Fue desde el siglo XIX que médicos y autoridades capitalinas coincidieron en que el suelo de las zonas poniente y sur de la ciudad tenía las características adecuadas para albergar cementerios, sin que representara riesgos para la salud de sus pobladores.
Para esta entrega de Mochilazo en el Tiempo entrevistamos a la historiadora del Instituto Mora, Ana Alicia Vázquez Aguilar, quien nos habló de que a esos intentos de la Iglesia, gobierno y comunidades extranjeras por tener espacios propios, se contraponía el rápido y constante crecimiento de la ciudad, aunado a las constantes epidemias y la falta de recursos económicos.
La especialista afirma que por sus características los terrenos de Tacuba facilitan, de forma segura, la descomposición de la materia orgánica.
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“Los terrenos de Tacuba, a pesar de su cercanía con el borde lacustre, se conforman de materiales de erosión, son profundos, bien drenados y fértiles. Estas condiciones hacen que se pueda excavar fácilmente y por encima del nivel freático, evitando las inundaciones y el exceso de agua en el subsuelo. Todos estos aspectos intervienen favorablemente en la descomposición de materia orgánica”, señala.
La historiadora nos remonta al siglo XIX, en el contexto de la urbanización que se dio en ese momento, y señala que en aquellos días el poniente de la Ciudad de México era favorable por sus terrenos altos y secos, el aire puro, no se inundaba y el suelo era próspero para el cultivo.
En contraste, el oriente, con la presencia del lago de Texcoco era un suelo salitroso, árido, bajo, expuesto a inundaciones y malos olores.
“Recordemos que durante la Colonia y hasta bien entrado el siglo XIX existía un profundo temor a los miasmas, que eran vapores fétidos que provenían de agua estancada, rastros, mercados, peleterías, basureros y cementerios, lo que favorecía la propagación de epidemias”, narra la historiadora.
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Haciendo un recuento de los sitios elegidos para construir cementerios, la historiadora explica que durante la primera mitad del siglo XIX se había intentado dar una ubicación correcta al situar los panteones de San Pablo (1801) en los límites del actual Centro Histórico; el de Nuestra Señora de los Ángeles (1833-1834) y el de Santa Paula (1836) en la actual colonia Guerrero.
Cementerios de extranjeros, también al poniente capitalino
Más tarde, el gobierno capitalino dio concesiones para los panteones General de La Piedad (1871) y el Francés de La Piedad (1864) hacia el sur, en el actual cruce de la Avenida Cuauhtémoc y el Viaducto Miguel Alemán.
“En el caso de los panteones para extranjeros, destacan el Americano (antiguo, 1851) y el Inglés (1824), que se formaron en la entonces periferia poniente de la Ciudad de México, en el actual cruce del Circuito Interior y la Ribera de San Cosme.
“Después de una larga búsqueda de terrenos en diferentes ubicaciones, estadounidenses e ingleses encontraron en el rumbo de la Tlaxpana terrenos adecuados para abrir sus panteones, sentando un antecedente para los que más tarde formaron otras comunidades extranjeras en el mismo punto de la ciudad, pero más allá de la calzada México-Tacuba, cerca de Naucalpan.
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“Los franceses también encontraron un lugar adecuado, y formaron el Panteón Francés de La Piedad enfrente de donde más tarde se construyó el Panteón General de la Piedad”, explica nuestra entrevistada.
Buscaron panteones exclusivos para sus connacionales
En general, los panteones no eran suficientes ni en capacidad, ni tenían el mantenimiento adecuado.
“Así, el siglo XIX transcurrió con muchos intentos por construir un panteón municipal que reuniera las cualidades necesarias como: suelo alto y seco, a sotavento de los vientos dominantes, vigilancia, dimensiones adecuadas y salubridad”, señaló la historiadora.
Como experta en estos temas, Vázquez Aguilar resalta que el primer panteón que concretó los ideales médicos y topográficos requeridos fue el Panteón de Dolores (1875), el paradigma de la cuestión funeraria en México.
La investigadora hace hincapié que dicho panteón fue un gran acontecimiento durante el último cuarto del siglo XIX, porque en ese lugar al fin se pudieron materializar, no sólo las recomendaciones de los médicos, sino también las disposiciones de la Ley de Secularización de Cementerios de 1859 y del Código Sanitario de 1891, además de las opiniones del Consejo Superior de Salubridad.
A pesar de que en el Panteón de Dolores se vendieron espacios para formar lotes de sepultura para extranjeros, por ejemplo, italianos y alemanes; las comunidades extranjeras buscaron construir panteones exclusivos para sus connacionales.
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Vázquez Aguilar contó que los españoles preferían un espacio amplio y propio para formar su panteón, y en el caso de los alemanes, porque, aunque tenían un lote en el Panteón de Dolores, este agotó rápidamente su capacidad, contó la investigadora.
