Los mexicanos sabemos vivir al máximo nuestras fiestas patrias, ya sea disfrutando de cuanta comida se pueda, zapateando hasta el cansancio o gritando el “¡Viva México, ca…!” más fuerte que salga de nuestro ronco pecho.
Y pareciera que el mejor escenario para hacerlo es el Zócalo Capitalino, donde cada año el mandatario en turno dirige a miles de voces para honrar a los héroes que nos dieron patria y libertad.
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Mochilazo en el Tiempo platicó con habitantes de la Ciudad de México, quienes vivieron las fiestas patrias en el primer cuadro capitalino durante el siglo XX. El resultado fue una gama de experiencias y sentimientos variados, porque no todas las banderas ondean al mismo ritmo y no a todos les va bien en una verbena popular.
Así se vivían los Gritos de Independencia en el siglo XX
Desde sus 5 o 6 años, los padres de Sara Martínez la llevaban a presenciar los Gritos de Independencia al Zócalo Capitalino; ahora, a sus 62 años, los momentos que vivió en la noche mexicana son recuerdos que atesora junto con su familia.
Su padre era chófer de autobuses y cuando tenía oportunidad, transportaba a su esposa y 10 hijos desde la colonia Bellavista, cerca de Tacubaya, hasta el Centro Histórico para ver la conmemoración de cada 15 de septiembre. Cuando eso no se podía, tomaban el metro hasta Pino Suárez, última estación para llegar al ya abarrotado Zócalo Capitalino.
Durante su trayecto, Sara y su familia se unían a decenas de asistentes deseosos por ocupar un buen lugar en el primer cuadro capitalino, lo más cercano que pudieran a Palacio Nacional, aunque el riesgo de apretones y aventones impedía adentrarse más.
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Nuestra entrevistada vio a presidentes como Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox tomar la palabra desde el balcón presidencial, siendo un momento de gran emoción en su vida.
Su jornada festiva se extendía hasta altas horas de la madrugada, entre 1:30 y 2 de la mañana. Le quedaba poco tiempo de descanso, pues debía madrugar para ver el avance de las fuerzas armadas en el tradicional desfile del 16 de septiembre.
María de la Paz, otra de nuestras entrevistadas, tiene una experiencia más melancólica. Ella es originaria de Torreón, Coahuila, y llegó a la capital cuando apenas tenía 5 años; hoy tiene 63.
Siendo nuevos en la ciudad, vecinos y conocidos recomendaron a sus padres acudir al fastuoso Grito de Independencia en el Zócalo, “para tener esa experiencia de ver al presidente y sentir toda la algarabía junto a la gente”.
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Junto a sus padres y hermanos, María emprendía cada 15 de septiembre una “procesión” desde su domicilio en la colonia Morelos hasta el Centro Histórico. “Al llegar, recorríamos el Zócalo; no jugábamos tanto, porque estaba bastante lleno, pero teníamos oportunidad de caminar y ver a las personas que se disfrazaban”, comentó.
De la Paz recordó a algunos asistentes que portaron vestuarios típicos o trajes de charro, asombrando a aquellos que no tenían posibilidad de pagar un atuendo así. “Las tradiciones no se acaban, lo que no hay es dinero para seguirle”, nos compartió.
“Aunque padecíamos de dinero, nuestros padres hacían el esfuerzo para comprar a los más chicos las pestañas tricolor o sombreros. Fuimos año con año [desde la década de 1960], pero después vimos que había situaciones que ya no permitían ir con tanta libertad y tranquilidad”, aseguró María de la Paz para Mochilazo en el Tiempo.
Su hora de regreso era mucho más temprana, pues apenas terminaba el grito su familia emprendía el regreso a la colonia Morelos, listos para descansar y madrugar para el Desfile Militar. María tiene recuerdos de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo, así como de De la Madrid y Salinas, cuando ya sólo iba parte de su familia a los festejos.
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También pudimos platicar con Antonio Luna, quien a sus 61 años recuerda su infancia y juventud como vecino de la Plaza de la Constitución. Su casa se ubicó en la esquina de Academia y Moneda, detrás de Palacio Nacional y a escasos 400 metros de las verbenas septembrinas.
En su momento, la cercanía al primer cuadro capitalino le generó deseos por acudir a Gritos de Independencia, pero la apatía de su padre casi siempre se lo impidió. “A él no le gustaba eso, yo mejor me subía a la azotea y desde ahí veía los juegos artificiales y se escuchaba muy claro el grito de todos en el Zócalo”, afirmó.
“Hasta mi casa sonaban matracas, cornetas, gritos y varias veces escuché botellas de vidrio romperse, porque no faltaban los borrachitos”, comentó Luna a EL UNIVERSAL.
