Texto: Nayeli Reyes Castro
“El espectáculo maravilla. Se distinguen miles y miles de almas caminando a pie en una sola dirección: hacia la Guadalupe …Parece que la población huye de la Ciudad de los Palacios buscando rumbos más propicios. Llevan canastas pletóricas con barbacoa y salsa ‘borracha’, y tortillas y el imprescindible y sagrado licor de las verdes matas”, narraba un reportero la madrugada del 12 de diciembre de 1921, día de la Virgen.
Si nos hubiéramos parado en la calzada de Guadalupe o en avenida Peralvillo en las primeras décadas del siglo XX, también habríamos visto tranvías llenos, carretas tambaleantes y automóviles derramando aceite en su camino al pueblo de Guadalupe Hidalgo (hoy conocido sólo como La Villa ).
Los peregrinos de La Villa en 1931. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.
Aquel pueblo tenía cara de fiesta desde los primeros días de diciembre, pero el día 11 y en especial el 12 se volvía un desfile interminable de enaguas, huipiles y rebozos; sombreros sencillos, de piel o de plumas adornados con imágenes de la Guadalupana y espejitos; trajes que los cronistas describían de “chillantes colores”; algunos usaban sandalias, otros zapatos, iban descalzos, de rodillas, sangrando, hacia el templo de la Virgen .
Se escuchaban las flautas de carrizo de los danzantes y las bandas instaladas en las carpas; músicos ciegos cantaban plegarias o tocaban el xilófono, el pandero o el acordeón a cambio de una moneda. Sonaban los organilleros revueltos entre guitarras, conversaciones y gritos de “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”.
En la imagen antigua una publicación sobre el Día de la Virgen en 1918, año de la pandemia de influenza española en México; en la actual, vemos la afluencia de peregrinos en días previos a la festividad, quienes anticiparon su visita por el cierre de la Basílica como medida para contener contagios de Covid-19. Fotos: EL UNIVERSAL. Diseño web: Rodrigo Romano.
Los mariachis del Bajío ofrecían sones de amor o de tragedias, otros vendedores de canciones entonaban corridos y “mañanitas”. En una publicación de EL UNIVERSAL ILUSTRADO de 1928, José G. Montes de Oca documentó una canción que narra lo que sucedía en esas festividades:
El día doce de diciembre
Chatita, ya nos espera,
vamos, que no te lo cuenten,
verás qué bonita feria.
Ándale, Chatita, vamos,
a ver a mi Madrecita,
su aceitito le llevamos,
sus flores y su cerita.
El día de la Virgen en 1920. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.
Almorzar “como Dios manda”
Cerca de mediodía terminaban las ceremonias religiosas en la Basílica de Guadalupe , los periodistas de la época relataban que los peregrinos se perdían entre los puestos de comida que brotaban por todos lados, iban a los “ restoranes del pueblo ”, o bien, buscaban un sitio para sentarse a desayunar en el atrio, en el jardín, en plena calle, en los llanos cercanos.
“Al cerrito subían los más, para desde allí gozar de la inefable visión del Valle de México , y al tiempo mismo saborear el suculento desayuno , compuesto en los más casos por ricos tacos de barbacoa y ‘mole de guajolote’ rociado todo con la bebida nacional. Esto ya no era desayunar, sino que almorzar y como Dios manda”, decía un reportero hace casi cien años.
La multitud es captada durante el tradicional ascenso por la escalera de piedra del Cerro del Tepeyac, en la Villa de Guadalupe, alrededor de 1910. Foto: Colección Carlos Villasana.
Ya que salgamos del templo
nos vamos para el Cerrito,
nos compramos bastimento,
para echar nuestro taquito.
