Uno de los principales símbolos culturales de la Ciudad de México está de aniversario. El majestuoso Palacio de Bellas Artes cumple 90 años de su apertura, después de casi tres décadas que tardó su construcción.
Meses antes de su inauguración en 1934, el semanario cultural EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicó una edición especial sobre el coloso de mármol. Ahí se discutieron las obras que transformaron al recinto porfiriano en un símbolo de la Revolución Mexicana, además de hacer gran publicidad a los involucrados.
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Mientras el objetivo era que Bellas Artes se convirtiera en un espacio popular, ciertas polémicas y malos manejos diluyeron tan noble ideal revolucionario. A nueve décadas de su apertura, aún quedan datos por conocer del máximo recinto cultural.
Del elitista Teatro Nacional al popular Palacio de Bellas Artes
En su edición especial sobre el Palacio de Bellas Artes, publicada el 3 de mayo de 1934, EL UNIVERSAL ILUSTRADO compartió con sus lectores los antecedentes de este recinto cultural, cuando todavía era un proyecto del arquitecto italiano Adamo Boari y Porfirio Díaz seguía en el poder.
El plan era construir un “edificio suntuoso, digno de la capital y de la época […] para distraer la atención del pueblo de los problemas sociales y políticos, hacia una capa de suntuosidad que sólo ha resultado un disfraz, una máscara encubriendo las miserias populares”, como indicó el semanario cultural.
Sería un recinto elitista, con una evidente separación de clases sociales. Por ejemplo, sus pocos elevadores disponibles serían de uso exclusivo del Presidente de la República y los pisos destinados a los sectores más populares no contarían con sanitarios.
“La casta de sangre azul [de México] buscó un centro de esparcimiento […] y Boari proyectó un Teatro Nacional exclusivista, obra gigantesca en cantidad y empobrecida y despreciable por su índole espiritual”, sostuvo EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Poco tiempo duró su pretenciosa intención, pues el estallido de la Revolución Mexicana sepultó sus aspiraciones snob y pausó las obras, mientras gran parte de la población privilegiada huía hacia fronteras más amigables con su estatus.
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Fue hasta 1932 que el entonces secretario de Hacienda y Crédito Público, Alberto J. Pani, retomó el proyecto del Teatro Nacional y contrató a los mejores constructores mexicanos para darle verdadera gloria.
El arquitecto Federico E. Mariscal y su asistente José Gorbea Trueba encabezaron los trabajos de transformación y emplearon los “escombros de la derruida vanidad del tiempo viejo” para erigir el revolucionario Palacio de Bellas Artes. Su objetivo era “aprovechar todo lo aprovechable” del proyecto anterior.
Según comentaron Mariscal y Gorbea, en exclusiva para EL UNIVERSAL ILUSTRADO, no sólo modernizaron las instalaciones, sino que acercaron su uso a toda la población. A petición de Alberto J. Pani, la transformación debía garantizar “iguales facilidades [en el recinto], sin el menor detalle que hiciera una más refinada o digna que la otra”.
Según recuperó EL UNIVERSAL ILUSTRADO, cada piso tendría baños con “espléndidos servicios sanitarios de igual clase para las localidades” y nadie tendría privilegios dentro del Palacio de Bellas Artes, pues cualquier “preeminencia sería absurda e inadmisible en un país de estructura democrática como el nuestro”.
EL UNIVERSAL ILUSTRADO destacó el trabajo de especialistas mexicanos
La cobertura que nuestro semanario cultural hizo en 1934 sobre la transformación del Palacio de Bellas Artes no sólo funcionó como una invitación para conocer el espléndido recinto capitalino, sino también para promocionar el trabajo de especialistas mexicanos que colaboraron en tan importante proyecto.
Dispersos entre los artículos del coloso de mármol, se encontraron varios anuncios publicitarios de contratistas, proveedores o constructores que usaron su participación en el todavía llamado Teatro Nacional como una efectiva carta de presentación.
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Gracias a la gestión de Alberto J. Pani, se pactó que la obra no quedaría en manos de un solo constructor y se giraron contratos a decenas de negocios para establecer “un emporio de esfuerzo y vigorizante labor” e impedir la monopolización de los recursos.
Entre sus páginas del 3 de mayo de 1934, EL UNIVERSAL ILUSTRADO reconoció la labor de Daniel del Valle, artista de la Academia de San Carlos y encargado de algunas decoraciones pictóricas en el Palacio de Bellas Artes.
