La zona de Tacubaya se ubica al noroeste de la capital y al sur del bosque de Chapultepec. Quienes visitamos el rumbo hoy en día, difícilmente podemos imaginar su historia y los grandes cambios que han tenido colonias como esta o la Ampliación Daniel Garza, San Miguel Chapultepec y partes de la Escandón y Observatorio.
Para muchos Tacubaya es en general sinónimo de tráfico, punto de partida de camiones, taxis, comercio ambulante de todo tipo, de mucha gente, zona de joyerías, zapaterías y hasta ha llegado a tener fama de colonia peligrosa por la inseguridad, pero no siempre fue así.
Hace más de cien años, por ejemplo, era una zona de descanso, pues se consideraba un pueblo en las afueras de la ciudad de México. Sin embargo, la época de destino vacacional no es el único dato histórico del lugar que, habitado desde mucho antes de la llegada de los españoles, pasó por cambios hasta ser reconocido como una ciudad.
En esta ocasión, en Mochilazo en el Tiempo hablaremos de cómo la ciudad de Tacubaya pasó a ser parte de la ciudad de México con la maestra en Arquitectura por la UNAM, Daniela Osorio.
Aunque ha habido cambios en cincuenta años, el edificio Ermita se conserva en buen estado y da un toque familiar a las avenidas Jalisco y Revolución. Fotos: Colección Villasana/Angélica Navarrete.
Su aspecto actual tiene menos de un siglo
A finales de 1928, cuenta la arquitecta, Tacubaya y México ya estaban conurbadas, o en otras palabras, se fusionaron. La realidad de los vecinos se hizo un cambio oficial cuando “con la creación del nuevo Departamento del Distrito Federal, se integraron administrativamente los antiguos municipios de México, Tacuba, Mixcoac y Tacubaya”.
Osorio toma un momento para matizar el nuevo panorama y nos comenta que el pasar a integrar el DDF no implicó que la zona se convirtiera en escenario de las mismas actividades que el centro de la ciudad, pues como dice, “la otrora orgullosa villa de Tacubaya quedó relegada a una función de periferia respecto de la gran metrópoli”.
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Lo que sí ocurrió a finales de los años veinte fue que “sus antiguos caminos resultaron muy atractivos para la nueva conectividad urbana demandada por el automóvil”. Debido a esto, explica, los caminos y ríos se entubaron y se convirtieron en grandes vialidades metropolitanas.
Entre los años cuarenta y sesenta desaparecieron los vestigios del núcleo original de Tacubaya, al tiempo que los automóviles se volvían los protagonistas privilegiados de la ciudad. Daniela nos cuenta que esto siguió una política urbana que vinculaba las ideas de progreso y orden con las de velocidad y libre circulación de vehículos.
Para ser precisos, Osorio relata que “se llevaron a cabo procesos de expropiación, alineamientos, demoliciones y construcción de grandes obras viales, entre otras, el ensanche y ampliación de avenida Revolución, el viaducto Miguel Alemán, la avenida Parque Lira, la avenida Jalisco, y una parte del Anillo Periférico – boulevard Manuel Ávila Camacho”.
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Como ya se ha visto en otras “megaobras” de la capital, la realización de las nuevas vialidades “supuso la destrucción de los espacios emblemáticos de la vida colectiva en Tacubaya, como el portal y la plaza de Cartagena, el mercado municipal, los portales de Magdalena y de San Juan, entre otros”.
No es sorpresa que, como comenta la arquitecta, en el proceso de integrar un antiguo suburbio a la gran ciudad “la decisión política de ensanchar y extender sus antiguas calles, anteriormente bordeadas de casas y comercios coloniales y del siglo XIX, implicó la demolición de la mayor parte de las construcciones que brindaban a la zona un carácter señorial”.
Por fortuna, no todo fueron pérdidas, pues Osorio ofrece un recuento de los rastros de la antigua Tacubaya:
“El día de hoy quedan, como huellas de este magnífico pasado, decenas de construcciones de diversos tamaños y usos: las iglesias, sin las construcciones que les rodeaban cuando eran conjuntos conventuales-; casonas como el Ex Arzobispado, la Casa de la Bola y la Casa Amarilla que hoy ocupa la Alcaldía Miguel Hidalgo”.
Un poblado vacacional se convirtió en ciudad
Osorio explica que antes del siglo XX, “su cercanía con la ciudad de México, así como lo agradable de su paisaje, convirtió a Tacubaya en un lugar predilecto para la construcción de grandes casas de campo de la alta sociedad novohispana”.
La también estudiante de doctorado resalta que la popularidad de aquellas casas de campo fue una constante durante gran parte del siglo XIX.
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Más tarde, al igual que sucedió con la ciudad de México, dice que “el tamaño del núcleo urbano original de Tacubaya se mantuvo acotado durante el periodo de la Colonia.
La arquitecta afirma que medio siglo después, las Leyes de Reforma que impulsaron presidentes como Ignacio Comonfort y Benito Juárez, acentuaron el proceso de nacionalización y venta de propiedades. A la larga, dice, esto aceleró la expansión de la ciudad de Tacubaya.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los avances tecnológicos y las oportunidades de inversión dieron paso a la construcción de la red de tranvías. Lo anterior acercó entre sí a las ciudades de México y Tacubaya, y a su vez favoreció el desarrollo de grandes negocios inmobiliarios, de acuerdo con Daniela.
Como ejemplo de lo anterior, indica que “en estos años, empresarios como los hermanos Escandón, Martínez de la Torre y otros personajes pertenecientes a familias acaudaladas adquirieron grandes porciones de terrenos en la municipalidad de Tacubaya”.