Imagen de 1927, la obligada romería en La Villa. “El 'mole' no puede, por otra parte, faltar en la romería. He aquí a dos de las devotas mondando descansadamente dos huesos de guajolote" Foto: Archivo EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Los alquiladores de petates rondaban a los peregrinos, aunque se acomodaban en cualquier piedra o terreno, las señoras improvisaban sombras con sus chales y delantales , ponían tiendas de campaña, prendían fogatas para recalentar sus comidas.
“¿En qué se emplean tantas horas en la Villa?”, se preguntaba en 1921 un periodista, “la gente anda de aquí para allá, sin rumbo, sin objeto determinado. Se detienen en todos los puestos… ahí en la Villa desayunan, almuerzan, comen y tal vez hasta cenan”.
"Los cacahuates que inundarán los mercados del mundo, esta místico-profana". Foto: Archivo EL UNIVERSAL ILUSTRADO (1927).
Varios autores de EL UNIVERSAL contaron sobre la tradicional vendimia: café desabrido para las madrugadas, frutas, “ chito ” (botana de carne seca) rociada con pulque, fritangas de todas las formas, mole con guajolote, “carnitas que destilan manteca”, dulces, jarros de barro rojo con las aguas frescas de piña y limón, cervezas, refrescos, cacahuates que dejarían sus cáscaras por todos los caminos y “la golosina típica del Tepeyac”: las “ gorditas de hormiguero ”.
Las también llamadas “ gorditas de La Villa ” siempre ocupaban una mención especial en los relatos de la Basílica, alguien que firmaba con el seudónimo “El Hermano Gabriel” las describía como “pequeños pastelillos circulares que, aún calientes, acabados de sacar del ‘comal’, se deshacen entre la lengua, dejando un agradable sabor”.
José G. Montes de Oca escribió: “las vendedoras de gorditas de maíz, que con tierno acento ofrecen la dádiva de una minúscula tortilla de masa, que huele bien y sabe bien”.
Vendedoras de "gorditas de la Villa" en 1920. Foto: Archivo EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
“¡Prébelas usté, niña!”, decían a la gente que pasaba frente a su anafre y comal mientras ellas envolvían en papel china sus golosinas de maíz cacahuatzintle, semejantes a los polvorones; en 1920 las grandes costaban un centavo, las chicas dos por un centavo y los paquetes eran “de a dieces”.
“Los domingos y días de fiesta sí sacamos algo, para ques que se lo niegue a la buena persona de usted, pero los demás días apenas si para unas cuantas tortillas y nuestro jarrito de pulque”, dijo una de ellas al “Hermano Gabriel”. En las ventas del 12 de diciembre de 1920 la vendedora sacó seis pesos de ganancia.
Entre la nube de manteca que flotaba por la Basílica se ofrecían imágenes, medallitas, rosarios, estampas, escapularios, “milagros”, “bolsitas con una lágrima del cirio pascual”, loza de Guadalajara, jícaras de Michoacán, juguetes de artesanos de pueblos originarios que sólo llegaban en esa época, destacaban las famosas “cereras” (vendedoras de velas).
Imagen de 1927: "Las devotas que concurren a la romería se dedican a comprar los juguetes indígenas que sólo en esta festividad traen de los pueblos cercanos, humildes comerciantes" Foto: Archivo EL UNIVERSAL.
No faltaban personajes como el merolico , un periodista vio a uno en los años 20: era un hombre que tenía un reptil (llamado “Tiburcia”) enroscado en el cuello, pregonaba un jabón milagroso para quitar manchas del cutis, el paño, las pecas, la caspa y toda enfermedad cutánea, lo vendía a pedazos por 10 centavos.
Verás qué gusto nos damos
en eso de la paseada,
de allí al Pocito bajamos,
verás qué buena está el agua.
“Ruido, borrachera y mitote”
Había una tradición que ya era vieja en esos años: los devotos iban a la Capilla del Pocito para beber su agua, la extraían con una lata atada a una cadena, creían que ese líquido sulfuroso era capaz de curar cualquier enfermedad.
