Uno de los personajes más distintivos del Centro Histórico de la ciudad de México son los organilleros, que desde hace décadas ambientan a toda hora sus calles entonando piezas tradicionales de la música mexicana, a través del característico sonido de los cilindros.
Además de su pesado instrumento musical de madera, los reconocemos por su uniforme color beige que tiene tanta historia como el oficio mismo.
También conocidos como “cilindreros”, se sabe que arrancaron el oficio luego de que el organillo llegó desde Alemania a finales del siglo XIX y que tras la Revolución Mexicana cambiaron las canciones europeas por melodías tradicionales que viven en la memoria colectiva del país, desde Las golondrinas hasta el vals Alejandra.
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Sin embargo, un dato menos conocido es el origen del uniforme de pantalón y camisa a juego, con el clásico quepí, o sombrero de estilo militar, que en años recientes algunos decoran con un broche de la Unión Mexicana de Organilleros.
Una versión que han difundido tanto cilindreros agremiados como la prensa es que la indumentaria oficial de estos trabajadores hace referencia a un colega que habría acompañado al general Francisco Villa, así como a su escolta “Los Dorados” durante sus campañas militares de la Revolución Mexicana.
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Es decir, el uniforme se habría diseñado en memoria de un momento icónico en su historia, a pesar de que jamás se ha insinuado que el organillero en cuestión tomara parte en las armas.
En una entrevista para este diario, en abril de 2004, varios cilindreros hablaron de la historia de su oficio y resaltaron esta versión. Uno de ellos, quien se identificó como Joaquín Torres, afirmó que en el sexenio de Plutarco Elías Calles (1924-1928) surgieron quejas porque “había muchos de nuestros compañeros que andaban todos fachosos, greñudos…”.
Según su relato, esto trajo el uniforme al reglamento de la Unión, donde se llegó a la decisión unánime de vestir como Los Dorados de Villa.
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Nieto de Villa afirma que estos uniformes eran de los Dorados de Villa
Otra versión la compartió Francisco Ignacio Villa Betancourt, nieto del Centauro del Norte. En exclusiva para EL UNIVERSAL, concedió una entrevista al interior del despacho de la Confederación de Veteranos y Revolucionarios “División del Norte”, donde conserva un uniforme original de los Dorados.
Entre libros, documentos personales, retratos y demás curiosidades que pertenecieron a Villa, su nieto habló de la época tras el asesinato del general de la División del Norte, que dejó viuda a su abuela Austreberta “Betita” Rentería, última esposa del revolucionario.
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Su familia nunca guardó las armas y municiones que el gobierno esperaba encontrar cuando penetró en la hacienda de Canutillo. En cambio, lo que sí tenían de sobra eran los uniformes de la inseparable escolta que acompañó a Villa durante sus momentos de lucha.
Villa Betancourt narró que se decomisaron las prendas y, años después, el mismo gremio de organilleros solicitó que se les permitiera uniformarse con ellas.
A pesar de que en los días de la Revolución la figura del organillero era bienvenida por sus servicios, para los años setenta su popularidad se había desplomado. Este rotativo reportó en 1978 que sólo quedaban 20 cilindreros en toda la ciudad de México.
Más allá de percibir que el público setentero ya era “insensible” a la música, los agremiados del organillo declararon que incluso se volvía cada vez más frecuente recibir comentarios como “¡calla ese alboroto!”.
Lejos habían quedado los fines de semana de los años cincuenta, en que una pareja de organilleros afuera del cine reunía entre mil y dos mil pesos de la época, o las invitaciones a eventos oficiales que aún se veían en los sesenta.
El ocaso de este oficio se ha “previsto” una y otra vez desde entonces: se informó lo mismo a finales de los ochenta e inicios de los dos mil, por ejemplo.
Por fortuna, la expectativa nunca concuerda con los hechos. Don Bernabé Huerta comentó en 2010 para nuestra sección de Metrópoli que “mientras haya cilindros, la tradición no se puede perder”.
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Dos años después, la noticia fue un reportaje sobre el nuevo auge del organillo en México, gracias a Germán Rodríguez, un fabricante guatemalteco y apasionado por el oficio, que solucionó la escasez de estas antiguas máquinas al aprender a elaborarlas.
- Fuentes:
- Entrevista con Francisco Villa Betancourt, abogado por la UNAM y nieto del general revolucionario, Francisco Villa.
- Hemeroteca EL UNIVERSAL