Al caminar por las calles de la capital seguro te has percatado de que algunos edificios antiguos tienen nombres de hombres, mujeres, apellidos y hasta apodos que la gente les atribuye por su forma arquitectónica, esto responde a que los apelativos de algunas construcciones son parte de todo un proyecto privado, o bien, un excelente punto de referencia popular.
Quizá lo mejor es que esta usanza no queda sólo en manos de los arquitectos, sino también de las personas que hacen su día a día en torno a aquellas edificaciones que, sin lugar a duda, pasan o a la historia o a la memoria colectiva por alguna razón.
En esta ocasión Mochilazo en el Tiempo habló con el doctor Alejandro Leal Menegus del Centro de Investigaciones en Arquitectura, Urbanismo y Paisaje de la UNAM, acerca de la costumbre de dotar a los edificios de cierta personalidad al “bautizarlos” con nombres propios o apodos.
La vieja costumbre de ponerle nombre a los lugares conocidos
Leal Menegus aclara que, aunque no se sabe a ciencia cierta dónde nació esta costumbre, puede decirse que es tan vieja como la Historia. “Los seres humanos siempre gustaron de asignar nombres a las cosas, a los edificios, transportes, o máquinas, muchas veces nombres personales, como si fueran personas”, comenta.
El arquitecto agrega que un detalle curioso es que esto puede interpretarse como si las construcciones en cuestión estuvieran vivas de alguna forma:
“En ese sentido, nombrarlas las hacía existir de forma mucho más cercana y personal, era un acto de apropiación, un bautismo”.
Al respecto, Alejandro señala que en la actualidad hay múltiples corrientes arquitectónicas, pero “no me viene a la mente una que piense en específico, en verlos como seres vivos o con nombres”.
Asegura que contrario a los barcos, que a veces se conciben en femenino, en este caso no hay género, pero no descarta ni confirma que haya relación con la tradición de “bautizar la nave”. Opina que al asignar nombre a un edificio se trata de “darle alma, correcta existencia de alguna forma extrema”.
Alejandro dice que el promotor del proyecto, el propietario, podía ponerle el nombre al edificio, ubicándolo arriba de la entrada o en el remate superior del edificio. Muchas veces era un nombre propio, sin apellido y a manera de especulación de algún familiar cercano (esposa, madre o hijo).
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Otro tipo de nombre en los edificios son los apodos, ese se los da la gente de forma no oficial y no se encuentra en el edificio, sino en la memoria colectiva, “tiende a ser un adjetivo calificativo, algunas veces critico o burlón… se me ocurre la Estela de Luz, que siempre se la ha denominado "Suavicrema".
Otros casos de apodos son los que reciben algunos modernos edificios en la zona de Santa Fe como el Corporativo Arcos Bosques, mejor conocido como El Pantalón, o bien, el Corporativo Calakmul, al cual se le ubica popularmente como La Lavadora.
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La arquitectura ecológica, dice, tal vez sería lo más cercano a la idea de pensar la casa habitación “no como una máquina inerte, sino una especie de ecosistema, de ser vivo”.
De acuerdo con lo que explica, ese concepto tiene relación con una forma de entender la arquitectura que tomó fuerza en el siglo XX, que se llamó funcionalismo. Una de sus ideas era la importancia de la función del inmueble sobre todo lo demás: “inclusive se privilegió el término ‘edificación’ y el sentido utilitario, máquina (inerte) opuesto a lo vivo”.
De regreso a los edificios con nombre de la ciudad de México, expone que casi todo el urbanismo o arquitectura más emblemática tiene nombre, ya sea el oficial -es decir, que tiene nombre desde su origen -, o el que la gente le asignó.
Al final resalta que lo que importa es que “todos lo reconocemos” como un sitio específico. “Por ejemplo, la Condesa es un conjunto de colonias, pero la gente lo ubica como Condesa, o el propio Tepito”, dice. Sería difícil no estar de acuerdo, puesto que del “barrio bravo” muchos desconocen la división entre las colonias Morelos y Tepito.
Antes era cultural, ahora es con fines de marketing
El arquitecto dice que en el pasado una costumbre fue nombrar al edificio por quien vivía o vivió ahí, por ejemplo, El Palacio del Marqués del Apartado, el Palacio de Cortes, la Casa de la Malinche, etc.
El arquitecto asegura que nombres de obras arquitectónicas capitalinas, hay muchos: desde el Templo Mayor, la Torre Mayor, hasta “La lavadora”, o el conjunto Isabel.
“A mí me apasionan los edificios de apartamentos, en ellos encontramos nombres memorables, como el Basurto, Ermita, Acro, Raúl Jorge, el Gaona”, comparte. Basurto era el apellido del inversionista del edificio y en el caso del Gaona, se refiere al famoso torero guanajuatense, Rodolfo Gaona.
Aunque antiguamente privaba el sentido cultural sobre el comercial a la hora de elegir los nombres de estas construcciones, ya había algunos de carácter comercial, por ejemplo, el edificio Carta Blanca de finales de la década de 1930.
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Sin embargo, confirma que con el paso del tiempo esta práctica sale de lo anecdótico y forma parte de las estrategias de la mercadotecnia.
“Así es, en la actualidad en lugar de ponerles nombres de quién lo vivió, promovió, de algún familiar o algún apodo, los edificios son bautizados, por así decirlo, con etiquetas meramente comerciales”, explica.
Según nos cuenta el arquitecto, hoy el objetivo es dotar al edificio de un elemento de marketing para posicionarlo mejor, en términos de su renta o venta, “inclusive los ejemplos más monumentales son renombrados por algún patrocinador; por ejemplo, Foro Sol o el Pepsi Center”.
En la actualidad, señala, muchas veces se nombran a los edificios por un sentido meramente comercial, vinculando al proyecto con cierto concepto que le dota categoría y elegancia. Se observa una preferencia en el uso de palabras en inglés, lo que supuestamente le dota al desarrollo un aire contemporáneo e internacional.
Por supuesto, es difícil evitar un punto de comparación entre esta estrategia de la modernidad y la idea original de “apropiarnos” del espacio en que vivimos, trabajamos, estudiamos o nos divertimos. Para Alejandro Leal, no está de más recordar en qué punto podemos decir que las personas se han apropiado de un espacio:
“En el momento que las personas no ven su entorno como uno neutral, impersonal, sino como suyo, como una extensión de su vida, de su familia, es cuando la arquitectura y el urbanismo son verdaderamente exitosos”.
Aunque en un primer momento da la impresión de ser algo muy pintoresco y quizá lejano a una táctica de ventas, Leal nos da a entender que no podía decirse que son opuestos:
“Lo apropiado está en oposición al abandono, al no lugar, al espacio de paso como los viaductos o bajo puentes que son iguales aquí y allá y donde nadie quiere estar en realidad”.
De este modo, es posible comprender que la estrategia de nombrar centros comerciales o desarrollos inmobiliarios por cuestión de mercadotecnia, en realidad busca convencer a su público de apropiarse de ese espacio, aunque de cierta que podría considerarse un tanto menos auténtica.
- Fuentes:
- Entrevista con el Dr. Alejandro Leal Menegus, profesor de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.