“Los peregrinos con los labios sedientos llegan fervorosamente a beber el agua milagrosa del ‘Pocito’ sin asquear la sed de otros labios, allí son todos iguales, todos sufren, todos van en pos de ver realizada una ilusión”, escribió el “Duende de las Vizcaínas” en 1921, en EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Ese mismo año, otro cronista narraba que después de pasar al Pocito la gente compraba figurillas de “ jabón de la Villa” , “es algo como barro y que la gente come con delectación”.
Había otra bebida popular que atraía a tantos devotos como el líquido “milagroso” del Pocito: el pulque.
La pulquería "La Tlaxcalteca", ubicada en la Villa de Guadalupe, alrededor de 1910. Este espacio se encontraba en el camino al Cerro del Tepeyac, a unos pasos de la Capilla del Pocito, y desapareció con la urbanización del rumbo; hoy otro negocio conserva el nombre en la Calzada de los Misterios. Foto: "The wind that swept Mexico".
En 1922 Jacobo Dalevuelta narraba: “México volcó a su población en la Villa y no había un sitio dónde poner un pie. Las ceremonias religiosas celebradas con toda suntuosidad atrajeron a todo el mundo… Afuera, ruido, borrachera , mitote y muchos expendios del sabroso mole y del rico blanco espumoso o curado de fresa . Hubo también una que otra puñalada ”.
Y es que las celebraciones etílicas a la Virgen comenzaban desde la mañana, solían terminar en la Cárcel Municipal o en ambulancias de las Cruces Blanca y Roja que andaban en las cercanías previendo heridos.
“Si quiere pulque, venga p’acá...", decían vendedores misteriosos al oído de los paseantes. José G. Montes de Oca decía que los “tornillos” de esa bebida se vendían en expendios escondidos. También abundaban otros alcoholes, Dalevuelta describía: “Hay mitote y alegría y veo cómo pasa de mano en mano muchas veces la botella de aguardiente , calentando estómagos y cerebros”.
EL aspecto de la Basílica y la muchedumbre en 1929. Foto: Archivo EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
El aroma de las fritangas se combinaba con el de la pirotecnia , el “cuetero” siempre era esperado con ansias, en 1924 Dalevuelta decía que cuando éste llegaba las personas lo rodeaban, gritaban de alegría, volaban de repente algunas botellas que se estrellaban en las cabezas de extraños cuando encendía el primer castillo.
Luego te llevo, Chatita,
a dar una vuelta entera por todita la Villita,
verás qué bonita feria.
Toditas las diversiones
las verás una por una.
caballitos a montones
y ruedas de la fortuna.
En la feria que se extendía por la Basílica había juegos mecánicos, la rueda de la fortuna, la “ola giratoria”, volantines…
13 de diciembre de 1916. Foto: Archivo EL UNIVERSAL.
También apuestas de lotería, tiro al blanco, carreras de caballos y otros entretenimientos: pajaritos que por unas monedas “predecían” la suerte al elegir un papelito al azar; “perros saltimbanquis” que brincaban sobre toneles e imitaban el desfile de un soldado; fotógrafos ambulantes capaces de capturar, por sólo 50 centavos, una época que ya no volverá.
Vámonos a la Villita
a pasearnos un buen rato,
te retratas, chaparrita,
y me darás tu retrato.
Verás que al pelo te miras
con tus trenzas muy peinadas,
tu vestido con chaquiras
y tus medias muy caladas.
Yo con mi sombrero charro,
mi jorongo nacional,
y con mi chatita a un 'lado
no nos veremos tan mal.
Nos vamos a la Villita,
Chata color de manzana,
a ver a mi Madrecita
la Virgen Guadalupana.
La fotografía principal fue publicada en EL UNIVERSAL ILUSTRADO en 1929, muestra la festividad del Día de la Virgen en ese año.
Fuente: Publicaciones por el Día de la Virgen en EL UNIVERSAL y EL UNIVERSAL ILUSTRADO de 1916 a 1931.