La primera vez que logró escaparse con uno de sus hermanos mayores fue para una ceremonia encabezada por Echeverría, a sus 10 o 11 años. Confiesa que no le prestó atención, pues se dedicó a recoger confeti del suelo y a aventarlo a quien pudiera.
Antojitos y travesuras eran la verbena en el Zócalo
Nuestro entrevistado recordó las ocasiones en que su calle se veía repleta de coches último modelo durante los 15 de septiembre. Vehículos de políticos, empresarios y mexicanos influyentes solían saturar vialidades aledañas al Palacio Nacional para acudir a las “elegantísimas cenas de los presidentes”, comentó Luna.
“Algunos vecinos y adolescentes se ponían de franeleros y les sacaban centavos a los invitados. Les decían que iban a cuidar bien el coche, pero luego había niños tronando cohetones por maldad y nadie los alejaba, ¿a quién le iba a importar?”, sostuvo.
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Aunque hoy en día son mucho más austeras, las festividades mexicanas dentro del recinto de gobierno eran un deleite máximo entre los años 60 y 90. Tan sólo en el fatídico año de 1968, Gustavo Díaz Ordaz encabezó una envidiable y seguramente costosa cena para conmemorar la Independencia Nacional.
Según reportó EL UNIVERSAL en su edición del 17 de septiembre de aquel año, políticos y distinguidos ciudadanos invitados a Palacio Nacional degustaron langosta parisina, guachinango bellavista y salmón ahumado, entre una larga lista de platillos que incluyeron pasteles y una buena cantidad de licores.
Mientras las cenas presidenciales rebozaban de elegancia, los mexicanos de a pie tenían una verbena popular y hasta guerra a “huevazos” a pocos pasos del recinto.
“En el Zócalo había puestos de comida con elotes, esquites, pambazos, tostadas, sopes, muchos buñuelos, enchiladas, mucha comida. Queríamos que nos compraran todo, dulces, charamuscas. Era muy emocionante”, nos compartió Sara Martínez.
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El olor a antojitos y garnachas inundó en varias ocasiones el primer cuadro capitalino, según se leyó en algunas crónicas de este diario sobre los festejos patrios. Los precios variaron, pasando de 2 pesos el sope con salsa, como lo compró Antonio Luna en los 70, a “300 pesos el taco de suadero”, según recuperó EL UNIVERSAL en 1986.
Junto con el goce culinario se presentaron las travesuras. Cometas de cartón, matracas, espantasuegras, sombreros de paja, gorritas de cartulina, banderas de varios tamaños, bigotes rancheros, pestañas postizas tricolores, huevos con confeti o harina, entre otras cosas, eran los artículos de adorno y diversión que complementaron los 15 de septiembre en el siglo XX, incluso todavía ahora.
Nuestros tres entrevistados recordaron las travesuras que muchos hacían en el Zócalo Capitalino, con jóvenes aventando huevos de harina o confeti directo a la cara, mientras los más pequeños recogían papelitos del suelo para seguir el juego.
“Ibas caminado o hablando y te echaban harina a los ojos, boca y nariz; a mí no me gustó eso, pero era el momento. Mucha gente se reía y le encantaba, pero otros se enojaban y decían majaderías”, compartió Sara Martínez sobre estas travesuras.
“Algunas veces vi que echaron huevos reales y harina. Era muy peligroso, porque se hacía una plasta y llegaba a los ojos; vi a varios que se llevaron al hospital para lavarlos, porque era grave”, nos compartió Antonio Luna.
“Nadie se atrevía a abrir la boca”, sostuvo este diario en sus páginas del 17 de septiembre de 1986, recuperando que en ediciones pasadas se usaron hasta tomates y huevos podridos contra asistentes.
La travesura de atacar a algún despistado con confeti o harina desató malos ratos durante la verbena mexicana, con alguna pelea o trifulca cuando la víctima no tomaba a bien los huevazos en la cara.
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Para evitar problemas así, aumentó la vigilancia en el Zócalo Capitalino. “Los policías decían ‘a ver tus huevos’, para revisar lo que traías y se referían a los huevos de confeti o harina”, afirmó Luna en entrevista para Mochilazo en el Tiempo.
“Pero, con esa frase, [los vigilantes] se echaban encima un montón de burlas. A mi hermano le tocó y se empezó a reír, casi lo golpean dos policías”, compartió nuestro entrevistado. La presencia de la fuerza pública no siempre garantizó un sentimiento de seguridad en los asistentes acostumbrados a pasar los festejos en plena libertad.
Según nos compartió María de la Paz, sus primeros Gritos de Independencia en los años 60 se sentían bastante seguros, a pesar de la falta de control en los accesos a la plancha o del reducido número de vigilantes. “Pero, para todos, la situación se sintió con más temor a partir de Echeverría”, aseguró.