La ubicación fue tan acertada que todavía funcionan
La historiadora explica que ante el vertiginoso crecimiento de la ciudad se fueron estableciendo nuevas colonias en distintos puntos de la ciudad, preferentemente al poniente, lo que respondía a las cualidades geográficas de la zona, y no fue lo que determinó que las comunidades extranjeras establecieran ahí sus panteones, por la cercanía con su casa o algo así.
“La elección de estas comunidades, y la autorización por parte del gobierno, correspondía a que eran terrenos alejados de la traza urbana y apropiados topográficamente. Aunque la ciudad no hubiera crecido hacia allá, lo más probable es que esa hubiera sido definida como la ubicación correcta para establecer los panteones, no sólo de los extranjeros, sino para cualquier particular que lo hubiera solicitado”, indicó nuestra entrevistada.
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Ana Alicia señaló que en Tacuba eran cinco los cementerios para extranjeros construidos en un periodo relativamente corto: el Español (1886), el Americano (1898), el Monte Sinaí (1914), el Alemán (1917) y el Británico (1926).
Vázquez subrayó que un aspecto muy importante de estos cinco cementerios es que su ubicación resultó tan acertada que todavía funcionan. De la misma forma que el Panteón de Dolores, no fueron clausurados, como sí ocurrió con la mayoría de los panteones construidos durante el siglo XIX en la Ciudad de México, salvo excepciones, como los panteones del Tepeyac, San Fernando, Americano (antiguo) y Francés de La Piedad.
A muchos llama la atención que españoles, estadounidenses, judíos, alemanes y británicos hayan elegido el mismo sitio de asentamiento para establecer sus panteones, más allá de las bondades de la zona, pero la historiadora nos brindó varias explicaciones.
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Cuatro particulares vendieron sus terrenos a españoles en Tacuba
Después de que estadounidenses, ingleses y franceses abrieron sus propios cementerios a mediados del siglo XIX, los siguientes interesados fueron los españoles, que lo proyectaron desde 1865.
Pero eran tantas las tareas de la Sociedad de Beneficencia Española que le costó trabajo reunir fondos suficientes y, además, encontrar un terreno adecuado y avalado por las autoridades.
Los intentos cristalizaron en 1886, cuando cuatro propietarios particulares les vendieron sus terrenos en Tacuba. Se asentó sobre terrenos que pertenecían a la Hacienda del Prieto, señaló Ana Alicia.
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La historiadora nos explica que aunque existe poca documentación al respecto, no está muy claro qué motivó a los estadounidenses a formar el nuevo Panteón Americano junto al Panteón Español. Lo poco que se sabe es que fue por falta de espacio que en la Tlaxpana.
Señala que lo más probable es que la elección haya estado relacionada con que había disponibilidad de terrenos en Tacuba y que ya se habían asentado ahí los españoles, siendo los primeros en proveer los servicios para la apertura de panteones. El terreno destinado al cementerio era conocido como “Los Ahuehuetes”.
Por otro lado, la investigadora refiere que el caso del Panteón Monte Sinaí es muy particular y no se explica sin la ayuda de Jacobo Granat, un importante empresario del ramo cinematográfico de la Ciudad de México.
Resalta el hecho que Granat era muy cercano al presidente Francisco I. Madero, a quien le prestaba sus salas de cine para hacer campaña.
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Por ello, Madero le correspondió dándole facilidades para adquirir un terreno en Tacuba, junto a los otros panteones ya establecidos. Este terreno, conocido como “El Ahuehuete”, no estaba en manos de particulares, sino de una compañía especuladora, la Tacuba Land Company.
Por su parte, Vázquez Aguilar relata que ante la falta de espacio en el Panteón de Dolores, los alemanes buscaron un terreno para formar un nuevo panteón, que también encontraron en Tacuba, junto a los demás.
El Panteón Alemán se construyó también sobre terrenos de “El Ahuehuete”, que pertenecían a un particular, pero antes de eso también habían sido propiedad de la Tacuba Land Company.
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La entrevistada señala que los últimos en llegar fueron los británicos. Que aunque ya tenían un panteón en la Tlaxpana, habían sufrido una inundación, la ocupación de tropas revolucionarias y constantes amagos de las autoridades de clausurar su panteón por considerarlo poco higiénico.
Ante la incertidumbre, la comunidad británica se apresuró a buscar un terreno y eligieron estar en Tacuba, porque ya estaban ahí los panteones de las comunidades extranjeras. El Panteón Británico se construyó también sobre un terreno propiedad de la Tacuba Land Company, explicó Ana Alicia.