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Algunas propiedades, señala, las destinaron a la construcción de sus propias casas de campo, y con ello consolidaron la exclusividad residencial en las áreas céntricas.
Hacia finales del siglo XIX, la zona “empezó a recibir una importante migración de familias de clase media que se desplazaban tanto de la ciudad de México como de otros estados de la República: profesionistas, burócratas, pequeños comerciantes”. Junto a ellos, afirma, llegaron también grupos de menos ingresos que se ocupaban en pequeñas fábricas, talleres y comercios.
Este aumento en la población se reflejó en la demanda de viviendas, y enfrentaba un reto: los terrenos aún no contaban con servicios urbanos. El desenlace, nos cuenta, llegó de mano de los empresarios inmobiliarios que lotificaron colonias como la Escandón, San Miguel Chapultepec, San Pedro de los Pinos y Daniel Garza.
Aunque fue un proceso y no algo inmediato, poco a poco estos asentamientos se incorporaron al entonces municipio de Tacubaya.
A Hernán Cortés le agradaba Tacubaya
Osorio comparte que, de inicio, se sabe que en los alrededores de Tacubaya se han encontrado vestigios de grupos chichimecas, toltecas y mexicas. Dichas poblaciones, dice, se habrían asentado en torno a los ríos, barrancas y caminos que se encontraban en este territorio.
Menciona que además, el historiador Charles Gibson y el cronista Luis González Aparicio concordaron en que la localidad que los nativos llamaban Atlacuihuayan no gozaba de particular relevancia en el sistema urbano mexica.
Lo anterior, debido a que era una población que pagaba tributo y no tenía un linaje tlatoani propio. Sin embargo, agrega que “tenía la peculiaridad de encontrarse en un cruce de caminos y por tanto, de ser un lugar de tránsito y distribución de personas y mercancías desde y hacia Tenochtitlán, y entre las localidades del borde poniente del lago”.
Con base en los distintos documentos sobre el tema que ha consultado Daniela, las principales rutas que atravesaban Tacubaya eran: hacia el norte, comunicando con Chapultepec y Tacuba; hacia el sur, en dirección a Coyoacán, pasando por Mixcoac; y hacia las barrancas del poniente, en dirección a Santa Fe y Toluca.
Según el recuento de Osorio, es posible que los trazos de estos antiguos caminos se hayan convertido en la avenida Parque Lira-Chivatito, y la Avenida Jalisco-Camino Real a Toluca, con su desviación hacia el pueblo de Nonoalco.
Agrega que hace siglos “la zona de Tacubaya se caracterizaba por la presencia del río de la Piedad, al cual alimentaban el río de Tacubaya y el río de Becerra”.
Es probable que la presencia de esas corrientes de agua, así como un clima agradable y una ligera elevación con respecto a la ciudad de México, llamaran la atención de Hernán Cortés, quien reclamó este territorio como parte del Marquesado que le otorgó la corona española tras la Conquista y logró que se le concediera a Tacubaya la condición de cabecera o colonia principal de la demarcación o zona.
Durante la época colonial se desarrolló una importante actividad productiva en estos terrenos, gracias a los molinos que se instalaron en torno a los ríos, así como a la producción agrícola y la explotación de minas de arena y de arcilla para abastecer las construcciones de la ciudad capital.
Algo que quizá suene curioso hoy, para la ciudad del siglo XXI es que, de aquellos molinos virreinales que hubo en esta zona, el más conocido fue el llamado “Molino del Rey”. Ahí se procesaba trigo e insumos para la fabricación de pólvora, según nos explica Daniela.
Por supuesto, no era lo único que funcionaba diferente, pues según detalla la entrevistada “durante la Colonia y hasta mediados del siglo XIX, todos los productos y mercancías se transportaban gracias al uso de caballos o mulas que movían carretas o diligencias, o bien a pie, por caminos de tierra o empedrados”.
Nuestra entrevistada plantea un pintoresco viaje por el tiempo, pues describe que así como algunas residencias que siguen siendo ocupadas como vivienda, hay fachadas modificadas que dan acceso a desarrollos de vivienda multifamiliar, vestigios arqueológicos que emergen cuando se hacen nuevos proyectos de infraestructura.
Los colonos de zona, así como los capitalinos más conocedores del rumbo, seguro entienden las referencias como “la calle de Rufina que en su trazo nos recuerda la presencia de un río; la Parroquia y la Alameda, hoy separadas por seis carriles de vialidad… y una gran variedad de crónicas, pinturas, litografías y fotografías que hoy nos permiten reconstruir la memoria de estas calles y colonias”.
La también estudiante de doctorado nos comparte que, para conocer más sobre la historia de Tacubaya se pueden consultar los libros Tacubaya, de suburbio veraniego a ciudad, de Sergio Miranda Pacheco; Tacubaya en la memoria, de Araceli García Parra y María Bustamante Harfush; o el clásico Tacubaya. Historia, leyendas y Personajes, de Antonio Fernández del Castillo.
Daniela no pierde la oportunidad de sugerirle al público visitar y recorrer las calles, iglesias y mercados de Tacubaya, que “están llenos de huellas y vestigios, o mejor aún, platicar con los vecinos, muchos de los cuales guardan con nostalgia los recuerdos de lo que fuera una zona hermosa y tranquila dentro de la enorme ciudad de México”.
Hasta aquí el breve recorrido por tan solo un aspecto de esta gran zona de la capital.