También alabó al contratista Alfonso Jiménez, experto en el uso de la madera. Bajo su supervisión se realizó el acabado en baños y salas de exhibición, con materiales de Chiapas y Tabasco; su trabajo fue “maravilloso, tanto por la calidad de la madera, cuanto por el refinamiento artístico y sobriedad con toques de sencillo modernismo”.
Otro valioso participante en la transformación del Teatro Nacional fue José Ignacio Ruíz, autor de algunos vitrales del recinto. Gracias a su labor, los mármoles rosados resaltaron todavía más gracias a los amplios ventanales compuestos por ricos colores.
EL UNIVERSAL ILUSTRADO también destacó la entrega de Francisco T. Mancilla, quien supervisó y adquirió el equipo modernizado para bombeo, ventilación, usos hidráulicos, iluminación, proyección, sonido, calefacción eléctrica y vapor, distribución eléctrica y teléfonos del todavía llamado Teatro Nacional.
Por otro lado, Enrique B. Chávez fue el experto que facilitó el abastecimiento de agua para todo el recinto a través de bombas, además de un sistema contra incendios con seis tanques. También supervisó la instalación de tuberías y muebles para sanitarios.
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Los conocedores en energía eléctrica, M. Vallejo Márquez y M. Vázquez de Mercado, colaboraron con la electrificación del espacio cultural, sobre todo para la sala de espectáculos, donde establecieron un sistema especial de iluminación con cuatro colores diferentes y a bajo costo.
Uno de los aspectos más modernos del flamante Palacio de Bellas Artes fue su pantalla para cine marca Vocalite, instalada por Guillermo López. Esas mamparas para proyección fílmica tenían incrustación de perlas de vidrio para mejorar su brillo y permitían que el sonido traspasara mejor gracias a altavoces colocados detrás de ella.
López llevó las pantallas Vocalite a cines como Majestic, Bucareli y Goya, siempre "apegada a los principios revolucionarios en dicha especialidad" y, según apuntó nuestro semanario, su blancura ofreció una proyección con 94.6% de calidad.
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A diferencia del proyecto encabezado por Adamo Boari, quien recurrió a componentes extranjeros, Federico E. Mariscal recurrió a los mejores expertos y materias mexicanas para completar el coloso de mármol.
La primera jornada en el nuevo Palacio de Bellas Artes
La historia mexicana se transformó el 29 de septiembre de 1934, día en que el entonces presidente, Abelardo L. Rodríguez, inauguró el Palacio de Bellas Artes.
Al ser un evento de trascendencia nacional, el gobierno tomó algunas medidas para acercar a la mayor cantidad de mexicanos al nuevo recinto, como la autorización de la Secretaría de Educación Pública para que radiodifusoras nacionales e internacionales transmitieran los actos inaugurales para aquellos que no lograron asistir.
Para las 9 de la mañana del 29 de septiembre, una descontrolada multitud ya rodeaba el edificio de la Avenida Juárez. Políticos sobresalientes, diplomáticos y hasta luminarias del espectáculo fueron testigos de aquella inauguración.
A las 10:20 del día llegó el presidente, recibido por el entonces Director General de Bellas Artes, Antonio Castro Leal. Una vez que tomó asiento en el palco principal de la sala de espectáculos, el mandatario declaró inaugurado el recinto.
El primer acto del programa fue la interpretación del Himno Nacional por la Orquesta Sinfónica de México, bajo la conducción del compositor Carlos Chávez.
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Como siguiente número se presentó el conjunto coral del Conservatorio Nacional de Música y también los coristas de la Escuela de Arte para Trabajadores, para interpretar de nuevo el Himno Nacional, todos bajo la batuta de Chávez.
Para continuar, Antonio Castro Leal subió al ostentoso escenario y pronunció su discurso de apertura. En una amplia disertación, el funcionario compartió los principales puntos del nuevo Palacio de Bellas Artes, sosteniendo que su acceso ya no sería para una élite, sino que recibiría a todo el pueblo mexicano.
Su oferta de teatro se enfocaría en obras y actores nacionales, aunque tampoco excluiría contenido extranjero. Entre sus primeras exposiciones se programaron pinturas de la Academia de San Carlos, escultura mexicana antigua y arte popular.
Para su sala de conferencias se planearon conciertos y congresos de temas nacionales, además de contar con el apoyo de radiodifusoras para llevar algunos programas culturales al público externo, directo del Palacio de Bellas Artes.
“El arte no es un juego trivial, no es un adorno sin consecuencias; el arte es un arma, es una bandera, es una fuerza”, concluyó Castro Leal. Como último número de la inauguración se escuchó la Sinfonía Proletaria Llamadas, composición de Carlos Chávez y en voces de los coros invitados.
