Desayunando en Lima, Perú.
Powell, el entonces secretario estadounidense de Estado (ministro de Relaciones Exteriores) había aceptado una invitación del presidente peruano, Alejandro Toledo, a un desayuno en el Palacio de Gobierno. Pero el alto funcionario estadounidense no había viajado a Lima para departir con Toledo. Su propósito era representar a su país en lo que prometía ser una reunión histórica: ese 11 de septiembre del 2001, 34 países de las Américas se comprometerían a fortalecer y defender la democracia. En el documento a ser suscrito, la Carta Democrática Interamericana, los gobiernos reconocían que “los pueblos de las Américas tienen derecho a la democracia y sus gobiernos tienen la obligación de promoverla y defenderla”.
Eran tiempos en los cuales la democracia volaba alto: en una amplia gama de países, los sondeos de opinión de la época revelaban que era mayoritariamente percibida como el mejor sistema político. Era el sistema que tenían los países que enfrentaron y derrotaron a los déspotas de la Unión Soviética, impidiendo que se arraigara el ruinoso e inhumano comunismo que el Kremlin quería imponerle al resto del mundo.
Antes de ir a la reunión en la cual los dignatarios firmarían la Carta Democrática, el exgeneral Powell, quien en ese entonces era quizás el político más admirado en Estados Unidos y, para muchos, el inevitable próximo presidente, hizo una visita protocolar al presidente del Perú. Lo acompañaban cinco altos funcionarios del departamento de Estado y Toledo los recibió en compañía del presidente del Consejo de ministros, Roberto Dañino, el ministro de relaciones exteriores y el zar antidrogas. Ninguno de los asistentes imaginaba que esa prometedora mañana de un 11 de septiembre el mundo cambiaría de maneras que hasta hoy nos afectan a todos.
Mientras degustaban las delicias de la cocina peruana, entró uno de los asistentes de Powell, quien le susurró algo en el oído mientras le entregaba un papel. Rememorando el momento, Roberto Dañino, a quien entrevisté para este artículo, cuenta que Powell leyó la nota, frunció el ceño y parcamente informó al grupo que un avión había perdido el rumbo y se había estrellado contra un edificio en Manhattan. El grupo siguió conversando hasta que, minutos después, volvió a entrar el asistente y le da otro papel a Powell, quien lo lee y, sin perder la calma, les dice a los comensales que un segundo avión se había estrellado contra un edificio y que todo indicaba que había un ataque terrorista en marcha. “¿Quién está detrás de esto?”, le pregunta Dañino. “Al-Qaeda”, respondió rápidamente Powell, para inmediatamente corregirse: “Pero la verdad es que no lo sé. Además, mi experiencia militar me ha enseñado a reaccionar con calma ante grandes eventos. Hay que esperar que la polvareda se despeje y se puedan ver las cosas más claramente.” Le preguntaron si volaba de inmediato de regreso a Washington, dejando a uno de sus funcionarios a cargo de firmar el documento. “De ninguna manera” respondió Powell. “Yo me quedo y la firmo. La democracia es la mejor arma contra el terrorismo. Lo único que pediré es que adelanten el proceso de las firmas para que yo pueda viajar lo más pronto posible”.
Así ocurrió y, con la firma de los representantes de los gobiernos del continente, menos Cuba, se adoptó la carta democrática que los obliga a promover y proteger la democracia en todo el hemisferio.
Veinte años después, las cosas han cambiado. Una reciente encuesta de IPSOS a 19 mil personas en 25 países (entre los cuales están Argentina, Brasil, Chile Colombia, México y Perú) encontró que la percepción que tienen estos latinoamericanos acerca de su democracia es la peor del mundo. Más preocupante aun es que 44% de los latinoamericanos encuestados desean tener “líderes fuertes que estén dispuestos a romper las reglas”. La percepción de que la sociedad está fragmentada es más alta entre los latinoamericanos (64%) que en el resto del mundo (56%).
La polarización dentro de los países de América Latina inevitablemente se refleja en la polarización de los gobiernos de la región. No es de sorprender entonces que en estos 20 años la Carta Democrática no se haya podido aplicar en casos tan flagrantes de su violación como lo han sido los de [Hugo] Chávez y [Nicolás] Maduro en Venezuela o en la Nicaragua de Daniel Ortega.
El pasado 18 de octubre falleció Colin Powell a los 84 años. En el masivo recuento que los medios de comunicación han hecho de su vida, aciertos y errores, su rol en la adopción de la carta democrática es poco más que invisible.
Me consta que, aun en su retiro, el general y diplomático estaba muy preocupado por la época de precariedad democrática por la que está pasando el mundo. Me pregunto si a Powell se le habrá ocurrido que, de seguir las cosas como van, quizás habrá que aplicar a Estados Unidos el documento que él firmó en Lima hace 20 años.
@moisesnaim
Miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace