¿Por qué las sociedades y sus gobiernos toleran pasivamente las malas ideas? ¿Por qué hay tantas políticas públicas obviamente fracasadas que resultan imposibles de erradicar?
La lista de países cuyos gobiernos no pueden o no se atreven a enfrentar sus tabúes es larga, longeva y variada. Un buen ejemplo de esto es la política con respecto al tráfico y consumo de drogas.
El 18 de junio de 1971, el entonces presidente Richard Nixon declaró la guerra a las drogas. Son “el enemigo público número uno”, dijo. Según la Alianza Contra La Política Antidroga, una organización no gubernamental que se opone a las políticas prevalentes en este campo, Estados Unidos gasta 51 mil millones de dólares al año en la guerra contra el tráfico y consumo de drogas. En 2015, la Comisión Global sobre Política de Drogas, formada por un respetado grupo de exjefes de Estado, estudió a fondo el tema y concluyó: “La guerra global contra las drogas ha fracasado y tiene devastadoras consecuencias para individuos y sociedades alrededor del mundo”. La defensa automática del régimen actual cierra la posibilidad de explorar otras alternativas.
El subsidio a los combustibles es otro ejemplo donde hacer lo obvio es imposible. Al mismo tiempo que el mundo se embarca en un esfuerzo sin precedentes para descarbonizarse reduciendo el consumo de petróleo, gas y carbón, los gobiernos dedican cifras inimaginables de dinero para reducir el precio de la gasolina y la electricidad. Según el Fondo Monetario Internacional, más de 6% del total de la economía mundial se dedica anualmente subsidiar el consumo de los combustibles fósiles. Se estima que esta cifra superará 7% en 2025. Así, con un pie los gobiernos pisan el acelerador del consumo de combustibles fósiles y con el otro pie intentan frenarlo.
O veamos el embargo económico de Estados Unidos a Cuba, en pie desde 1962. El propósito original del embargo de Estados Unidos fue, y sigue siendo, el cambio de régimen en Cuba. La idea era que el embargo debilitaría la economía cubana hasta producir un cambio de gobierno que abriría el camino hacia el establecimiento de un régimen democrático. Obviamente, esto no ha pasado y Cuba sigue siendo la dictadura más antigua de América Latina. Y hay más ejemplos. La política hacia los inmigrantes, la política agrícola común de Europa, reglas laborales que inhiben la creación de nuevos puestos de trabajo, el libre y fácil acceso a armas de fuego en Estados Unidos, las políticas educativas, la gobernanza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el gasto militar de Estados Unidos está plagados de malas ideas imposibles de eliminar.
Detrás de cada mala idea se esconde un interés político, económico, cultural o religioso. Por ejemplo, sabemos que la política energética es fuertemente influida por las grandes corporaciones. Un dato reciente y revelador en este sentido es el número de los cabilderos que representan los intereses de las empresas de energía fósil que participan en la cumbre de la ONU sobre el medio ambiente (la COP27). Este año hay 25% más de “cabilderos fósiles” (como los llama la ONG “Testigo Global” o “Global Witness”) de los que estuvieron el año pasado en la COP26 en Glasgow.
La guerra contra las drogas ha creado una enorme y muy bien financiada burocracia que después de más de medio siglo ha aprendido a neutralizar los esfuerzos que buscan encontrar alternativas más eficaces y humanas de atacar este problema. El embargo económico a Cuba es defendido por los políticos estadounidenses que buscan los votos de los cubanos en Florida.
Los que se benefician de estas políticas son pocos, pero están bien organizados. Los que son perjudicados somos muchos más, pero no logramos hacer valer nuestro numérico. Pero en estos tiempos el mundo nos depara sorpresas a diario. Es probable que en un futuro próximo hacer lo obvio no sea tan imposible y que algunas de estas malas ideas sean finalmente enterradas.