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La investigadora destaca la importancia que tuvo la cohesión de cada comunidad extranjera. Apunta que españoles, estadounidenses, judíos de diverso origen, alemanes e ingleses sustentaron la construcción de sus panteones gracias a las sociedades de beneficencia que cada comunidad estableció en México.
Estas sociedades, además de proveer facilidades a los migrantes para adquirir casa y empleo, tuvieron como prioridad agilizar un lugar para sus muertos.
No omite comentar que en algunos casos las conexiones que tenían algunas comunidades se aprovecharon a favor de que pudieran abrir sus panteones; sin embargo, recuerda y destaca que todos los extranjeros se apegaron a la legislación y a la normatividad en materia de salud pública. Incluso, los involucrados en las gestiones renunciaron a sus derechos de extranjería.
Todos ellos tuvieron que reunir muchos requisitos administrativos y materiales. Los más importantes eran apegarse a los lineamientos de la Ley de Secularización de cementerios, el Código Sanitario de 1891 y el visto bueno del Consejo Superior de Salubridad.
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Además, las comunidades extranjeras, antes de solicitar el permiso ante el Gobierno del Distrito Federal para formar su cementerio, debían reunir tres aspectos básicos de toda obra: terreno, proyecto y dinero, costeados por ellas mismas.
Una vez que obtenían la autorización, las comunidades también pagaban la construcción, administración y embellecimiento de sus cementerios, mientras que reportaban un porcentaje de las ganancias al Ayuntamiento.
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Los requisitos que todos cubrieron fue el bardeado del panteón, la instalación de una puerta principal, la vegetación del terreno, la construcción de una casa para el administrador, las gestiones para acceder al servicio de agua potable y, en el caso del Panteón Español, el tendido de la vía férrea para quedar comunicados con Tacuba y la Ciudad de México.
La cercanía con caminos durante el último cuarto del siglo XIX era uno de los aspectos fundamentales que el gobierno tomaba en cuenta para la construcción de panteones. Las gestiones de servicios que se hicieron para el Panteón Español, sin duda facilitaron el proceso de apertura para los demás panteones en el rumbo.
Cada panteón de extranjeros está adecuado a sus creencias
La historiadora aclara que cada panteón para extranjeros es diferente, y que cada comunidad lo ha ido adecuando acorde con sus creencias y necesidades.
Resalta que unos son más austeros que otros, por ejemplo, el Monte Sinaí, el Alemán y el Británico procuran preservar la sencillez de los sepulcros, ante una idea de que en la muerte todos somos iguales.
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En cambio, el Español es muy lujoso en algunas secciones, en las que destacan los mausoleos que son verdaderas mansiones para los muertos. En el caso de este panteón resulta muy relevante que su diseño corresponde a un primer proyecto de Lorenzo de la Hidalga, cuyos aportes en materia de panteones son muy poco conocidos.
“El hecho de que estas comunidades hayan asentado sus panteones juntos en Tacuba es tan particular, que puedo decir que en pocos lugares existe una zonificación tan clara en ese sentido”, afirma.
Dice que no solo se trata de los panteones, también se han ido agregando establecimientos de todo tipo, pero conectados con el ramo funerario, como marmolerías, florerías, talleres tipográficos, velatorios, negocios de comida, sitios de taxis, hasta una estación del metro, la estación Panteones.
“Todo esto ha hecho del rumbo, ahora conocido como Panteones, un lugar distintivo en la ciudad, una región funeraria”, concluyó nuestra entrevistada.
- Fuente:
- Alicia Elena Vázquez Aguilar.
- Licenciada en Historia por el Instituto Mora y Maestría en Estudios Regionales en la misma institución. Se ha desempeñado como coordinadora de la revista Gaceta Mora y redactora de comunicación política en Discurseros. Su investigación se ha centrado en la historia de la Ciudad de México durante el siglo XIX, principalmente de sus cementerios
- Para saber más:
- Aréchiga Córdoba, Ernesto, “Mal olor, espacio urbano y salud: la Ciudad de México en 1878”, Astrolabio, núm. 4, 2019, pp. 30-41. [Consulta: 6 de noviembre de 2024].
- Morales Martínez, María Dolores, Ensayos urbanos. La Ciudad de México en el siglo XIX, México, UAM – Unidad Xochimilco, 2011. (Antologías).
- Reyna, María del Carmen, Tacuba y sus alrededores, México, INAH, 1995.
- Vázquez Aguilar, Alicia Elena, “Los nuevos panteones de la Ciudad de México y la conformación de una región funeraria, 1875-1926”, tesis de maestría en Estudios Regionales, México, Instituto Mora, 2024. [Consulta: 6 de noviembre de 2024]
- Von Mentz, Joachim, México Tacuba: autobiografía de una dama de alcurnia, México, Juan Pablos Editor, 2023.