitantes más de los que ordinariamente hubiese perdido a causa de la guerra, las enfermedades y el éxodo. La expectativa de años de vida en Rusia está al nivel de Haití”.
Naturalmente, la situación demográfica de Rusia, que ya era mala, ahora ha empeorado por la guerra en Ucrania. Según las agencias de seguridad de Estados Unidos y Europa, entre 175 mil y 250 mil soldados rusos fallecieron o fueron heridos en 2022. Y entre 500 mil y un millón de rusos (principalmente jóvenes y con buenos niveles de educación) se exiliaron en otro país. Las tasas de mortalidad empeoraron en 2020 y 2023 debido a la pandemia del Covid que, de acuerdo con The Economist, en Rusia cobró la vida de entre 1.2 y 1.6 millones de personas.
Independientemente de la pandemia, China ha venido enfrentando un sostenido declive demográfico. En 2022 solo hubo la mitad de los nacimientos con respecto a seis años antes. Esto se debe, en parte, al éxito de la política de “un hijo por familia” que el gobierno de Beijing impuso en 1980 para limitar el aumento de la población. En 2015 el gobierno abandonó esta política ya que ahora a los líderes chinos no les preocupa el aumento de la natalidad sino su declinación.
El gobierno de Beijing ve el aumento de los habitantes y el rejuvenecimiento de la población como fuentes de estímulo a la economía. Para ello ha creado todo tipo de incentivos para estimular los nacimientos: pagos en efectivo, reducción de impuestos, prolongados periodos de permiso remunerado tanto para la madre como para el padre, entre otros estímulos.
Lamentablemente, la experiencia internacional demuestra que aumentar la natalidad por la vía de los incentivos gubernamentales no produce los resultados deseados. Hay otras fuerzas culturales, sociales y económicas que reducen el interés de los chinos en casarse y tener hijos. En 2022 el número de matrimonios cayó a su nivel más bajo desde 1985.
Las razones para casarse y tener hijos ciertamente incluyen cálculos materiales, pero también la determinan factores culturales y expectativas acerca del futuro del país y su capacidad para darle oportunidades a su población. Los datos sobre matrimonios y partos evidencian que un número creciente de chinos no parece estar dispuesto a apostar por su país. Este pesimismo también es común entre los rusos.