“Ibas al Zócalo, pero ya no con tranquilidad, ni con los policías ahí. Lo que nos decían mis papás era ‘alcanzan a ver y escuchar [en un punto lejos del balcón presidencial], aquí nos quedamos’. Entre más atrás estuviéramos, mejor, porque al regreso era mucho conflicto e inseguro”, afirmó María de la Paz.
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Con el paso de los años, hubo más alcohol y desorden. “Muchos tomaban en la Plaza de la Constitución; ya había otro tipo de puestos, con cerveza y bebidas alcohólicas, y hubo personas alcoholizadas que iniciaban peleas”, nos comentó Sara Martínez.
La inseguridad e inconformidad apagaron sus ánimos
“Me llenaba de alegría ver a los presidentes, cómo ondeaba la bandera”, compartió María de la Paz. “Cuando estaba chica, me zumbaba el corazón [al presenciar el Grito de Independencia], porque sentía algo patriótico, pero conforme pasó el tiempo, me desilusioné de los presidentes”, comentó.
“Desde mi edificio [en la colonia Morelos] alcanzamos a ver lo que sucedió en Tlatelolco, en 1968. A raíz de eso, nosotros ya no íbamos con seguridad al Zócalo, ya daba miedo”, sostuvo María en entrevista con EL UNIVERSAL.
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“No soy mucho de política, pero con lo que sé y lo que me enteré por pláticas con mis hermanos, le pierdes interés, pierdes la confianza y alegría de ver a un presidente. Con todos, no hay a quién irle”, aseguró.
Por situaciones personales que preferimos reservar, María de la Paz ya no sale en noches de festejo. La inseguridad le dejó un injusto temor de salir y ya no regresar.
Cuando le preguntamos sobre si recomendaría a jóvenes y niños de la actualidad asistir a un Grito de Independencia, María no titubeó: “No vayan, porque no hay seguridad. Si yo supiera que es seguro, sería la primera que estaría ahí y fomentándolo, pero no. Desgraciadamente, ahora está muy mal y seguiremos peor”.
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Tanto ella como Antonio Luna concuerdan en que la inseguridad y el gobierno les hizo perder el instinto patriótico que podían sentir durante un Grito de Independencia.
La tercera y última celebración que Luna presenció en el Zócalo Capitalino fue en 1996, con Ernesto Zedillo. A pesar de ya tener familia propia y de querer darle a su hija la experiencia que él mismo perdió por su padre, nuestro entrevistado terminó por desilusionarse del evento más mexicano del año.
“Había crisis económica y sabíamos que muchos presidentes gastaron mucho con sus cenas, además de ser todos unos corruptos, ¿qué espíritu patriota podía sentir?”, lamentó Antonio, quien ya ni siquiera ve los Gritos de Independencia televisados.
A diferencia de ellos, Sara Martínez se mantiene positiva y feliz con sus recuerdos del 15 de septiembre. “Siempre que da el grito el presidente, cualquiera, nos reunimos en la sala, prendemos la televisión y todos gritamos ¡Viva México!”, aseguró.
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“A muchos jóvenes no les nace el sentimiento patriota. Decía mi mamá ‘es que ya están más estudiados y saben que los presidentes valen gorro’, pero, independientemente del gobierno, debes tener sentimiento patrio, porque naciste en México”, sostuvo.
Sara no sólo vivió las festividades en el centro de la capital, sino también en delegaciones de Álvaro Obregón, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero, así como en el Estado de México y Veracruz.
Para su gusto, el mejor Grito de Independencia siempre será en el Zócalo Capitalino, aunque le gustaría vivir la festividad en Dolores Hidalgo, Guanajuato, donde Miguel Hidalgo inició la lucha independentista hace 214 años.
Ella sí recomienda a los más jóvenes vivir las fiestas patrias en el primer cuadro de la ciudad o en la municipalidad que puedan. “A lo mejor vas con miedo, pero que nadie te lo cuente, vívelo; si ya después no te gustó, al año siguiente no vas. Y si te gustó, dirás ‘hubiera hecho esto antes’”, aseguró Sara Martínez.
“Cuando el presidente empieza a gritar y la gente responde, ese ‘¡Viva!’ te llega al corazón y piensas ‘yo soy México’. Yo me desgarraba la garganta y quería que todos escucharan mi ‘¡viva!’, pero todos escuchábamos la [¡viva!] de todos”, concluyó.
Extracto de algunos Gritos de Independencia con pasados presidentes de México. Fuente: YouTube.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Entrevista con Sara Martínez
- Entrevista con María de la Paz
- Entrevista con Antonio Luna