Lo que para el resto del país podría sonar como un hecho aislado, el hallazgo de una granada en las afueras de la Torre Ejecutiva de PEMEX, revivió momentos de angustia al personal de la paraestatal que recuerda la explosión que cobró en total 37 vidas hace 11 años, justo hoy.
Alrededor de las 15:45 del jueves 31 de enero de 2013, una fuerte explosión cimbró el sótano, planta baja y primer piso del Edificio B del complejo arquitectónico donde se encuentra la sede del Centro Administrativo de Petróleos Mexicanos. Al menos 300 personas circulaban por la zona, antes de checar su salida a las 16 horas.
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Minutos más tarde comenzaron a llegar las ambulancias y al cabo de media hora cooperaban en el rescate decenas de bomberos y elementos del Ejército, Marina y Policía Federal. Se reportó un saldo inicial de 25 muertos y más de un centenar de heridos.
La crónica que publicó esta redacción al día siguiente reveló que en las oficinas afectadas, luego de un estallido sordo, vidrios se despedazaron, archiveros, escritorios y papeles volaron y se levantó una nube de polvo que dificultó las primeras labores de rescate.
No hubo presencia de fuego, como tampoco oportunidad de taparse los oídos, según comentaron trabajadores que sobrevivieron al impacto, a pesar de encontrarse cerca de la zona más transitada y una de las más dañadas, el área de los relojes checadores.
La fuerza del estallido fue tal que esa tarde hubo quienes dijeron que dos pisos se habían desplomado, y otros señalaban que los muros se habían destrozado como si fueran de papel, en un instante.
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Uno de los brigadistas identificados como Topos, en uniforme y casco rojos, fumaba un cigarro antes de internarse en el inmueble del desastre. “Claro que hay miedo, se siente de todo, no sabes, pero si podemos poner un granito, adelante”, declaró el rescatista Germán Vázquez para EL UNIVERSAL.
Sin embargo, la preocupación que apremió tanto a compañeros y familiares así como a las autoridades fueron los heridos y los desaparecidos. Además del urgente traslado de lesionados, sin más prioridad que salvar vidas, los numerosos escombros retrasaban el rescate frente a la angustia de familias y amistades de los empleados de PEMEX.
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El sábado 2 de febrero seguían sin ser localizados 4 trabajadores que habrían estado en el sótano, el sector más profundo. Por desgracia, a lo largo de la semana siguiente se adelantó que la explosión se había originado en el segundo nivel del sótano, un área cuyo acceso se reserva exclusivamente para el mantenimiento de los pilotes del edificio.
El martes siguiente se descartó que el incidente fuera un atentado premeditado, y en cambio se observó la presencia de gas. Expertos de la UNAM, el IPN y PEMEX comenzaron a monitorear diario las concentraciones de dos o tres gases distintos para garantizar el seguro regreso del personal a las instalaciones.
Poco a poco se supo que la sustancia predominante habría sido metano, pero sólo se contaba con hipótesis sobre su origen: una acumulación natural en el subsuelo, tuberías de gas en desuso, o la propia red de drenaje.
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Hasta inicios de agosto, la Procuraduría General de la República (PGR) emitió un comunicado con las averiguaciones que encargó al Instituto de Geología de la UNAM.
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La causa se debió a múltiples factores: una larga acumulación de gas natural en el subsuelo, los vapores generados solventes almacenados y una chispa eléctrica o mecánica que detonara el estrépito.
Una nota de Forbes además resalta que la presencia de sustancias en el subsuelo incluía hidrocarburos que se remontarían a derrames de los depósitos de la Huasteca Petroleum Company, que se ubicó en la misma zona hasta los años 30.
Según se observa en una infografía de EL UNIVERSAL, era cierto que una cuadrilla de trabajadores se encontraba en el sótano para dar mantenimiento a los pilotes. Todo apuntaba a que, a falta de iluminación, habrían llevado un foco conectado a una extensión, cuya chispa causó la explosión.