Antes de dejar el coloso de mármol, Abelardo L. Rodríguez y su comitiva recorrieron algunas salas del palacio, que todavía no tenía todas sus exposiciones abiertas. El mandatario abandonó el recinto a las 12:30 y hubo una pausa en las actividades.
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Los eventos se retomaron a las 9 de la noche, con el regreso de luminarias y políticos a la sala de espectáculos del Palacio de Bellas Artes, pero ya sin el presidente.
El primer acto de la noche fue la interpretación de la Sinfonía no. 6 de Beethoven, de nuevo con Carlos Chávez dirigiendo la Orquesta Sinfónica de México; le siguió una breve presentación del Ballet Ruso de Montecarlo, compañía de talla internacional.
Para concluir la jornada, se presentó la obra La Verdad Sospechosa del dramaturgo novohispano Juan Ruíz de Alarcón protagonizada por María Tereza Montoya, todo con un gran recibimiento de la audiencia.
Tras la ferviente emoción de tener un nuevo recinto cultural, parecía que la inauguración del Palacio de Bellas Artes fue un momento histórico perfecto, pero con el paso de los días, tal encanto perdió fuerza y llegaron las críticas.
Polémicas tras su inauguración mermaron el entusiasmo
En su crónica del 30 de septiembre de 1934, EL UNIVERSAL temió que, sin un adecuado fomento a la cultura nacional, “el deslumbrante Palacio de Bellas Artes podría ser una joya inútil, un gesto de vanidad vacío y una manifestación de snobismo punible” que tanto se criticó del proyecto porfirista.
Aunque el nuevo recinto cultural prometió la reivindicación del arte mexicano, a pocos días de su apertura surgieron voces contrarias acerca de los números que inauguraron la cartelera, como lo expuso el diario estadounidense La Opinión, el 11 de octubre de 1934.
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“¿No hay en México compositores de altos vuelos con cuya música pudo darse el espaldarazo a una institución nacional y revolucionaria?”, comentó el periódico tras considerar que la sinfonía de Beethoven y el Ballet Ruso Montecarlo eran estandartes extranjeros que opacaron el sentido nacionalista del recinto.
La Opinión recogió las impresiones del escritor, poeta y entonces diputado federal, Luis Mora Tovar, quien criticó el programa inaugural de Antonio Castro Leal, pues “mientras miles de mexicanos se mueren de hambre, un ballet extranjero recibe 150 mil pesos por unas cuantas actuaciones en el Palacio de Bellas Artes”.
EL UNIVERSAL ILUSTRADO también expuso severos comentarios sobre la inauguración del recinto, como apareció en sus páginas del 17 de octubre de 1934 con la columna de “Saxofón Hernández”.
“¿Cuánto tiempo fue ensayada la sinfonía de Beethoven con que Carlos Chávez adormeció a los concurrentes a la superflua ceremonia de inauguración?”, preguntó de forma sarcástica el columnista.
“¿Cuánto dinero se despilfarró en comisiones pagadas indebidamente a los que hicieron el negocio del Ballet Montecarlo?”, continuó la crítica, concluyendo que Castro Leal y su "Palacio de Malas Artes” actuaron a merced de camarillas oportunistas que mermaron el entusiasmo por el coloso de mármol.
Años después, en su edición del primero de junio de 1939, EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicó la columna de M. Mirón con un nuevo juicio contra el Palacio de Bellas Artes, “deteriorado, sucio y abandonado, pues sus apáticas autoridades no toman en serio la responsabilidad que tienen sobre sus espaldas”.
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M. Mirón culpó a la dirección del museo de entorpecer injustamente la realización de conciertos u obras de artistas que no tenían un “fuerte respaldo económico”.
“Crecido alquiler del teatro fuera de su alcance, impuestos de diversa índole, cambios de fecha inesperados, coincidencia de dos espectáculos” eran algunos problemas que enfrentaron empresas de bajo rango que solicitaron alguna de las salas de Bellas Artes, además de problemas de limpieza y mala actitud entre los trabajadores.
También denunció el acceso al recinto de “falsas personalidades artísticas” que no deberían tener presentaciones en el coloso de mármol y que, por descuido de los directivos, afectaron a la credibilidad del Palacio de Bellas Artes.
Parecía que el espíritu revolucionario del histórico recinto quedó en el olvido tras sus primeros años de funcionamiento. Aún en décadas recientes, el coloso de mármol no queda libre de polémicas, pero eso poco importa cuando se habla de 90 años de legado artístico mexicano y de conservar el simbolismo cultural que representa.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Library of Congress US