La segunda parte de las “Memorias de Francisco Villa” reveló que, con tan sólo 16 años, Doroteo Arango pudo ser una víctima más de la “Ley Fuga”, el conocido proceso de ejecución que tuvo su auge durante la administración del dictador Porfirio Díaz.
Esta tercera entrega vuelve a los días del futuro caudillo en prisión. Según recordó el general, pasó alrededor de tres meses preso en Canatlán, hasta que lo sentenciaron a continuar su cautiverio en la cárcel de Durango, capital del estado.
Como es de imaginarse, alguien tan poco sumiso como el Centauro del Norte no aceptó ese estilo de vida, e incluso comentó “tan pronto llegué a la penitenciaría de Durango, empecé a pensar en la manera de escaparme”. Estos pensamientos, detalló, lo obsesionaban a toda hora del día.
Sin embargo, en este punto de su vida no contaba con los medios ni con la experiencia que décadas después le ganaron el éxito militar. Él mismo confesó que a pesar de lo mucho que pensaba en cómo fugarse, “no encontraba la manera de realizar mi idea”.
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Lo anterior no significa que se rindió, sino que le tomó más tiempo y dedicación. Fue así que “ponía mucha atención a todos los relatos célebres sobre cómo se habían fugado determinados prisioneros y quería a todo trance imitarlos”.
La oportunidad se dio… en las calles
Villa no era inmaduro y comprendía que sus pensamientos y deseos no bastarían para cruzar los muros de su cárcel, por más que los estudiaba y observaba. De ese modo, para el momento en que dieron órdenes de sacarlo con otros prisioneros a trabajar en las calles, ya se sentía desesperado.
Aquel sentimiento cambió conforme veía día a día una oportunidad en este “castigo” de la ley. “Cada vez que salía, me fijaba muy bien en los distintos lugares de la ciudad y la parte más apropiada para efectuar mi fuga. Y mis planes empezaron a madurar”, relató.
El primer paso fue hacerse amigo de una mujer que vivía cerca de un matadero, el cual daba frente a “una calle solitaria y triste”. Villa señaló que los prisioneros iban casi diario al rastro por carne para sus almuerzos.
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“En una de estas visitas me escondí del sargento y volé hacia la casa de aquella bondadosa mujer. La puerta de la casa estaba abierta y la buena mujer supo esconderme bien, sin temor de que me encontraran”.
Por supuesto que las autoridades buscaron al reo Doroteo Arango Arámbula, pero nadie sospechó que se encontraba “tan cerca y al mismo tiempo tan lejos”, como lo dijo el general, quien pasó algunas semanas en dicha casa, con el propósito de que se cansaran de buscarlo.
Decidido a escapar de la ley, se fugó en un caballo robado
Durante ese tiempo se entretuvo haciendo trabajos domésticos y subiendo a la azotea para observar el día a día de ese rincón de la ciudad de Durango. Desde aquel entonces, ya se imaginaba recuperando la libertad necesaria para llegar a contar esa “aventura”.
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Este pasatiempo desencadenó el resto de sucesos, pues además de observar con suma atención los movimientos del personal del matadero y los vendedores de ganado, resaltó que él “gozaba al ver a los caballos galopando y persiguiendo a las reses”.
Hubo un corcel en especial que fascinó al joven fugitivo y por ello, un domingo por la tarde, luego de que los lazadores dejaron su cuadrilla fuera del rastro, aprovechó para saltar desde la azotea, consciente de que los hombres pasarían un largo rato platicando y bebiendo.
“De un brinco monté ‘mi caballo’ y lo hice ir a todo galope”, narró Villa. El escape requirió una hora de galope y toda una noche a trote bajo la luz de la luna, pero funcionó. Pasarían años antes de que este hombre volviera a pisar una cárcel.
Así concluye el tercer extracto de las Memorias de Francisco Villa que publicó EL UNIVERSAL GRÁFICO hace cien años. La entrega de la próxima semana mostrará los peculiares aprendizajes del joven Centauro del Norte.